21 junio 2010

Quebrantahuesos 2010: El extremo de la épica

La Quebrantahuesos, la Quebrantagua... primero decir que estamos todos vivos. No sé si habeis leído cosas por internet (en www.diariodelaltoaragon.es hay textos y una galería con 270 fotos, todas con agua...), pero bueno. De los que conozco que tomaron la salida (cinco de la peña dels Falcons, más cuatro amiguetes -Luis y sus compañeros-, más Gonzalo, más Raúl y yo) sólo acabamos Raúl y yo. Él hizo 7.40, y yo 8.36. Los demás, cinco se retiraron antes de coronar el Somport y el resto uno de ellos nada más bajar el Somport y darse cuenta de que le daba un yuyu porque no controlaba el frío, los otros al bajar el Marie Blanque, y otro por tendinitis en una rodilla subiendo el Portalet. Uno se cayó en las primeras curvas de bajada del Maria Blanque. No le funcionaron los frenos e hizo un recto en una curva cerrada. Cayó unos cinco metros según contó y se ha roto un ligamento del hombro, según el parte médico. Estuvo tres horas allí en pleno puerto con una manta térmica esperando a que lo evacuaran... Llegó al hotel, después de pasar por el hospital de Jaca, pasadas las nueve de la noche. En defensa de la organización diré que yo creo que era imposible que dieran abasto ante todo lo que pasó. Los casos de hipotermia por lo que dijeron fueron innumerables. Autobuses llenos, trailers para transportar las bicis de los retirados... un caos.

En la salida, con el sol fuera.

Me da la impresión de que cada vez que escribo algo sobre la QH (y con esta han sido cuatro ediciones), siempre digo que nunca he sufrido tanto en mi vida encima de una bicicleta. Pese a ello, vuelve a ser cierto. Tal vez por eso sea tan mítica esta salida, ¿no?

El caso es que fue durísima. Si no he cogido una pulmonía, creo que no la cojo nunca. En la salida el cielo estaba raso, lo juro. Fuimos como siempre rápido de rueda en rueda hasta casi Canfranc, aunque yo creo que más lentos que el año pasado. Desde poco después de salir de Sabiñánigo ya no tuve compañía conocida (Raúl salía delante en el cajón de dorsales verdes y los Falcons no querían "problemas", a su ritmo). Antes de llegar a Canfranc, por Villanúa más o menos, ya se intuían las nubes. No eran nubes negras, sino más bien altas y blancas, pero se notaba que llovía allí arriba.

Rafa y Raúl, antes de dirigirse al principio del fin.

Toni, Agustín y Javi, en la salida.

Inicio del Somport, con las nubes al fondo.

Empezó a caernos agua que traía el viento de la montaña, de cara y frío. Cuatro gotas, pero de avanzadilla. Antes de llegar a Canfranc casi casi había dos grupos: uno que subía hacia la nube y otro que bajaba huyendo en retirada hacia el sol de Jaca. Cada vez era más intenso el reguero de ciclistas que decidía volverse. Yo no me planteé la retirada, de hecho me sorprendía tanto abandono, pero luego en el Marie Blanque, cuando ya no tuve escapatoria, me arrepentí no sabeis cuánto.

Total, desde Canfranc lluvia intensa sin parar. Sin parar es sin parar, y cuando digo sin parar es sin parar hasta el descenso del Portalet, el cual ¡estaba seco! Quisiera que fuera una broma, pero fue así: Francia como un pantano, España un secarral. Impresionante.

Es decir, de las 8.36 horas que yo estuve danzando por allí, más de 6, ¡6 horas! lloviendo a muerte. Ahora lo pienso y ni a mí que lo viví me parece real.

En la mismísima boca del lobo.


De ropa yo llevaba cullotte corto y arriba camiseta interior con el Rafa Glober (¿?), mallot, chaleco y manguitos, con guantes de verano y unos largos en el bolsillo, por si acaso (acabaron tan mojados que no me sirvieron de nada más que para pesar medio kilo más), además de una braga en el cuello a la que le haría un monumento porque sin ella hoy tendría una garganta como la de un elefante de grande. De la braga sorbí durante todo el día. Un detalle: bidones bebí dos de agua, uno de sales que ni me acabé, tres vasitos de coca-cola y todo lo que chupaba de la braga, que me lo iba tragando sin compasión y sin ascos. He de decir que, pese a lo 'poco' que bebí, meé cuatro veces, y las cuatro bien claro, lo que significa que iba bien hidratado.



Contaría mil cosas. Desde Canfranc hasta la bajada del Portalet (repito, unas 6 horas) llevé las gafas empañadas, en la punta de la nariz como un abuelete que las lleva porque sí, para que se fuera el vaho, que sin embargo nunca se iba, y moteadas con gotas siempre. Desesperante para un miope como yo, porque si ves bien te quitas las gafas de sol y ves, bajando te las pones y aguantas con lo que veas para no coger una conjuntivitis de tanta agua, pero es que yo ni siquiera subiendo me las puedo quitar porque no veo un carajo sin ellas.

Al coronar Somport había el mismo ambiente helado del año pasado, pero con no sé cuántas veces más de lluvia. La gente estaba parada en la garita fronteriza como pensando qué hacer, si seguir o volverse, mientras el público (impresionante, con la que caía y ahí aguantaban) daba ánimos. Meé casi apoyado en un gendarme (me miró riéndose... yo pensaba que era un poste de la luz o algo así, ¡y era un brutaco de dos por dos!) y tiré para abajo forzando los frenos lo justo y a golpecitos, para amarrar, y muy muy lento. La mayoría de la gente iba con mucha precaución porque con la niebla y el agua que caía y que expulsábamos de las ruedas no se veía a cinco metros por delante, aunque hubo alguno que iba pidiendo paso y se llevaba la bronca (lógica) de los demás.

Caos por la incertidumbre y el miedo a la nube, en la cima de Somport.
(Foto: Pablo Segura/Diario del Alto Aragón)

En el Somport algunos suben, pero otros bajan de vuelta a casa ante la amenaza.
(Foto: Pablo Segura/Diario del Alto Aragón)

Pero lo peor aún no había llegado. Para mí lo peor del día fue todo el camino hasta la base del Marie Blanque, y la subida al Portalet, entera de pé a pá, horrible de frío y agua. Bajando desde Somport hasta el Marie Blanque fue una escabechina. En cada pueblecito, en cada casa por desvencijada que estuviera allí había bicis apelotonadas y gente dentro supongo que intentando buscar calor.

Yo sólo pensaba en comer, pero no sentía las manos del frío y no distinguía en los bolsillos qué era un plátano, qué era una barrita, el gel o el móvil. Hasta me costaba doblar el brazo hacia atrás para meter la mano en los bolsillos. Fatal. Además, si bajando la sensación de lluvia, por la velocidad, se acrecenta, encima empezó a llover más y más. Cayó un diluvio, era como una nube de agua, y nosotros allí atravesando aquello como si fuéramos un coche en un tren de lavado. Yo huía de toda rueda que se me pusiera delante porque, claro está, salpicaban muchísimo, y ya estaba bien con lo que tenía. Me pasaron cientos de ciclistas, pero todos íbamos haciendo nuestra propia guerra en un silencio absoluto de voces con el griterío de fondo del agua cayendo a chorros.

Iba tieso. Al final decidí parar a comer una barrita ante la imposibilidad ya no de cogerla, sino de abrir el envoltorio sin matarme por un resbalón. Aquello no estaba para hacer malabarismos. Al parar me di cuenta de la gravedad del asunto por dos detalles. El primero, que al bajar de la bici y pisar el suelo sentí que los cuádriceps eran piedras. Estaban tiesos como un muerto. Estiré un poco pero estaban bloqueados. Hasta me dolían. El segundo detalle fue que al intentar comerme la barrita vi que la mano que la sujetaba temblaba exageradamente. No la podía controlar. En realidad, tuve un momento extraño y me dio la risa. Si hubiera estado en compañía, me hubiera dado la risa tonta y nerviosa por más tiempo. No paraba de preguntarme qué cojones hacía allí en aquella situación tan escalofriante. Por supuesto, seguía lloviendo a capazos.

De la carretera hasta el Marie Blanque diría que han cambiado algún tramo. Hay como dos rotondas que me parecieron nuevas y un túnel que yo no recordaba. Carretera muy bien asfaltada y ancha, con charcos de metros de diámetro, muy majos. En el túnel había muchos ciclistas. No exagero con la idea que me vino a la cabeza: Al verlos a todos aquellos allí de pie, al resguardo del túnel, con los brazos cruzados buscando algo de calor, temblando todos y con caras de verdadero pavor, sin hablar nadie, alguno llamando por el móvil supongo que pidiendo socorro, me vinieron a la mente las típicas imágenes del exterminio nazi, con los deportados mirando con caras destrozadas, miradas perdidas y pidiendo clemencia. Pensé que era la guerra, que las personas de nuestro tiempo europeas de buen vivir, como no tenemos desgracias bélicas a la vista, nos las buscamos, como si la guerra fuera un reto y una Quebrantahuesos pasada por agua su símil en la sociedad del bienestar. Poner el cuerpo a prueba, la capacidad del hombre para sobrevivir ante las peores circunstancias, con un enemigo en el trasfondo, ya sea un ejército o unos cuantos puertos de montaña bicicleta mediante, con agua de por medio y mucho frío, para aderezarlo todo y que quede muy épico. Épico es el adjetivo, en realidad, y nosotros unos héroes, modestia aparte.


Pero la guerra continuó por aquello de que a la épica se llega cuando del toro te has comido hasta el rabo. En aquel eterno descenso quería buscar puntos donde poder empezar a pedalear y darle algo de energía a mis piernas. Energía en forma de calorcito, exigirlas para que volvieran a la vida. Era como una batería de coche que se ha quedado muerta y necesita un empujoncito. Si ponía el plato grande las piernas se atascaban, y tuve que ir poco a poco. Si venía un repecho corto, lo subía despacito para empezar a calentar, y luego poco a poco forzaba para que el músculo se adaptara. Psicologia muscular, manda huevos. El miedo era llegar al Marie Blanque y que no respondieran las piernas ante aquellos rampones.

Llegué justito en esta empresa de calentamiento imposible, pero llegué. La espalda era un palo de escoba y los hombros me dolían porque no varié la postura (manos en las manetas, siempre tocando los frenos...). Estiré todo el cuerpo como pude antes de las rampas duras. Allí hablé con un tío que me dijo aquello de "si hoy no aborrecemos esto, no lo haremos nunca" que tanta gracia me hizo por lo que le respondí sin pensar demasiado y porque él asintiera ante mi respuesta, sabiendo los dos que el ciclismo volverá a ganar y nunca colgaremos la bici salvo por fuerza mayor. Llueva lo que llueva.

El relato sigue en las rampas duras del Marie Blanque. Antes de ellas me tomé medio gel, como me dijo el gran Panorámix, y subí como un paseo. Pim pam y estaba arriba, empañada la vista como todo el día (o más en aquella especie de túnel de vegetación) y, os recuerdo, por si en el transcurso de la lectura os perdeis, lloviendo sin parar.

Allí arriba hacía mucho frío. Mucho. Bajé mirando por encima de las gafas. Sorteamos varias inmensas vacas (una preñada, espectacularmente gorda, como un coche de ancha, una imagen desproporcionada que me impresionó) que bajaban por la carretera y sembraron el pánico entre los ciclistas y los voluntarios, que se desgañitaban para que no hubiera ningún accidente. Ellas, sin embargo, estaban en su casa. En el avituallamiento de Marie Blanque tiré la bici al barro (¿importaba algo evitarlo? y chapoteé metiendo el pie hasta los calcetines en aquella pasta marrón para llegar a los puestos de comida. Dos lonchas de jamón de york y dos de queso (el pan de molde estaba congelado, se me hizo una bola en la boca y lo tiré), un plátano que ni en verano me lo tomaría tan frío y un vaso de coca-cola sin cubito pero con cubito. Dando saltos por el frío (saltos voluntarios y muchos involuntarios) me quise calmar pensando qué me quedaba de comida: dos barritas, las sales del segundo bidón, que estaba por la mitad, un plátano y cuatro galletas de chocolate). Decidí jugármela y no quedarme en aquel congelador, y me fui. Un apunte para los voluntarios que estaban allí repartiendo comida y bebida: Estaban congelados y aún nos intentaban animar, cuando nosotros teníamos la posibilidad de entrar en calor en las subidas y ellos no, allí quietos. Que alguien les dé un premio. Si éste son las gracias, pues ¡mil gracias!

El descenso fue literalmente un sorteo. Había muchos boletos para caerse por un resbalón. Yo forcé de freno trasero para evitar un bloqueo delantero y llegué a la planicie que precede al Portalet sin incidencias. Lo último que quería era pinchar. Hacerlo era el fin porque válgame lo que habría que hacer para cambiar la cámara sin sensibilidad en los dedos... Hubiera preferido tener una avería irremediable y subirme al autobús. No creáis que no pensé en lanzarle una piedra a los radios y decir que no había solución. Pero todo esto eran suposiciones que al final no se dieron, así que aquella planicie era el tramo en el que tenía que comer y recuperar todo lo perdido, cargar para la subida al Portalet y no desfallecer. Me zampé el plátano, una barrita de chocolate que me supo a gloria bendita, sales del botellín y las galletas. Oí de fondo a un vasco despotricar porque no había disfrutado ni un segundo durante todo el día. Y lo que le quedaba. Cuando acabé de comer, yendo a rueda de un pelotoncito a buen ritmete, estaba ya en la base del Portalet buscando calor.

¿Calor? 26 kilómetros de soledad, silencio, frío y lluvia. Nadie hablaba, casi nadie en las cunetas animando (normal), y lloviendo como todo el día. Hice algunas fotos con el móvil, que pese a la empapada estaba vivo, paré a llenar agua en el primer avituallamiento líquido y pedí un papel seco para limpiarme las gafas, aunque solo fuera por ver durante unos minutos después. El kleenex tardó como cinco minutos en llegar. Me congelaba allí esperando, pero mientras en circunstancias normales me hubiera ido sin más, me dediqué a examinar caras. Poemas todas. Los había que hasta les tiritaba la boca, los hombros. Miradas aturdidas la mayoría, bocas abiertas, soplidos, y una pena no poder entrar en cada una de esas mentes. Yo tarareaba "Princesa", de Sabina, para animarme y relajarme, aunque se mezclaba con el "Waka waka" de Shakira, ahora que con el Mundial está hasta en la sopa.

Sopa. Gafas limpias y a los diez minutos, de nuevo como una sopa. En la presa, donde siempre hay unos vascos friendo chistorra y dando alegrías y ánimos, esta vez sólo había desolación. Me di cuenta de que estaba en la presa al pasar la curva y darle la espalda al muro, para que veáis lo poco que veía a través de mis gafas. Lo que quedó de puerto fue una nueva parada en otro avituallamiento, con algunas pasas, algunos cacahuetes, tres galletas con nueces y dos vasos de coca-cola, una nueva meada cristalina y, sin poder evitar los temblores meando un poco las zapatillas (me acordé de Pedro en aquella Quebrantahuesos en que todo le daba igual de la tostada que llevaba...), de nuevo para arriba.



El resto fue la típica agonía por el kilometraje (unos 140 km en aquel punto), cabeza va cabeza viene, mirada al frente y al suelo, boca abierta y agua y agua y agua y frío y frío y frío y tiritona eterna. El viento, por suerte, era muy variable, y tan pronto era de culo como nos daba de costado, pero de cara poco... hubiera sido la puntilla para una muerte segura.

En el último kilómetro se empezó a ver gente, pero muy muy poca. Entre ellos, la Pepa, con mi hermana María, mi cuñado Carlos, Toni (primo de mi cuñado) y Noemí (la mujer), y una pancarta dedicada a mí. Qué cabrones. Soy un tío demasiado sensiblón y me puse a llorar como un tonto. La Pepa se me echó encima llorando también. Estaba empapada, todos estaban mojados de estar allí horas aguantando la lluvia, pese a los chubasqueros y los paraguas. Qué bonito fue aquel momento, me encantó. Sabía que estarían porque les dejé una mochila con ropa de invierno previniendo lo que sucedió de tanta agua y frío, pero no tenía ni idea de que tenían una pancarta. Hicieron dos, una para los Falcons, aunque desgraciadamente ninguno pasó por allí, y otra para mí. Con la flojera, el frío y todo, entiéndanseme las lagrimillas. La nota que yo llevaba para la Pepa quedó en agua de borrajas. Literal, porque casi ni se leía.

María, empapada, con la pancarta que al otro lado sujeta la Pepa.

Carlos, Toni y Noemí, antes de acabar calados hasta los huesos esperándonos en el Portalet.

Pasado el momento emotivo, les pedí las perneras, los guantes de invierno, un paravientos y el chubasquero. Raúl, que hacía una hora había pasado por allí, también cogió perneras y chaqueta, obviamente. Qué bien pensado estuvo esto de la mochila. Cada pernera y cada guante me costó muchísimo tiempo y la ayuda de todos para ponérmelos. Me despedí y acabé el puerto liberado de todo, de tensión y de frío.

El descenso me sorprendió que, a los 500 metros de bajar, estaba todo seco. Qué escándalo. Sentí una extraña sensación al ver que podía trazar curvas con tranquilidad sin miedo a patinar. Claro está, también había dejado de llover. De ahí a la meta no me cayó más que alguna gota en la Hoz de Jaca, donde paré a guardarme el chubasquero, a ayudar a un francés al que se le había salido la cadena, a reírme con un mexicano que debió de flipar ante tanta agua, y a volver a mear, otra vez transparente. Subí, coroné, bajé y al salir a la carretera principal volví a parar, le pedí a un motorista que me abriera la última barrita porque si me quitaba los guantes mojados no me los podría volver a poner, se echó unas risas solidarias conmigo y yo con él y ya hice el tramo final a rueda de un pelotoncillo, gitaneando esfuerzos y pidiendo a gritos una ducha caliente.
En realidad, fui pensando que en aquel momento, con la carretera seca y el sol fuera, tan abrigados algunos, hacíamos el ridículo, y me daba rabia que me daba la impresión que todo lo que habíamos sufrido no había sido para tanto. Por eso he escrito esto tan largo. Para guardármelo y releerlo cuando me venga a la cabeza que no fue tan bestia como se recuerda, y así darme cuenta de que no fue duro, sino estratosféricamente salvaje. Hoy me gotea la nariz. El cuerpo tiene memoria, y además al mío por lo visto le sobra líquido.

Con cariño, Rafa Esponja.


¿Cómo es posible que después de tanto sufrimiento uno tenga ganas de hacer el tonto?

13 comentarios:

Anónimo dijo...

Madre mia,
se me congelan los pies de leer esta fria y mojada crónica!!
Que fuerzas tuvisteis todos los que acabasteis. Fuerzas en las piernas, pero sobre todo fuerzas en la mente! Qué duro! Pero mira, algo más que contar a toda esta gente que no quiere salir en cuanto cae una gota. Aqui, dirían unos: Du bist nicht aus Zucker (no estas hecho de azúcar!). Tú puedes decir: esas gotas, no son nada. En la Quebrantahuesos 2010, si que hubo lluvia!!!
Mira, el anyo que viene, solo podra ser mejor!!!
Un beso muy fuerte!
Anais

Manu dijo...

Ole tus huevos, solo acabarla en esas condiciones ya es una azaña.

Raul dijo...

Rafa, enhorabuena por relatar lo q alli pasamos de forma tan realista! Como diria "el Luisma": "doy fe" de que todo fue tan duro o más de lo q cuentas! A ver si tienes otro presentimiento de esos q me dijistes en la SuperEspadan para el año q viene y aventuras una QH "normal", ni frio ni calor ni agua ni nieve! Un abrazo maquina.
PD: yo tampoco creo q "la" aborrezcamos, al contrario, si esto no nos ha parado, ¿qué hara falta para hacerlo?

Róber dijo...

La semana pasada el programa de Carlos Herrera hizo un programa sobre 'los jartibles de la bicicleta'. No me preguntes por qué, pero me vino tu nombre a la cabeza. Pensé en llamar o en darles tu número, por cansino. ¿Qué 'nesecidá' tendrás de hacer estas cosas?

Enhorabuena, campeón.

dani dijo...

animalaes, como dice la pancarta... Emocionante relato, y enhorabuena, sois unos locos. Recuerdo mi bajada en navarra lloviendo (5 míseros minutos sólo bajando, lloviendo a saco y con vaqueros (?!)y me hago una ligera idea de lo que es no ver en las bajadas, las gotazas en la conjuntiva y no saber qué hacer para que se desempañen las putas gafas de mierda... 8 horas así... ché, em trec el barret!!!
ale, a ver cuándo una "tranquila" con BTT!!!
Dani

Anónimo dijo...

yo no entiendo este amor ciego a sufrir, pero bueno, me quedo de nuevo con la boca abierta y un amago de aplauso pues tras leerte no puedo ni mover las manos. Sigo pensando que eres un superhéroe sin disfraz (o tal vez sí tengas disfraz...)
besitos
chela

El Tito de S. dijo...

¡ !

petry dijo...

Este es el pedazo de hijo que tengo. Yo de todos modos estuve todo el día pensando en si le pasaría algo a mi niño. Menos mal que este año has acabado sin !!problemas!!. ¿ sí ? ya me confirmarás.
Besos

Juanje dijo...

Sin palabras. Puedo decir que ha valido la pena emplear 8:36:07 en leer tu crónica meona. La he vivido tanto, la he sentido tanto que cuando he acabado tenía la 'gallina de piel', de frío y de emoción. ¿Cuándo estarás por la terreta para darte un par de galletas, digo de abrazos y así entras en calor? Y no me creo que te arrepientas de no haberte retirado. Estás enfermo pero, ¿con qué ley condenarte, si somos juez y parte todos de tus andanzas?

Anónimo dijo...

Carlos, Toni, Noemi i jo (Pepa) vam decidir fer primer el recorregut en cotxe per conèixer quan de dur és el trajecte. Era una bona idea, però des que vam passar Canfranc va començar a ploure i molt i ja no em va agradar tant la idea perquè sabia de primera ma el que anaven a patir els ciclistes. El temps estava molt tancat i feia molt de fred. Jo vaig dir d'enviar-li un missatge al Rafa però tots em van dir que no que després milloraria. No va ser així. Vaig patir molt. No d'esforç físic, sinó de pensar com de mal estaria passant-s'ho. Rebíem notícies de voluntaris de la creu roja que ens deien que hi havien molts retirats i moltes hipotèrmies. Algun acccident? em van dir: No, no et preocupis. No em vaig poder aguantar i li vaig enviar un missatge. Ell em va contestar però el vaig rebre quan estava ja en el hotel descansant. Sí, ja sé que Rafa és prudent i que controla molt, però la por no se la trau ningú. Carlos, Maria, Noemi i Toni em van animar molt i vam aguantar com uns "campions" com ens deien alguns ciclistes animant-los durant més de quatre hores aguantant la pluja, el vent i el fred. A Maria i a mi se'ns congelava la mandíbula en moments i no ens sortia: "ànimo que ya estais", "Sois unos campeones" "Valientes..." i la gent encara ens agraia que estiguessim alli. Són tots uns herois, de guerra, com diu Rafa. Si no es va i es veu per molt bé que ho hagi descrit Rafa no se sap mai el sufriment i la duresa d'aquesta cursa. És molt dura. Però ja sabeu, l'any vinent estaré allí com una sufridora més arribant al cim del Portalet, animant tot el que pugui.
La Pepa

José Vte. dijo...

Cabronazo!! Me has puesto los pelos como escarpias con tu crónica... Y me has hecho recordar la Marató i Mitja de 2008 que no me atreví a acabar..., hasta el año siguiente, en seco. Sóis héroes, tú, todos los que acabaron y l@s que os apoyaron desde las cunetas. Envidia, te decía en la previa... Ahora que lo leo, pues igual no mucha...

Mary dijo...

Efectivamente, hicimos el recorrido previo en coche y empezamos a pensar que incluso suspenderían la carrera. Las palabras de ánimo a la Pepa ("després sortirà el sol") no eran sentidas porque todos estábamos igual de asustados. Como ha dicho Rafeta, "llovía a capazos" y el frío era exagerado. Pero exagerado. Pepa, Carlos, Toni y yo (Noemí se quedó en el coche) llegamos a desvariar, a soltar estupideces sin sentido pero que nos divertían y que nos motivaban a aguantar hasta que llegara nuestro héroe de la jornada. En una de esas yo solté a voz en grito "Mira Rafa, estamos aquí porque te queremos pero como te hayas retirado y no nos avises ¡¡¡te mato!!!". Todo de buen rollo ¿eh? con muchas risas. La Pepa le pegaba la bronca al pobre Carlos "però Carlos, Rafa vé o què???" como si de él dependiera que apareciera por la curva, Carlos chillaba al aire "¡¡¡Rafaaaaaa!!! ¿Estás ahí?" y Toni preguntaba a los ciclistas "¿habéis visto a Rafa?" a quien algunos respondían con humor "¿Rafa? sí, por ahí detrás viene". Qué ciclistas, qué agradecidos ante nuestros ánimos.
Fue mi segunda QH (como público, por supuesto) y, aunque tremendamente dura, también será la que más recuerde: fue en la que más me divertí y en la que más sentí la locura ciclista y el amor fraternal. Eso es amor, aguantar cuatro horas bajo la intensa lluvia "sólo" para ver la emoción de mi hermano al ver la pancarta y a su gente esperándole con la sonrisa en una boca que ni podíamos mover. Fue una experiencia aterradora y congeladamente increíble.

David dijo...

Ya veo que la QH este año fue dura dura. Yo aún no he hecho ninguna pero viendo tu texto creo que jamás la haré jejeje...

Enhorabuena por el blog, es muy ameno. Te linko.