07 junio 2010

Hostias como panes

En mi primer triatlón en Gandia, hace cerca de cuatro años, temblaba como un tonto. El mar estaba picado y la organización buscó la alternativa del puerto. Allí, mar en calma, agua estancada. Aquello daba grima verlo: verde oscuro, manchas de aceite por aquí y por allá, bolsas de plástico... Pero con el neopreno calzado, con las pulsaciones acelerándose, con el sudor y los nervios, ya no había quien lo parara.

Sonó la bocina y saltamos todos al agua. Yo llevaba la cinta de las gafas por dentro del gorro, como me habían dicho los veteranos, para evitar que éstas saltasen al recibir los manotazos. Efectivamente, al dar la primera brazada ¡zas! hostiazo que me dieron en la cabeza. Acto seguido recibí otro izquierdazo en la espalda, y cuando estaba a punto de salvar la primera boya, alguien por detrás me cogió del pie, se autoimpulsó y me envió al fondo del mar, matarilerilerile.

Allí estaba yo, tragando agua con sabor a gasoil, oyendo el rugido de la zodiac que nos acompañaba, e intentando salir a la superficie entre aquella maraña de triatletas. Pensé que me ahogaba, y al salir me puse a nadar de espaldas para recuperarme, evitando los vómitos como pude. Abandoné aquel puerto inmundo y me subí a la bici. Me había olvidado ya de las hostias que, hacía poco, me habían dado en el agua, porque allí al pie del cañón estaban los míos animándome a recuperar posiciones.



Esto podría ser lo que siente un triatleta al entrar al agua con todos queriendo ganar posiciones.

1 comentario:

José Vte. dijo...

Buena manera de entrenar, je je...