08 julio 2009

Luis Vives-Ferrándiz: "Andy me dice que ya sólo quedan 20 km, en bajada; volamos hacia la meta"

Hoy acabamos las crónicas de la Quebrantahuesos con Luis. Su crónica es apasionante. Dice: "Un motorista nos para y pasamos un grupito en fila al lado del accidentado. Dudo si mirar o no… y miro. Un pequeño reguero de sangre sale de su cabeza y moja el asfalto, mientras una de la Cruz Roja le aplica ventilación. Chungo, muy chungo. Andy, Rafa y yo seguimos". A leer.

Es difícil, muy difícil, escribir, describir, narrar con palabras la experiencia de la Quebrantahuesos. Dureza, miedo, tensión, frío, calor, tiritera, sudor, rabia, emoción… son palabras que obligatoriamente deben aparecer en cualquier crónica de lo que pasó el sábado. Lo primero de todo es contar mi satisfacción personal por haber acabado con un tiempo digno los 205 km de la prueba en 10 horas y 2 minutos. Es el tiempo total, incluidas las paradas en las zonas de avituallamiento y descansos oportunos, mientras que el tiempo real, montado en bici, pedaleando, subiendo y bajando, fueron 8 horas y 50 minutos. Para mis condiciones físicas y el poco tiempo que he podido entrenar me quedo muy satisfecho. La acabé, que es lo que quería, sin rampas, ni calambres. Pero no todo fue fácil, ni mucho menos.



Amanecimos el sábado en Jaca a eso de las 5 de la madrugada para poder desayunar con tiempo y coger el coche para acercarnos a la salida en Sabiñánigo. Mi desayuno consistió en un tazón de leche caliente con Cola-Cao, cuatro galletas, cruasán relleno de chocolate, tres vasos de zumo de naranja y dos tostadas con mantequilla. Había pasta con tomate para desayunar pero, a esas horas de la mañana, no me apetecía sumar un plato más de pasta a los 2 ó 3 que me tomé para cenar la noche previa.



A las siete y media salimos de Sabiñánigo, camino de Jaca y el primer puerto, el Somport. Cargo en el maillot cerca de 9 barritas energéticas. Hace sol y un poco de fresco, por lo que decido vestir manguitos desde la salida. La salida es muy rápida, nadie se quiere quedar atrás y cada uno se dedica a saltar de grupito en grupito para no gastar fuerzas ni tiempo. La llegada a la base del puerto se hace rápida y cuando las primeras rampas aparecen, no muy duras, se empieza a fragmentar la cosa. Sopla una aire de cara fuerte y frío, la carretera es buena, ancha y cortada el tráfico. Voy regulando fuerzas, sin forzar las piernas ni desarrollos. Pasamos por Canfranc, al lado de la estación de tren, preciosa, clavada en el valle, rodeada de árboles, verde por todos los lados. Vamos por el pueblo y veo lo que no había pensado que pasaría. Rafa sentado en una ambulancia. Me asusto mucho. Nos cuenta que ha habido una montonera, que Diego también se ha caído, que no la han podido esquivar y que se ha hecho un corte en el dedo. Andy y yo seguimos, maldiciendo la mala suerte de Rafa. Este año la había preparado muy bien, quería hacer buen tiempo… meses de trabajo al garete por un caída… la lotería del ciclista.



La subida se hace más exigente, empieza a tomar forma de puerto, con rampas más duras, pero se hace llevadera. Llegamos a Candanchú, con mucho público (de familias) en la cuneta, animando sin parar. Y aquí la cosa se complica, y mucho, porque la bajada se antoja complicada: una gran niebla empieza a envolvernos a medida que vamos llegando a la cima, niebla que moja la carretera y apenas deja visibilidad… y que baja la temperatura a un frío húmedo que se mete en los huesos. A un km de la cima paramos en el avituallamiento. Aunque he comido una barrita en la salida me zampo un pastel de almendra, un pepito de jamón y queso, un poco de plátano, vaso de coca-cola y lleno el bidón que ya me he bebido. Coronamos el puerto y me asaltan muchas dudas. La carretera está empapada, la niebla es muy espesa, apenas se ve a 20 metros y veo gente que abandona la marcha por miedo, por no arriesgar en la bajada. “No vale la pena. Yo por ahí no bajo”, nos dice un hombre de Alboraya que da media vuelta y abandona la marcha, cuando apenas ha empezado. Yo decido seguir con mucha cautela. La bajada es peligrosísima, con una persona de la organización en cada curva, con banderas rojas, señalando el peligro. Bajo muy lento, muerto de miedo, tenso, con cien ojos en cada curva, cada charco, cada todo, sin ver casi nada, y frenando sin parar. El frío me congela los pies, los noto rígidos y medio dormidos… y las manos también. Me prometo a mi mismo que no vuelvo a hacer esta locura, que es muy peligroso, que quizás sea mejor abandonar, que no vale la pena arriesgar tanto.



Poco a poco la bajada se hace menos peligrosa, el asfalto se seca y avanzamos por suelo francés, unos 20 km de descenso rápido a los pies del Marie Blanque, el segundo puerto de la marcha. Me animo, decido seguir y me como una barrita más. Vamos en un grupo de unos 20 ó 25 ciclistas. En una recta, enganchón y caída. Por suerte estaban unos metros delante y los podemos esquivar. Esto es peligroso, me digo mientras los pies empiezan poco a poco a tener sensibilidad. El sol nos ha dejado y hace mucho frío.



El acceso al Marie Blanque es un embudo. Los primeros km no son muy duros pero los cuatro últimos son infernales, a eso del 11% y 12% de pendiente media. La carretera está rodeada de vegetación lo que hace que se note mucha humedad. No hay grandes curvas sino que es como una recta que sube y sube, serpenteando, lo que permite ver la procesión de ciclistas que en silencio sube a un ritmo lento, muy lento. Hay gente que se baja y lo sube andando. Yo vuelvo a pensar en abandonar o seguir su ejemplo y poner pies en tierra. Este puerto es muy duro, no tengo fuerzas para subirlo y me duelen mucho los riñones. Me paro en una pequeña curva, al lado de otros tres ciclistas que tampoco pueden con la ley de la gravedad. Miro la procesión, los que andan y los que pedalean. Miro atrás y se para otro ciclista. Los dos nos miramos directamente a los ojos, buscando una mirada cómplice que nos diga “te entiendo, no pasa nada, uno se para, descansa y a seguir”. No hacen falta palabras en estos momentos… o no hay fuerzas para articularlas. Relajo la espalda y sigo. Quedan dos km y voy dando pedaladas con los riñones. Adelanto a Carlos, el cuñado de Rafa, con la mirada perdida, concentrado en lo suyo. “Ánimo” le digo, pero ni me oye, es como un espectro automático que pedalea sin pensar en otra cosa. Quedan menos de 2 km y me vuelve a doler la espalda. Vuelvo a parar y vuelvo a arrancar. A medida que se acerca la cima hay más gente que nos anima, que nos llama campeones, que nos dice que ya está hecho, que queda poco. Coronamos, Andy me espera y vamos al avituallamiento. Toca parar y descansar espalda y piernas. Tengo hambre y me como dos pasteles de almendra, dos pepitos, plátano y coca-cola. Llega Rafa y nos cuenta lo que ha pasado. Está triste, muy triste. Le han cosido dos puntos en la mano y ahí que ha seguido en carrera, para acabarla. Almorzamos y bajamos juntos. Me dice con lágrimas en los ojos que está destrozado anímicamente, que había preparado con mimo esta marcha, que quería hacer un buen tiempo. Le intento consolar comentándole que podía haber sido mucho peor y le invito a que disfrutemos juntos de un rato de pedaleo, como cuando empezamos en aquel lejano 1998 a salir juntos con la peña de Alboraya. Y ahora, ahí estábamos, juntos, en los Pirineos, pedaleando juntos, uno al lado del otro, apoyándonos.



El descenso se complica y baja una ambulancia a toda pastilla. Caída más adelante y de nuevo miedo, mucho miedo. Un ciclista está tumbado en la carretera y sacan una camilla de la ambulancia. Un motorista nos para y pasamos un grupito en fila al lado del accidentado. Dudo si mirar o no… y miro. Un pequeño reguero de sangre sale de su cabeza y moja el asfalto, mientras una de la Cruz Roja le aplica ventilación. Chungo, muy chungo. Andy, Rafa y yo seguimos el camino hacia el Portalet, la tercera subida. Desde aquí ya no hay tráfico cortado. Me animo pensando que queda menos de la mitad porque ya hemos pasado los 100 km y, además, no hace tanto frío.

El Portalet es el juez de la prueba. Son unos veintitantos km de puerto, con pendientes suaves, algunos momentos más duros, pero lo que se dice una subida larga y tendida que con paciencia y buena alimentación se puede hacer bien. Si vas mal, aquí lo vas a pagar muy caro, y si estás bien vas a volar a la cima. El puerto es precioso, con cascadas de agua a los lados, vacas pastando a tu lado, verde infinito en todas partes, caballos sueltos, algo de nieve en algunas cimas, túneles de piedra… y belleza por todas partes. Es el mejor recuerdo que tengo de la Quebrantahuesos. La subida me cuesta un poco, noto algo de fatiga y calor y no cojo el ritmo. Me dan algunos amagos de calambres y en un avituallamiento líquido paro a estirar y beber. De ahí a la cima un festival de belleza. La pendiente no se me hace dura, me he puesto un ritmo llevadero y la gente anima sin parar. Vascos por todas partes animando a todos los ciclistas, dando agua, bebidas energéticas, aplaudiendo… un ambiente increíble y eso que dicen que este año había poca gente.

Corono el puerto y empezamos a bajar. De nuevo el miedo. La carretera es ancha de tres carriles, con aire a favor en la bajada… pero con tráfico. La bici se embala… mucho… y me da más miedo todavía por los coches. Por suerte paramos pronto en un avituallamiento. El último del día. Como lo mismo y seguimos. Queda solamente la Hoz de Jaca, un pequeño puerto de tres km con rampas muy duras. Bajo con mucha cautela y llegamos a pie de puerto. La carretera es mala, muy mala, la bici parece que se pega y con la paliza de 150 km en las piernas el cuerpo ya no está para estos trotes. Lo subo como puedo, riñoneando, a punto de pararme… pero lo hago todo de una. Al bajar al pueblo hay un pequeño avituallamiento líquido y una abueleta me da un vaso de agua. Lo bebo y la tengo ahí al lado, rellenándomelo, cuidándome. Me llena el bidón, me da más vasos de agua, se queda a nuestro lado para darme todo el agua que quiera. Ella ya no se acordará de mi hoy. Habrá dado agua a otros miles de ciclistas… pero yo si. Le doy las gracias y seguimos.



Andy me dice que ya sólo quedan 20 km, en bajada, que si apretamos podemos hacer menos de 10 horas. Cogemos a varios grupitos y volamos hacia la meta. Andy está fuerte y pone un ritmo exigente. A mi me cuesta seguirlo. Me fallan las fuerzas. Quedan 10 km y pienso en comer pero tengo el estómago saturado. Aguanto como puedo pero ya no me quedan fuerzas, Voy por inercia y me descuelgo del grupo. No puedo más, me da igual hacer menos de 10 horas. Llegamos a Sabiñánigo, entramos en recta de meta y le doy las gracias a Andy, por estar conmigo toda la marcha, por cuidarme, por pararse conmigo, por tirar de mi, por verlo todo positivo y por la lección de compañerismo que me enseñó. Gracias Andy, de verdad. Estoy reventado pero satisfecho y contento. Incluso se me pasa por la cabeza volver el año que viene.

No hay comentarios: