13 mayo 2010

El Parque Natural de Aiguamolls de l'Empordà


Una cigüeña asea su nido en las alturas mientras un cisne blanco y altivo pasea su belleza por el humedal, lleno éste del parpar de los patos, bien no se sabe si por discusión o festividad grupal; en ese momento, las vacas de un prado cercano miran al suelo a lo suyo, mientras los caballos blancos -un poco flacos pero de buena presencia-, no mucho más lejos, las miran inmóviles; detrás, en otro humedal, la garcilla cangrejera picotea el agua buscando insectos con los que alimentar su menudo cuerpecillo. Es el Parc Natural dels Aiguamolls, situado entre Figueres y Roses, en la provincia de Girona.


Es un lugar pequeño, familiar, dejas el coche en el párquing al que accedes por una carretera de juncos y cañas, y ya estás dentro. En marzo es un humedal en toda regla, atestado de aves. Se visita andando tranquilamente -en bici hay restricciones por pasados problemas entre ciclistas y viandantes- y en unas dos horas se disfruta muy bien, con su calma, tan cerca y tan lejos como está de las zonas urbanas.





La visita incluye miradores camuflados allí donde se arremolinan sus moradoras aves. Entre el respetuoso silencio, decenas de fotógrafos aficionados, con sus 'cañones' preparados y ultrasensibles, se prestan a sacar la mejor instantánea que combine al animal, la luz del día -no es lo mismo al alba, al mediodía o al atardecer-, el brillo del agua, todo, mientras los niños que se inician en la aventura de la naturaleza los miran boquiabiertos, a ellos y a aquellos animales que tienen tan cerca, ajenos a las miradas humanas; los padres sonríen al ver aprender a sus hijos.

La vegetación que hay allí, en las mismas orillas del río Fluviá y del Muga, es sobre todo carrizo, eneas o espadañas, junco de laguna, lirio amarillo, llantén de agua, malvavisco, salicaria... Hay además un sinfín de prados inundables con agua dulce durante parte del año, dedicados al pasto de caballos y vacas.


En cuanto a su fauna, lo más interesante por ser lo más accesible a primera vista y a los oídos del paseante son las cigüeñas y su crotorar (ojo a la belleza de esta palabra, como la del parpar de los patos...), que es el sonido que hace este ave con el pico. Sonido que por otra parte es maravilloso escuchar en cualquier lugar donde anidan, habitualmente en las torres de las iglesias (este es uno de mis recuerdos visuales de Segovia y Castilla), pero más en este paraje natural donde el silencio amplifica el sonido de las aves y del viento al mover las plantas y las hojas de los árboles. Estar allí es compartir ese momento con ellas, símbolo de la migración. Por cierto, que el cambio climático las afecta, y he leido que últimamente muchas cigüeñas se asientan en lugares de por sí húmedos y donde no hace excesivo frío en invierno, ni demasiado calor en verano, tal es el caso de este humedal de la provincia de Girona.


Pero además de cigüeñas campando a sus anchas por els Aiguamolls, hay
más de trescientas especies (en concreto, 329, de las que 82 anidan allí de forma regular), muchas protegidas y preciosas. Sobre todo se encuentran allí el pato real, la polla de agua (tal cual: Gallinula chloropus), la lavandera boyera (ojo al apelativo de la lavandera...) y el carricero común (tal vez por común no merece ni mención).

Entre las aves migratorias más representativas destacan la garcilla cangrejera (muy maja esta, como la garza real que estamos acostumbrados a ver en la Albufera, pero en pequeña), el morito, el flamenco (este ave huye de mí, nunca lo ví en Doñana, tampoco en Aiguamolls, sigo pendiente de ese encuentro ante este ave que me fascina), la cerceta carretona, el águila pescadora o la polluela bastarda (entre que es polluela y que es bastarda, pobrecita...). Además las guías hacen una mención especial a los limícolas (aves habitualmente de patas y pico alargados; son, además, aquellas que ocupan las zonas húmedas, y su presencia habla de la calidad del humedal en cuestión), ya que regularmente se ven hasta 32 especies diferentes.


En invierno, els Aiguamolls, así como la bahía de Roses, recibe centenares de aves que vienen del norte y el centro de Europa. El censo de patos en un mes de enero es de unos 15.000 ejemplares. Y mientras toda esta información me asalta hoy, el recuerdo de aquella paz forma una conjunción de sensaciones de haber estado en un lugar mágico como cualquiera de esos en los que no hace falta más que un ave soñadora, un cuadrúpedo tranquilo y rumiante, y el sonido del viento y del agua, para pensar que no todo en este mundo es sequedad ni insensibilidad.


El crotorar de las cigüeñas, en Alfaro, en un vídeo extraído de internet, da muestra del sonido de estas aves... atentos a las estructuras metálicas en el tejado que el hombre ha creado para que ellas aniden allí.


Desde lo alto de los silos de arroz, hoy miradores explicativos, se alcanza a ver todo el paraje. En los peldaños de las escaleras de caracol, huellas dibujadas de bípedos y cuadrúpedos, junto con sus respectivos nombres, amenizan la ascensión.


Fuentes de este reportaje:
- Experiencia propia, visual y lectora, in situ.
- http://www.roses.cat/es/Turisme/Natura/AiguamollsEmporda.aspx
- http://www.mma.es/secciones/biodiversidad/especies_amenazadas/vertebrados/aves/limicolas/limicolas.htm

1 comentario:

Anónimo dijo...

La tranquil·litat dóna pau i el contacte en silenci amb certes espècies animals fa que puguis formar part d'un paratge que ens recorda que tot ser viu, i això ens inclou a nosaltres, estem aquí per alguna raó.

Pepa...