03 mayo 2010

Por la Vall de la Gallinera y de Alcalá

En el poblado morisco de l'Atzuvieta.

Mohammad Abu Abdallah Ben Hudzäil al Sähuir es más conocido como Al-Azraq, el de los ojos azules. Hijo del gobernador, el valí Hudzäil al Sähuir, y de madre cristiana, tuvo su poder en el siglo XIII en las pocas tierras valencianas que Jaume I le cedió, tras la instauración del Reino de Valencia, en la Vall d'Alcalá, donde nació, y de la Gallinera, ambos en la provincia de Alicante, lindantes con la de Valencia. El rey aragonés quiso darle su espacio a Al-Azraq, pero éste volvió a las armas acuciado por su pueblo, que le pedía respuestas ante el maltrato cristiano. Tuvo la vida de Jaume I en sus manos, pero al final murió, en Alcoi, en 1276, mientras cercaba la ciudad por un nuevo triunfo en el campo de batalla. Poblados moriscos como el de Atzuvieta permanecieron en el tiempo unos años más, hasta que en 1356 fueron abandonados, dejados en manos de esporádicos pastores y rebaños, hasta que la expulsión de los moriscos en 1609 dejó todo aquello vacío, con pequeños grupos de repobladores cristianos en el siglo XVII, hasta su completo abandono en el XVIII. Hoy son piedras que se mantienen en pie, pese al expolio de algunos delincuentes, que ven en su piedra vieja y aquellos arcos moriscos un lujo para sus casas particulares, ante la impotencia general. Todo esto lo reviví junto a Alberto Medina, quien me llevó en volandas por aquellos vericuetos, montados en bici, con salida y llegada en Oliva, en una jornada de 112 kilómetros, sol y mucho que aprender, allá por dónde nos llevaba la carretera, las piernas y las ganas de combinar deporte y algo de historia.

Alberto, por la Ruta de los Ocho Pueblos.


La jornada, para los curiosos del pedal que quieran un día acercarse por allá, e incluso para los que lo quieran hacer en coche o en moto, nos llevó por los siguientes pueblos: Oliva, Pego, l'Atzuvia por la CV-700, para entrar de lleno en la magnífica y tranquila Vall de la Gallinera, y entonces meternos en el mismo barranco, con algo de agua allá abajo, y luego en el pequeño camino asfaltado entre pueblos minúsculos, algunos abandonados y otros a punto de estarlo, en lo que se conoce y está marcado como La Ruta de los Ocho Pueblos, un tramo de apenas 14km: Benirrama, Benialí, Benissivà, Benitaia, la Carroja, Alpatró, Llombai y Benissili, antes de llegar a Planes poco después de pasar cerca de Catamarruch.


Llombai, pueblo abandonado en la década de 1970; al fondo, en el pico cortado por la foto, el castillo de Al-Azraq, aún en parte en pie.


Desde Planes, dejando allá arriba su castillo y su magnífica vista, encaramos más cuesta arriba si cabe, justo desde la rotonda que hay antes de entrar al pueblo y que enfila la CV-708, hacia Benialfaquí, luego Almudaina, para más tarde dejar a la derecha y abajo Benillup, y coger la CV-710 hacia Millena, por una doble curva con pilones en los bordes del barranco, y pared vertical al otro lado, donde sólo faltan los indios allá arriba, aunque puede que estuvieran, porque cuando saqué el móvil para hacer una foto, éste cayó de mi mano como si una flecha lo hubiera derribado, para darse un fenomenal golpe contra el asfalto, a 40 por hora, aunque, milagro, sobreviviera. Como en las películas de vaqueros.

El buen humor va en proporción a la buena compañía.


Dejando Millena descendimos a Gorga, donde almorzamos y luego encaramos la CV-754 hacia Quatretondeta, luego Fageca, y de allá a la izquierda, por la CV-720, luego hacia Tollos por la CV-713, y Beniaia, Alcalá de la Jovada, por allá donde la Vuelta a España pasara el año pasado tan rápida, visto y no visto, y por la CV-712 a la Vall d'Ebo, donde los patos descansaban a la sombra de un árbol milenario, y justo después de pasar cerca de la Cova del Rull, donde yo prometo adentrarme algún día.

Uno de los arcos moriscos que aún sigue vivo en l'Atzuvieta; en primer plano, el 'roto', a la derecha, de la base del que falta y que alguien ha robado.

Desde la Vall d'Ebo sólo quedaba subir el puerto de unos 3 kilómetros, dejando el espectacular y amenazante Barranc de l'Infern a la derecha y allá abajo, muy abajo y muy lejos, para poco después coronar y regalarnos un maravilloso descenso teniendo de fondo la marjal de Pego, Oliva y todos los pueblos costeros de alrededor, y por supuesto el esplendoroso mar, inmenso Mediterráneo.


La marjal de Pego, abajo; el Mediterráneo de fondo. Impagable vista.

Y todo gracias a Alberto, que es un maestro en esto de conocer lugares magníficos, como el de esta jornada con lavadores antiguos, algunos con techumbre y la mayoría sin ella (extraña circunstancia), con sus miles de fuentes repartidas entre pueblos, entre bajadas de agua, en las plazas de cada localidad, allá donde uno se las espera y donde no, con la Foradà en el fondo, aquel hueco de ocho metros que se ve minúsculo en lo alto de la montaña, cuando buscas la Vall d'Ebo y a la izquierda el agujero te indica que más allá es Valencia, y más acá Alicante.


¿Buscas una fuente con agua clara y fresca? Pregúntale a Alberto o a Rafa; dicen que las huelen, pero no es cierto, porque ellas están siempre donde deben estar. Esperando.

Son esos momentos en los que piensas que vivir un día así es por lo que hace años decidiste hacerte cicloturista, porque cuántos y cuántos lugares me serían desconocidos si no fuera por el esfuerzo de levantarse a las seis de la mañana, montar a tu bici y decirle: "Venga, preséntame a Al-Azraq y cuéntame su historia, acércame a su entorno, y dime cuán lejos le era el mar teniéndolo tan cerca". Siempre hay alguien que te lleva, a veces eres tú quien lo hace, y siempre se agradece, por lo que recibes y otras tantas veces por lo que das. Al día siguiente, yo lo hice con mi amigo Txurro. Pero esta será la siguiente historia.


Alberto haciendo de guía, señalando la Foradà camino de la Vall d'Ebo.



La Font dels Dos Xorros, en Quatretondeta, agua clara para el cuerpo; los hay quienes no se fían de estas fuentes, expuestos como están desde que nacieron a prejuicios y exceso de limpieza; aquí sólo hay agua, mirar más allá no es beber.


Uno de los puentes que atraviesan los pequeños barrancos que llevan de Gorga hacia Quatretondeta, entre montañas arcillosas que amenazan deshacerse con la próxima lluvia.



Alberto, subiendo hacia Almudaina, entre algunas de las copas de los árboles -pinos, cerezos, olivos, almendros, melocotoneros- dobladas por el peso de la nieve de este invierno.


Alberto es conocido por sus emboscadas ciclistas, como ésta, con un porcentaje muy alto que te pilla de sorpresa. En honor a la verdad, hay que decir que sólo fueron unos metros.




Aquí se prensaba la oliva, por el caño bajaba el aceite, y de recogido al comercio o a la mesa.


Esto es cicloturismo. Ella te lleva, tú pedaleas y, cuando quieres, paras, descansas... y lees. Pero siempre aprendes.


Que sea todo muy bonito no quiere decir que no haya que sufrir un poco. Ni una casa hasta donde alcanza la vista, ni por delante ni por detrás.


Las rampas son las protagonistas durante todo el día, en tramos de dos kilómetros en lo que se conoce como un auténtico rompepiernas.



No puedo dejar de agradecer a Alberto el gran día que me hizo pasar.

2 comentarios:

Raul dijo...

Muy chula la ruta, eh??? Y eso es lo bueno del ciclismo, que permite conocer esos parajes!!! como me gustaria acompañaros... Esos son los entrenos buenos q gustan, paisajes y amigos, correr ya se correra en las competis! Un abrazo

Luis dijo...

Qué pena no haber podido ir... pero la tesis mandaba.