18 abril 2012

Entre sendas y montañas


Entre las lluvias y nieves de los últimos días, aparece una jornada soleada y con algo de calor, y entonces los ciclistas setas de los que un día hablaré salen por doquier. El compañero Guy Diaz me enseñó el otro día caminos maravillosos cercanos a la Seu d'Urgell, desde Aravell hasta Castellbó, Vilamitjana y otros desvíos que guardo en la memoria y espero no olvidar.

Meses hacía que no desempolvaba la bici de montaña, y si ya de por sí soy un 'carretero', entre piedras, matojos, agujeros, desniveles imposibles y demás, soy como un globero camino de El Saler un domingo por la mañana. Me siento tan perdido, tan fuera de juego, que quien me acompaña disfruta sacando imágenes de mi sufrimiento, porque tal existe.


Dice la Pepa que tengo que fortalecer mis brazos y mi espalda, y le tengo que dar la razón, pues en bajadas de este tipo, uno necesita de una amortiguación corporal que compense el lamentable rendimiento que da la suspensión de mi bici, un trasto de los que no se rompen ni pidiéndolo a gritos. En ello estaba, en esa lucha contra la piedra traidora y el agujero vil, cuando en una de aquellas bajando por una senda frondosa en el suelo con hojas y tierra removida por las últimas lluvias, debió de clavarse la rueda delantera en un pequeño espacio de tierra, y allá que el menda salió volando cual pajarillo, con la reacción habitual de manos delante y clavícula a un lado. Nada pasó, excepto un rasguño en la rodilla, puesto que el lugar era, de por sí, blando, pero el susto hizo que el resto del 'partido' fuera reservando por si me sacaban la segunda tarjeta amarilla, no fuera que me tuviera que ir a la ducha antes de tiempo, con roja y sancionado.


Antes de la anécdota, habíamos superado una ascensión magnífica y dura para mí, saliendo como estaba de una gripe demoledora, pero hermosa como ella sola. Alcanzamos considerable altura, hasta que, como todo lo que sube, baja, y se me encendieron las alarmas cuando Guy, trabajado valiente en esto de los descensos, dijera de viva voz en alguna curva que hasta él dudaba de pasar. Ante este panorama, yo tenía que poner el pie en el suelo, y así hice en alguna curva a derechas que, si no es por mis miedos, hubiera probado con resultado de dientes rotos y clavícula nueva. Dejé la valentía para otros momentos de mi vida, tales como por ejemplo sentarme en un sofá, y saqué el manual del prudente y buena persona.


El día finalizó con mejor anécdota, pues en el último descenso, el bueno de Guy captó la presencia de su padre y su perro justo por una senda cercana en plena montaña, sorprendiéndome a mí tal casualidad, pero no a ellos, pues por lo visto el hombre, avezado montañero, anda habitualmente entre maleza y arboleda abriendo sendas y descubriendo trazos. Huelga decir que, el can, con tan solo ocho meses de vida pese a su peso y estatura, no dudó en seguir a los ciclistas montaña abajo y lenguajo al viento, lo que me llevó a disfrutar, yendo como iba detrás de él, de su pericia en el descenso, sin frenos de disco ni mecánica, utilizando tan solo su instinto y una aceleración y frenada que ni un piloto de rallys. Con ello cerramos un día de bici y montaña con 28 kilómetros que ya tengo ganas de enseñar a los amigos valencianos, tan acostumbrados al pino mediterráneo.

1 comentario:

José Vicente dijo...

Son ganas de hacerlo complicado... Con lo fácil que es bajar corriendo con unas buenas zapas de trail cual cabra montesa... Aunque ello tampoco impide besar el suelo alguna vez, suerte que no fue nada.

Saludos desde la cueva.