No hay nada que me guste más que salir con mis amigos en bici. Es que me parece una fantástica unión de sentimientos aletargados por las distancias del día a día entre nosotros, con nuestro pasado más activo de la postadolescencia. Todo confluye en una amistad que la bici permite mantener. ¿Es o no es bonito?
Pueden pasar meses sin ver a alguno de estos amigos, pero sin embargo, cuando nos volvemos a ver allá que allá, nos saludamos como si ayer mismo hubiéramos estado charlando, y hasta nos insultamos con una confianza memorial. Eso es lo que me encanta, esa naturalidad.
Luego llega el momento de darle al pedal, y ahí todos somos los mismos de siempre. Está el lanzado, el que se queda subiendo y baja como un diablo, el que se queda subiendo y también bajando, el que abre poco la boca pero cuando la abre es para soltar una bien gorda, el que sabe por dónde va y economiza esfuerzos, el que aconseja bajadas o giros inesperados, el que no lleva la bici a punto, el que mide casi dos metros y va con la bici de su novia porque lo único que quiere es juntarse otra vez con los colegas, y el que va siempre dando un punto de ritmo que mata a más de uno. Ley de vida, ley de salida montañera (y hasta carretera).
Y luego está el premio del entreacto, que es el de la salida en sí, donde te encuentras con lugares mágicos que conoces y que siempre están ahí impertérritos esperando tu paso y tu saludo, y paras y tienes un momento para esa carrasca inmensa o ese pino centenario, y luego ves a los lados las piedras viejas de una casa semiderruída que un día vivió en esplendor.
Después del cansancio, más o menos intenso, lo que no puede faltar es el almuerzo como dios manda. Ingredientes: bareto, bocata, coca-colas, cacahuetes, ensaladas, agua y porrón. Para cerrar la mañana, un herbero en toda regla. Otra cosa es que uno se pida un herbero suponiendo un chupito sin maldad, y se encuentre de golpe con un vaso de tubo lleno hasta los bordes, por mucho hielo que lleve.
ENCUENTRO
Hace 4 días
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