28 abril 2011

Las cuchilladas del año

Rafa aplaude a Óscar, que corona el Pico del Águila tercero.

Una crónica deportiva puede empezar con un detalle, como el de Óscar poniéndose a mi lado en plena subida al Pico del Águila, en los momentos centrales de la batalla, señalándome el plato grande con el que subía y diciéndome "¿ves cómo voy?". Vaciladas aparte, también puede iniciarse por el resultado final, que fue que Raúl llegó primero, yo segundo, Óscar tercero y Javi cuarto. Pero otra manera de empezar un relato es destacando lo subjetivamente más importante, que para mí fue que Óscar, por enésima vez, llegó detrás de mí. Y ya he perdido la cuenta.

Mal está que uno hable de sí mismo en términos de valentía y pundonor, pero sería faltar a la verdad negar que eché toda la carne en el asador, fui valiente, y trabajé como un descosido para superar a Óscar, luchando contra él y sus compinches, en clara desventaja. Por el contrario, el rival que venía de Suiza acudió a su cita navajera con la única intención de mantenerse al nivel, de aguantar el ritmo, de no dar la cara. En una palabra: a defender.


Antes de la guerra, de izquierda a derecha, Rafa, Zori, Óscar, Raúl y Javi.


La batalla se coció días antes. En conversaciones privadas Óscar influyó en Raúl y Zori para aliarse contra mí. Congeniaron y pactaron una táctica que me dejaba solo ante el peligro, pero una vez informado de la triquiñuela, busqué mis bazas en otros lugares, y encontré un estilete en Javi Bellvis, aunque, por circunstancias, éste a veces pareciera enemigo, más que amigo, tales fueron sus arreones, aunque con buenas intenciones.

En el camino hacia el puerto, la tensión se cortaba en el aire. Incluso tuve que gritarles que, de una vez por todas, mostraran sus cartas aunque fuera en el llano, donde nada tengo que hacer. Esperaba un ataque lejano de Zori, porque sé que querían cansarme y que lo conseguirían porque ellos saben que me hubiera empeñado en que nuestro amigo vasco no cogiera mucha ventaja antes de la ascensión. Ese ataque nunca llegó, aunque se moviera un poco el manzano, más por mi impaciencia que por otra cosa -"yo no sigo órdenes de nadie", dijo Zori cuando le pregunté si iba a saltar de una vez por todas-. Sin embargo, sí vino el tiro al blanco de Raúl, en la primera rampa, antes de llegar a Olocau, justo cuando me ponía los guantes de invierno porque nos metíamos de lleno debajo de un nubarrón gris oscuro de mal destino. "Justo cuando atacaba vi que te ponías los guantes, pero ya no podía frenar", se disculpó más tarde el de las Navas.


En la zona metropolitana todo eran reencuentros y buen humor.



El navajazo de Raúl, como siempre violento y contundente, imposible de seguir -qué calidad-, vino al mismo tiempo que las primeras gotas de lluvia que luego se tornaron en pura tromba de agua. Con Raúl por delante, Óscar, Javi, Diego y yo nos planteamos si era lógico seguir con la que nos estaba cayendo, pero el sevillano ya estaba demasiado lejos como para avisarle. Ante esta situación, Javi se puso a rodar en el siguiente descenso, me puse a su rueda y detrás de mí Óscar, mi sombra si en vez de nubes hubiera habido sol. Diego se quedó con Zori.


En el llano antes del puerto, la tensión se cortaba en el aire.


Enfilamos el ascenso puro al Pico bajo aquel diluvio, y con Javi delante dando un tirón devastador que me impidió entrar en el terreno ascendente con buenas sensaciones. Yo iba con el gancho para poder seguirle, y Óscar, detrás de él, tampoco parecía cómodo. Cuando Javi se apartó y dejó hacer, Óscar me cedió el testigo de la responsabilidad, como bien tenía estudiado, y me puse delante a mi ritmo, sin saber muy bien si ir a por Raúl o olvidarme de él y centrarme en soltar a Óscar. Tuve dudas, muchas dudas: la tensión no me permitía pensar con claridad.

Sabía que su táctica pasaba porque yo hiciera el esfuerzo de apretar para cazar a Raúl, que se mantenía delante a unos 100 metros -a veces más, a veces menos-, llevando a Óscar a mi rueda, y que así al llegar exhausto a la rueda del sevillano, el 'suizo' diera la puntilla dejándome hundido en mi miseria. Así pues, pensé que no me convenía ir a por Raúl, sino pensar exclusivamente en Óscar. Tal vez no fue buena opción, pero fue la decisión.

En la zona de semillano donde siempre me gusta acelerar para acojonar al personal -es lo que se llama un ataque de fogueo-, hice lo propio con Óscar detrás y Javi aguantando el tirón, y entre charcos de palmo que nos dejaron las zapatillas con un par de kilos de más. Nadie se soltó, y cuando el ritmo quedó sostenido conforme a la ascensión, de nuevo Javi me quiso ayudar con otro relevo que, esta vez, me dejó al borde de la muerte. Con Javi delante, Óscar debía seguir su rueda, y entonces yo ir el último, pero el ritmo era demasiado fuerte para el esfuerzo que yo acababa de hacer, y sentí que desfallecía. El corazón se me salía por la boca, y la fuerte lluvia, la empañada de gafas que llevaba y el malestar por la situación de la ascensión, me hacían zozobrar. Tiré de cabeza más que de piernas o corazón, y aguanté pese a ceder un par de metros respecto a Óscar. Era un momento muy crítico, porque si el 'suizo' se giraba y me veía agonizar, estaba yo listo. Ahí se pudo acabar todo.

Sin embargo, que Óscar no me buscara con la mirada era un síntoma de que él también sufría. Así, Javi volvió a apartarse y de nuevo entré en la pomada, teniendo que ponerme delante una vez más ante la poca ambición del de Zúrich. De esta manera seguimos unos kilómetros, con Raúl eternamente delante, a la vista siempre, pero lejos. Tan cansina se me hizo la situación que hasta le recriminé a Óscar su actitud, a mi modo de ver cuanto menos cobarde, siempre a la defensiva y tan solo buscando pegarse a mi rueda, fuese como fuese. Él me vaciló varias veces: una diciéndome aquello de "¿ves cómo voy?" y señalando su plato grande rodando al viento; otra cuando le dije que estaría tragando mucho agua que le saltaba de mi rueda trasera y me contestó con ironía que sí, que iba bien hidratado; y hasta una tercera en que, después de un acelerón mío, justo en mi cogote escuché aquello de "¿esto es todo lo que puedes hacer?".


La despedida en Rocafort: Raúl, Javi, Rafa, Óscar, Zori y Diego.


Andaba yo reventado, sin saber cómo soltarlo y pidiendo por favor que Javi no diera otro demoledor relevo, cuando nos acercamos a la rampa dura de Marines Viejo. Ahí vi a Raúl cerca, y con la sensación de tenerlo a tiro y el cabreo monumental que llevaba yo encima por no saber cómo deshacerme de la garrapata 'suiza', me fui a por él. Javi cedió y cedió del todo y ya no lo volvimos a ver, pero Óscar aún seguía pegado como una lapa a mi espalda. A pocos metros de coger a Raúl, Óscar avisó al sevillano de nuestra presencia instándole a que volviera a cambiar el ritmo para que no le diéramos alcance, pero tal vez porque el sevillano no lo escuchó, o porque no tenía fuerzas, lo cogimos. Al neutralizarlo, Raúl me alargó la mano como para pedirme perdón por algo que en ese momento no entendí, y yo la choqué por valiente y luchador. Cayó a rueda de Óscar y los tres iniciamos otra carrera diferente.

Ahora era yo el que llevaba el peso, y los dos a rueda respiraban mientras yo agonizaba pensando en cómo deshacerme no de un gallo, sino de dos. Alcanzamos Gátova y en el mismo pueblo volví a acelerar el ritmo, ahora más fuerte si cabe que las veces anteriores, pero los dos estaban intratables. Raúl, más tarde, dijo que en ese punto estuvo a punto de echar la pota, pero sea cierto o no, el caso es que al salir de Gátova, con Óscar impertérrito a mi rueda y yo reventado por el último arreón, el sevillano saltó por la izquierda, a plato, levantándose de la bici, como mandan los cánones ciclistas, y de nuevo infalible.

Yo estaba muerto. No podía responder a ese ataque y me abrí, enseñándole a Óscar el camino y la responsabilidad que, ahora sí, se vio obligado a aceptar. Fue el 'suizo' a por el sevillano, y de paso a ver si me soltaba, y yo tenía tanta sangre en los ojos que estaba a punto de estallar, pero conocer el terreno es un punto a favor, y por muchas eses que hizo Óscar para soltarme, y mucho piñón que bajase, quedaban 50 metros para el último pequeño descanso, y esa era la distancia que me separaba de seguir con él o que me cayera una minutada.

Le aguanté sufriendo muchísimo y con algún calambre en el gemelo derecho, y él bajó el ritmo: Raúl ya tenía el premio a solo 3 kilómetros de la cima, solo por delante con todo a su favor. Óscar hizo ademán de dejarme pasar, pero le grité que ahora era cosa suya, y entonces lo vi dudar. Estaba nervioso, girándose para atrás continuamente, porque ahora sí que se habían puesto todas las cartas sobre la mesa y su plan estaba al revés, conmigo a su rueda y él delante pensando que, en cualquier momento, llegaría mi estocada.

Los últimos 3 kilómetros fueron un auténtico infierno. Yo no quería ni pensar en una llegada los dos juntos y al esprint, porque no me quedaban fuerzas y él es mucho más potente, pero era la única solución que veía. Pero cuando la rampa endurece me vienen siempre unas ganas locas de probar, y me dije que muerto ya estaba, así es que de perdidos al río: bajé dos piñones, me abrí y solté un ataque flojo pero que le hizo daño. No lo solté, pero sufrió, y luego cedió medio metro, un metro, metro y medio y dos metros, y ya estaba en mis manos. Aceleré como un poseso, metí el plato y me puse a rodar con locura por dejarlo más y más atrás, pero una furgoneta que subía y que le acababa de pasar, se puso justo detrás de mí y le permitió cogerme de nuevo la rueda. Mi cabreo fue monumental. Me enfada muchísimo que cuando se trata de tirar de potencia todo el mundo me toree, y que Óscar me cogiera, después de todo lo que me había costado soltarlo, me supuso un arranque violento de gritos e improperios hacia mí mismo que Óscar no debió de entender.

Ya sólo quedaban dos curvas, tres rampas duras, unos 500 metros de puerto. Al coger la primera revuelta, donde si vas a plato y lo quieres quitar has de andar rápido -hay que evitar que se te salga la cadena, como en otros años le ha pasado al mismo Óscar-, el 'suizo' se abrió un poco, un sonido extraño salió de su boca, como un quejido, y entonces sin mirar, como un suicida, me levanté de la bici y empecé a riñonear pensando en el cartelón del puerto y en dejarlo atrás de una vez por todas. Mirando el asfalto mojado que pasaba lento por debajo de mi bici, coroné justo cuando Raúl, que acababa de llegar, apoyaba la cabeza, exhausto, sobre su manillar. Óscar llegó menos de un minuto después, a mi modo de ver derrotado, por fuerza y por una táctica conservadora que no le dio buen resultado.

Esta batalla, tan intensa y exigente para todos, fue una más de las que por la noche, con un vino y unas cervezas entre medias, salieron a la palestra en una cena entrañable a la que vinieron Zori, Jordi Barrei y Raúl y los enemigos pero amigos Óscar y yo mismo. Como si nada hubiera pasado. Como si, un par de horas antes, no hubiéramos tenido ganas de dejar el uno al otro arrastrando la lengua por los charcos de aquel Pico del Águila que tantas batallas nuestras ha visto. Y verá.


De izquierda a derecha, Raúl el sevillano, Óscar el 'suizo', Jordi Barrei, Zori el vasco, y yo, después de cenar en el barrio del Carmen unas tapas buenísimas y unas cuantas batallas.

1 comentario:

Raul dijo...

Como te he contado en mi blog, leyendo tu crónica entiendo mejor la subida que veníais haciendo por detrás (yo iba a lo mío, que era que no me cogiéseis...jejej).
Mi humilde opinión ciclista: si tu fuerte eran los demarrajes y constantes cambios de ritmo, tenías que haberlos utilizado más. Sin embargo, como me dijiste, la jugada de esa frase de "ves como voy?" le salió perfecta a Oscar, jejejje. Era su táctica. Aprende de Mou? Intimidó? Yo, sabes que a veces lo hago (será lo que aprendía de Miguelón cuando empezaba yo a pedalear: "mantener la planta, aunque por dentro vayas destrozao"). En eso, mi enhorabuena a Oscar. Ah, y otra vez enhorabuena a tí por tu subida a ritmo y plato de dos días después. En la QH vente conmigo!!!!