15 diciembre 2010

Terroristas en la nieve

Cada día suelo aparcar, si los astros se alinean a mi favor, al lado de un colegio de pequeñajos, terroristas todos. Lo digo porque cada vez que salgo del coche, a eso de las cuatro de la tarde, hora del patio para ellos, aquello parece un conflicto armado en alguna callejuela de Gaza.

Lo principal es que todos, absolutamente todos, gritan. Luego están los que corretean, que si bien no son todos, son casi todos. También están los que solo miran, pero estos sólo son los observadores internacionales, que no se mojan ni un dedo de un pie en el conflicto. Los toros, desde la barrera.

El otro día vi algo peculiar: dos chavalines de no más de un metro de altura que cogían de cada brazo a otro, el cual se restregaba por el suelo dejándose llevar por sus dos colegas, que lo arrastraban con gran regocijo alrededor del patio. La cosa no sería graciosa, sino normal, si no fuera porque el transportado, en teoría ultrajado, participaba del acto muerto de la risa.

A todo esto, hoy me he fijado en un ser tranquilo. Es un montón de nieve de la última gran nevada, ya hace un par de semanas, que se encuentra en un lado del recinto donde no debe de dar nunca el sol. Ese montón de nieve, ya helado por las bajas temperaturas del día y de la noche, se mantiene impertérrito ante tanto estruendo. Es curioso que ese bloque blanco, aparentemente tan tierno, no es del agrado de esos renacuajos con manos capaces de destrozarlo en menos que canta un gallo. Ese mismo montoncito, en otro lugar del mundo, pongamos en Valencia, habría sido motivo de diversión durante los pocos minutos en que decenas de churumbeles le hubieran permitido seguir en el mundo. Algo que al lado del Mediterráneo hubiese sido agua en segundos, en Andorra será hielo hasta bien entrada la primavera. Entre otras cosas porque, aquí en los Pirineos, un montón de nieve no deja de ser lo que en Valencia es en la calle un policía local. Todo el mundo pasa por el lado, como si no estuviera.

No hay comentarios: