20 marzo 2010

Entre jubilados y turistas, camino de Guadalest



El miércoles 17 hubo cicloturismo puro y duro. Patxi y yo salimos de Altea y fuimos hacia Callosa d’en Sarrià, Guadalest y Confrides, y volvimos por el mismo sitio. Es una carretera fantástica, llena de cicloturistas sobre todo ingleses, alemanes, noruegos, holandeses, todos jubilados centroeuropeos que hace años establecieron su residencia en la comarca de la Marina, uno de los lugares de Alicante donde existe el pentalingüismo (inglés, alemán, francés, valenciano y castellano).

La ida es siempre subiendo, y por tanto la vuelta un largo descenso. Fuimos con calma, hablando como siempre como tomando el café, como nos gusta. Paramos en Guadalest después de disfrutar de las vistas que nos ofrece el valle en su ascensión, primero con los campos de nísperos cubiertos por las mallas, luego con los olivos, más tarde con los almendros en flor, tan bellos como están en estas fechas en que se abren sus brotes esperando la primavera que hoy ha llegado en algunos sitios con más calor que en otros.



En Guadalest nos descalzamos, subimos con las bicis y las zapatillas en mano por sus calles empedradas entre turistas de todos los lugares del mundo, los cuales ceden ante la belleza de aquel pantano de allá abajo, con su color verde tan claro, con aquella luz del sol alicantino, y con sus pequeñas tiendas, callejuelas, recovecos, museos de miniaturas curiosas (una Estatua de la Libertad pintada en un alfiler, la Torre Eiffel en un grano de arroz…), con su escuela en el centro de la plaza del pueblo donde las vistas son más agradecidas, mezclando el ambiente rural del oriundo con el olor a turista forastero, todo en armonía.



En aquella plazuela hermosa donde mi padre se echó una siesta mítica hace más de veinte años, cuando por primera vez él y mi madre nos acercaron a ese lugar, allí estuvimos Patxi y yo observando. Después de aquella calma, retomamos el camino hacia Confrides, puerto arriba, pasamos aquel pueblo donde está el restaurante y pensión El Pirineo (curioso cuanto menos) y subimos hasta que la carretera decide bajar hacia Alcoi, y entonces, después de unos 45 kilómetros de hermoso paseo hacia arriba, nos dimos la vuelta con solo el esfuerzo de soltar el freno y sortear curvas con placer, dando pequeños sorbos de agua, escuchando a las chicharras y oliendo a pino mediterráneo. Hasta casa. Después de 90 kilómetros de puro cicloturismo.

1 comentario:

David dijo...

Gran crònica la Batalla segura, desprès de llegir-la tinc aquelles pessigolles a la panxa com quan estàs a punt de sortir amb la bici per pujar un port dur i desconegut.
Love the ride.