02 diciembre 2009

La curva diabólica de Reverte

Me gusta el estilo bestia de Arturo Pérez-Reverte. Qué le voy a hacer. Esta semana ha publicado un texto que me ha hecho gracia, no por su mala leche, que aquí no la hay tanta, sino por su descripción del hecho, en el cual más de uno nos hemos visto alguna que otra vez. Práctico, sutil. Este tío es un genio. Y punto. Tengo siempre en mente una frase suya: “La literatura se hace leyendo y escribiendo. Eso del sufrimiento creativo me suena a chino; me divierte escribir, si no no lo haría”. Intento cumplirlo a rajatabla.

Aquí va:

"La curva diabólica"



"Hace unos meses me calzaron una multa. Tomé a 123 kilómetros por hora, en la autovía de Madrid a Sevilla, una curva suave con velocidad limitada a 100. La pagué sin rechistar, aunque esa curva era imposible tomarla a la velocidad indicada. Iba yo a mi marcha normal, en una recta, atento a que la aguja del velocímetro no superase los 120 kilómetros por hora; y de pronto, mientras adelantaba a otro coche, me encontré con el inesperado cartel de todo a cien. Mientras intentaba reaccionar ante la señal imprevista, miraba por el retrovisor, concluía el adelantamiento y regresaba al carril derecho, un radar oculto me hizo la foto. Pagué, como digo, sin darle más vueltas; aunque preguntándome a qué hijo de la gran puta de la Dirección General de Tráfico se le había ocurrido poner una limitación de 100 kilómetros por hora y un radar oculto en un lugar donde maldita la falta que hace, y donde hasta los más correctos conductores tienen difícil reducir de pronto veinte kilómetros la velocidad sin dar un frenazo. Recuerdo que antes había –todavía queda alguna, aunque pocas– señales cuadradas, azules, recomendando reducir la velocidad en algunos tramos. Pero no es lo mismo, claro. Con recomendaciones no se expolia al ciudadano. No se recauda viruta.



En mi siguiente viaje a Andalucía, hace una semana, decidí respetar escrupulosamente cada señal que se pusiera a tiro: autopistas a 120, curvas de autovía a 80 y demás parafernalia limitadora. Y ya se lo pueden imaginar: mientras por mi lado pasaban zumbando coches abonados al carril izquierdo, con una seguridad pasmosa, basada, supongo, en los Gepetos, o como se llamen, que te chivan «radar en curva tal, limitación en tramo cual, puticlub en vía de servicio», yo iba como un gilipollas, despacito, doliéndome los ojos de mirar el velocímetro. Más atento a la aguja que a la carretera. Si llega a verme la Guardia Civil, me paran a fin de besarme en la boca. Con lengua.



Entonces llegué a la curva diabólica. No era la misma de la multa, aunque se parecía. Esta vez, el funcionario encargado de trabajar el asunto había echado el resto, esmerándose hasta extremos maquiavélicos. Ni mi amigo el Gringo, que montaba emboscadas en Nicaragua con astutas combinaciones de minas Claymore, ametralladoras y fuego cruzado, tenía la mitad del talento que este profesor Moriarty del tráfico por carretera. Primero, al final de una larga recta de la autovía, una señal de limitación a 100 y un aviso de radar obligaban a reducir la velocidad en una curva suave, a cuya salida, en otra larguísima recta, no había ninguna señal de retorno a los 120. Eso obligaba a rodar durante un buen tramo con la incertidumbre de si podías acelerar un poco, o no. Al fin, a los dos tercios de la recta, aparecía el 120. Y justo cuando pisabas acelerador para ponerte a esa velocidad, ante una curva en forma de suave doble ese, una limitación a 100 te hacía frenar de nuevo. Así lo hice. Y lie una pajarraca de cojón de pato.


A ver si me explico. La señal la vi mientras adelantaba a un enorme camión trailer, que rodaba a unos cuarenta metros de otro que lo precedía. Consciente de que si continuaba rebasaría la velocidad permitida, me pasé al carril derecho, entre los dos camiones. Pero éstos no circulaban a 100 kilómetros por hora, sino a más. En un instante tuve un pavoroso y descomunal radiador pegado a la chepa. Incómodo con mi maniobra de conductor ejemplar, el camionero me dio las luces, tocó el claxon y, supongo, mentó a mi madre. Angustiado, asomé un poco a ver si podía, con un acelerón intrépido, adelantar al camión que tenía delante y salir de aquella trampa saducea. Entonces, entre curva y curva, mientras pasaban coches zumbando por mi izquierda sin hacer caso de mi intermitente, vi una señal de limitación a 90. A todo esto, el gigantesco radiador de atrás me desbordaba el retrovisor: lo tenía a un palmo. De perdidos al río, dije. Aceleré adelantando al camión de delante, la aguja subió a 130, y en ese momento vi otra señal de limitación de velocidad, ésta de 80 kilómetros por hora. Frené, ya en el carril izquierdo, poniéndome a 90; y el camión de atrás, que había iniciado la maniobra de adelantarme, soltó otro bocinazo. A esas alturas de la vida ya me daba todo igual, así que pisé hasta 140, me puse delante del primer trailer y frené para reducir hasta 100. El claxon de ese camión hizo vibrar mis cristales. Me hallaba, comprobé cuando al fin levanté los ojos del velocímetro y dejé de mirar el retrovisor, en una sucesión de curvas suaves, pero no tenía ni puta idea de cuál era la velocidad correcta allí: si 80 o 120. Me puse a 90, por si las moscas. Entonces los dos camiones me adelantaron, uno tras otro, y tras ellos la fila de coches que la maniobra había amontonado detrás. Algunos conductores se volvían a mirarme. Ciscándose, imagino, en todos mis muertos.

Ignoro si los picoletos estarían cerca, haciendo fotos o grabándome. De ser así, sugiero colgarlo en Youtube, e ir a medias. Nos íbamos a forrar".

Pues ya está. Por cierto, que lo de mirar por el retrovisor me ha recordado a esto:

3 comentarios:

Iago Andreu dijo...

Doncs jo avui m'he assabentat que això dels ràdars ja està passat de moda. Ara estan pensant en un nou sistema que ja s'aplica al túnel de Vielha. Es tracta d'una càmera que et llegeix la matrícula en un punt i que te la torna a llegir uns quants quilòmetres més endavant i així calcula la velocitat a què has circulat. O sigui que ben aviat ja no servirà de res allò d'anar com un fitipaldi i aixecar el peu només allà on hi ha el ràdar: ens faran una foto a l'entrada de l'autopista i una altra a la sortida i, apa, a calcular. Jo, penso anar a 200 i parar-me mitja hora en una àrea de servei, així els hi destrosso els càlculs.

CONCLUSIÓ: Hi ha un Ministerio de Cómo Joder al Ciudadano que es dedica a pensar totes aquestes coses.

Anónimo dijo...

Conclusió: anem a 200 i si ens matem, jo anava bé.
Molt bé.

Habrá un Ministerio de lo que quieras, pero unos ciudadanos a los que se la suda todo y todos.

Anónimo dijo...

Algunos andan quejándose por ahí de la subida de impuestos de un 1% de IVA y esas cosas, pero NO SE DAN CUENTA que los políticos que lo critican han dado rienda suelta a la cacería del despistado a través de lo que no dejan de ser otros impuestos encubiertos: las multas... En Valencia van a saco: policía, grúas, radares en avenidas de cuatro carriles en cada sentido (deben entender que son peligrosísimas...; pero a los cafres que te adelantan en calles más estrechas haciendo eses y poniendo en riesgo a peatones, a esos no hay que pararlos...). Y van a lo fácil, a la multa fácil, a hacer caja sin despeinarse, a cuadrar los presupuestos de Ayuntamientos endeudados hasta las cejas, pero es muy fácil decir que la culpa es del otro... No se herniarán, no...