22 diciembre 2009

Nieva, ergo ruedas de contacto

Levantarse por la mañana y ver que nieva es algo realmente precioso. Desayunar observando cómo la montaña se llena de blanco, cómo las aceras se cubren de ese manto, cómo sin embargo las máquinas quitanieves luchan por mantener el negro del asfalto, es cuanto menos curioso. Apurar el café y salir de casa camino del trabajo es el siguiente paso, y es aquí cuando ella entra en escena. Los tres dedos de nieve de la calle por la que aún no ha pasado la quitanieves no son un problema. Ella rueda y rueda, firme y esbelta, sin miedo ni deslices, sin problemas. El neumático de contacto es uno de esos inventos que te permite seguir en activo cuando la nieve intenta bloquearlo todo. Y eso en Andorra sucede en bastantes más días de los que uno se puede imaginar.



No hay coche local en este pequeño país que no los calce entre los meses de noviembre y abril, a veces mayo, meses invernales de la norteña media naranja planetaria. Son una garantía y una seguridad, sobre todo en esos días en que la nieve y el hielo se juntan para formar una combinación en situaciones normales muy peligrosa. La rueda de contacto es normal, mismo grosor, mismo diámetro, pero de dibujo diferente. Estriada y rayada, encuadrada en múltiples profundidades que permitirán al agua, a la nieve, surcar su superficie con mayor facilidad, expulsándola de su camino y permitiendo que el vehículo se asiente al asfalto, se aferre a él, y así que el conductor y sus ocupantes sientan que, oh milagro, van seguros.



Cada coche es un mundo, porque los hay con tracción en las dos ruedas, pero también en las cuatro. Son ventajas y desventajas. El de las dos ruedas motrices sólo está obligado a cambiar esas, mientras que las otras son opcionales. El coche se mueve por la fuerza que imprimen esas ruedas en el suelo, y las no motrices no son más que miméticas, puras imitadoras de movimiento. Sin embargo el vehículo que tracciona gracias a las cuatro ruedas debe cambiarlas todas. Sorpresa: más gasto; añadido por el hecho de que este tipo de coches suelen ser todoterrenos y automóviles de gama alta, con lo que los neumáticos, además, se encarecen extremadamente. Verbigracia: el dueño del Golf GTI Motion y tal y cual, último modelo, seis marchas, tracción total, tiene un problema. A saber: la rueda le puede salir alrededor de los cien euros. Sumando mano de obra, en total 500 eurazos redondeando. Por el contrario, el tipo del Seat Ibiza básico, normalito, clase media, cambia un par de ruedas por poco más de 100 euros, que es dinero, pero no medio sueldo. Son cuestiones sociales, diría, cuestiones cercanas al qué dirán y ligadas muy de cerca con la cultura del bienestar rayana en la tontería del más y más y más. De ese sentimiento de poder que le da a uno tener un bolso más caro, un pendiente más brillante, unos zapatos tope gama y una chaqueta a la moda. La estética. La presión social. Esa que en Andorra es máxima por ser tan pequeño, por ser vecinal, casi un pueblo-país en el que todo el mundo sabe de todo el mundo, y el que tiene un Ibiza es el del Ibiza, punto, y el del Golf es el molón de turno.



En Andorra el coche tipo es de gama alta –faltaría más-, por no añadir que es un país en el que se asegura que existe un gran número de población que cuenta con más de uno. ¿Riqueza? Más bien calidad de vida, pero no nos engañemos, no tanto una calidad económica, sino la vital intrínseca al país: paz. Aquí el dinero te aporta bienestar, el trabajador medio curra para vivir, y vive en su mundo pequeño –como todo en el Principat- y no necesita mucho más. Por eso, el dinero vuela a su antojo y sin miedo en los caprichos: la bici, la moto, el coche, el apartamento a pie de las pistas de esquí. Y poco a poco se entiende todo en uno. Detalles. La población andorrana, la residente y la oriunda, demuestra su poder en el garaje, donde está el Pontiac o el Porsche Cayenne, y el remolque de la moto de nieve, al lado del Seat Panda, con los neumáticos que se guardan según la temporada –invierno y verano-. Todo sea por evitar el descontrol en la conducción. Y ya sabes, si no cambias las ruedas, siempre te queda la opción del autobús, aunque eso suponga un calvario -1,40 euros, más de veinte minutos de espera a la intemperie, con la que cae- al que sólo unos pocos sin vehículo propio se ven abocados. A más coches, más ruedas, y así, a más tocan los dueños de los talleres, que vienen a ser los mismos que tienen en su poder otras empresas, dominios esquiables, bancos, perfumerías, farmacias, ópticas, tiendas de discos o de deporte, electrónica… pero esta es otra historia.

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