07 diciembre 2009

Essaouira, músicas del mundo, mezcla de todo



Si llegas a una ciudad desconocida en un país desconocido y te encuentras un festival de música, es una grata sorpresa. Si todo el montaje es por el Festival Gnaoua Músicas del Mundo -www.festival-gnaoua.net-, la sorpresa es mayúscula, porque durante años puedes buscar por infinitas tiendas músicas diferentes, tribales o no, teniendo o no la misma idea que yo, es decir nula, y entonces ante tus ojos y, lo que es mejor, alrededor de tus oídos, se abre un mundo nuevo que gozas como lo que eres, un auténtico analfabeto musical pero dispuesto a bailar y sentir. Saborear.


Puesto de venta de carne.

Essaouira, blanca y sucia, coqueta sobre todo, nos dio una alegría. Supimos de la existencia de este festival cuando en el taxi colectivo, furgoneta sin permisos al uso, todo sea dicho, un francés, un alemán, un japonés y un inglés (y no es un chiste) nos contaron que iban a esa ciudad costera expresamente al certamen. “Vengo cada año”, dijo el francés. Ninguno de los cuatro tuvo nombre para nosotros, pero cada uno de ellos era el estereotipo de su país, como seguramente nosotros lo éramos del nuestro.


Por la calle principal de Essaouira.

El francés. Entre 35 y 40 años. Bajito, moreno, cara de inteligente y culto, un intelectual que conocía todos y cada uno de los grupos, cantantes y bandas del festival. Hablaba francés, alemán e inglés.

El alemán. Entre 35 y 40 años. Alto, rubio, ojos azules. Rompía el cánon alemán con un gracejo de andaluz con todo el mundo y por sus sandalias ¡sin! calcetines. Una sonrisa curtida y trabajada. Hablaba alemán e inglés.

El japonés. Entre 20 y 25 años. El moderno japonés, gafas de sol de cristales naranja, pelo moreno liso, largo y moño cuidado de samurai, ropa ancha como ‘dejada’ pero cara, bolso cruzado, sandalias, auriculares y autista con los demás. Hablaba (poco) japonés e inglés.

El inglés. Entre 25 y 30 años. Blanco nuclear, castaño tirando a rubio, pantalón vaquero, camiseta y bolsa de viaje. Sin gracia ni donde encontrarla. Sólo yo le superaba en soso a la vista de los demás. Hablaba inglés y asumía que todos lo hablaban, como manda la tradición anglosajona.

Pepa y Rafa. Entre 30 y 35 años. Estatura mediana, morenos de piel, cejas pobladas y oscuras, ojos profundos y duros, pelo negro, habla estruendosa. Serios y comentaristas de todo. Inspectores de los demás. Idiomas: castellano, catalán y chapurreaban el inglés y el alemán (este menos incluso).

El conductor marroquí. Morenazo, bigote fiel, pelo negro y rizado, cara curtida, manos hinchadas. Labia indescriptible en ningún idioma y en todos. Un maestro del lenguaje internacional y un conductor pésimo, por no decir suicida. El cláxon como aliado.


Los hombres a un lado.


Las mujeres al otro.







El iluminado que suscribe, en la muralla de la ciudad, con el mar y el sol a la espalda.

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