31 mayo 2011

En el agua

Suena la bocina y corres. Entras al agua y saltas la primera ola, la segunda, la tercera, sigues trotando y ya el corazón ha empezado a bombear con fuerza en proporción a la profundidad que vas cogiendo. Notas la primera fatiga y miras hacia delante para ver una inmensa nube de agua que está a punto de caerte encima, entonces estiras el cuerpo y te lanzas a cortarla por lo sano, la atraviesas y vuelves a la superficie, te incorporas y sigues luchando contracorriente y de nuevo una gran ola se pone delante como un muro al que otra vez superas como si fueras un cuchillo entrando a cortar la mantequilla justo cuando escuchas la exclamación de sorpresa de un triatleta cercano.

No has superado aún este tramo y ya te sientes cansado, porque el agua no es un estado natural del hombre, la lucha es desigual, pero la fuerza humana te permite insistir, porfiar hasta morir, y vuelves a lanzarte contra la ola que te impide avanzar y tienes el corazón en la garganta, y ahí estás tú contra el mar, y entonces pasas la zona en que el oleaje rompe para entrar en la zona tranquila, donde intuyes la corriente y adaptas la natación a ella, para soltar pequeños vistazos al horizonte, cuando subes por las ondulaciones del mar, y avistar la primera boya que es el primer objetivo, allá al fondo donde el primero de los triatletas parece que ya se acerca.

Allí está la señal amarilla, sigue recto, no mires a los lados, compasa la respiración con el ritmo, no dejes que el de al lado te coja la posición, acelera, que note tu codo, que no pase, avísalo, que te sienta, que sepa que por ahí no puede pasar, y sigue con las brazadas, y una, y otra, y otra más, y bocanada de aire a la izquierda, y bocanada a la derecha, y de nuevo vistazo al frente, vas bien, todo recto, no te salgas de esa línea imaginaria, no zigzaguees, insiste, no dejes que te cierren esos dos, pasa por el medio, acelera, supéralos, venga, venga, venga, de nuevo marca el territorio, avisa, eh, que aquí estoy, paso.

En la boya hay apelotonamiento, frenas, recibes algún golpe, te mantienes a flote mientras giras a la derecha pataleando y escuchas los "vamos, vamos" del resto de triatletas que tienes alrededor, y vuelves a zambullir todo el cuerpo estirado y a coger el ritmo, otra vez, ahora en diagonal, a favor de corriente, hacia la segunda boya, más al fondo. Olvida el olor a gasoil de la Zodiac de la Cruz Roja que vigila, controla las arcadas que te suben del estómago y busca unos buenos pies que te lleven, recto, directo, al segundo objetivo. Ritmo, ritmo, ritmo.

En el camino, observas el fondo del mar, verdoso y oscuro, terriblemente enigmático e impregnado de millones de burbujas del estruendoso impacto de decenas de triatletas. Ves pies, piernas, brazos, manos, codos, gorros naranjas como el tuyo, caras desencajadas en pleno ejercicio, concentración, todos a lo mismo parapetados los ojos tras las gafas oscuras.

La segunda boya se alcanza ran rápido como se deja atrás, y entonces encaras la tercera, dirección a la playa, donde llegas gracias a tu impulso, que es caliente y feroz, pero va acompañado de la fuerza del agua, que quiere morir en la arena tanto como tú llegar allí y volver a erguirte porque eres bípedo, recuérdalo.

La tercera boya te indica que has superado lo peor, pero el mar te sorprende, y mientras vas recto hacia la playa, de vuelta a casa, pensando en la transición, la corriente se torna diabólica: aprovechas su fuerza para impulsarte, pero la misma reacción te bloquea después, cuando el agua vuelve hacia atrás para coger de nuevo impulso, y o te adaptas o te estancas, y entonces bailas al son de las olas el Danubio Azul, y allí estás, como un pescado herido y desorientado, acercándote rápido y al mismo tiempo muy despacio hasta tierra firme.

Aún no tocas suelo dentro del agua, y ves que algunos intentan buscar ese sustento, tal es el cansancio, mientras sigues nadando, concentrado, esperando paciente el momento, que llega cuando cinco metros delante de ti ves que un triatleta ya camina. Estiras las piernas en vertical y allí está la arena, levantas el torso, te limpias la boca, escupes agua salada, respiras profundamente y tu cuerpo intenta acoplarse a la nueva situación, abajo a merced del agua, arriba a merced de lo de abajo, y luchas y levantas rodillas y sales del agua extasiado porque tu cuerpo alucina con el cambio. Qué momento, qué grandeza, qué lucha, qué sensación tan grata volver a ser humano, dejar el agua atrás empapado de ella y de sal.

Flotas, sí, flotas en la arena, ya sin agua, sientes los aplausos y sacas una sonrisa de pez salvado de las redes del mar y sigues corriendo bajo una sensación de ingravedad total, hasta que alcanzas los boxes entre gritos de ánimos y tu cuerpo asume que estás en tierra, y entonces buscas tu bici, te pones el casco, las zapatillas, bebes un trago de bendita agua dulce y saltas sobre la bici. Y de nuevo a volar, volar, volar, sin apenas recordar ya que hace un instante luchabas allá donde sólo los peces se sienten como en casa.

1 comentario:

Jordi dijo...

No es pot descriure millor.
Jo disfrute en l'aigua, pero tinc les mateixes sensacions, maleïdes ones, maleïda corrent de resaca que no et dixa ixir a la vora, em podre posar ja de peu? És el mateix per a tots. Per cert, enhorabona pel retorn al triatló, espere que coincidam en alguno més. Si tingueres la possibilitat mirat el d'Antella o Oliva que tenen un sector de bici ideal per a tu, dur, dur, dur i damunt no es pot anar a roda. I una altra coseta, en la foto de portada el tipet que duus darrere (ni de conya et podia seguir la roda) és un amic, treballa en Alfredo, Marta Tello i en mi en la platja, Guillermo