Estaba yo descalzo y en calzoncillos buscando las mallas de correr en la mochila cuando en el techo del coche se posó un abejorro inmenso y, en verdad, precioso. Peludo, como un pulgar de grande, parecía buscar algo de picar –supongo- en aquel insulso y metálico tejado.
Me quedé unos segundos observándolo cuando el menda alzó el vuelo y aprovechó la oportunidad para colarse por la puerta dentro del coche. Ahí me cambió la cara.

El coche empezó a balancearse tal era su fuerza. El insecto, ya no bello sino inmundo y peligroso, empezó a crecer y crecer y el miedo me invadía. Aquel abejorrillo del tamaño de un dedo pulgar pasó a ser primero como un puño, luego como un balón de baloncesto, hasta que su volumen le impidió moverse dentro de mi pobre Seat Ibiza, que sudaba por dentro.
En aquel momento, con los asientos impregnados de un líquido espeso y rastros de pelos y patas de insecto por todos los lados, apareció una pareja de turistas franceses que soltaron un bon jour dudoso, mientras sus ojos iban y venían entre el coche destrozado y mis pobres canillas al aire calzoncillo mediante.
3 comentarios:
jajjajajaja. ¿Te acuerdas de la avispa que se nos metió en el coche, que empezamos los tres a gritar y a pegar botes y que finalmente me picó en el culo? jijiji
Parece una suma entre Kafka y Alicia en el País de las Maravillas :)
Bien, bien, así que ahora le damos a la fantasía en vez de contar las batallitas del pedaleo. Oye, no le quites el puesto a María que lo hace muy bien. Bueno, tú también, que me he reído.
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