11 abril 2010

El pavés



Juan Antonio Flecha es un ciclista español nacido en Junín (Buenos Aires, Argentina) en septiembre del 77, emigrado a Sitges desde pequeño, criado como ciclista en el País Vasco.


Flecha, lleno de barro y pundonor.

Es un corredor diferente. Tan diferente que mientras en un país donde las grandes vueltas (Giro, Vuelta y Tour) han sido siempre los objetivos de todos los que montan en bici, él piensa en clásicas, en el Tour de Flandes, la Milán-San Remo, la París-Roubaix... grandes desconocidas para un aficionado de los de aquí, pero un sueño para él, con el pavés algunas de ellas, sobre todo la París-Roubaix (desde 1968 tiene su salida en Compiegne, aunque mantenga la denominación desde París) en la que hoy domingo acabó tercero, dándole más brillo si cabe a su palmarés en esta carrera: (3º en 2005, 4º en 2006, 2º en 2007, 6º en 2009).



En su web, Flecha habla de su "encanto por el pavés": "Mi casa estaba en el número 248 de la adoquinada calle Lebensohn y cada vez que salía o llegaba con mi bicicleta fuese para 'entrenar' o transportarme debía recorrer un buen tramo de esas piedras. Además, la habitación en la que dormíamos mi hermana Emilia y yo daba a dicha calle y mi cama, evidentemente, era la que estaba junto a la ventana, de esta manera podía sentir el característico ruido de los coches al pasar, podía sentir el adoquín incluso mientras dormía, incluso en mis mejores sueños".

El pavés de la París-Roubaix es pura piedra viva.

Flecha es uno de esos corredores que engancha, que cuando ganó una etapa del Tour de Francia en el 2003 (11ª etapa, Narbonne-Toulouse) hizo el gesto del arquero que lanza su flecha, y se puso al público en el bolsillo. Este corredor atípico ha acercado las clásicas tanto como Óscar Freire, el cántabro tres veces campeón del mundo, del que otro día hablaré.

Y todo esto viene a que la semana pasada vi por la tele, boquiabierto, el Tour de Flandes, una carrera de un día y más de 260 kilómetros, donde ganó el suizo Fabian Cancellara. Y ayer vi la París-Roubaix -con la misma actitud, sin pestañeo, boca abierta de lelo, más de 250 kilómetros, con 28 tramos de pavés que suman más de 50 kilómetros, El Infierno del Norte, la llaman- que también ganó Cancellara.


Trayecto final de la París-Roubaix

Y entonces analizo a esa bestia suiza que pone la directa en uno de los muros de Flandes, adoquines abajo, dureza extrema al 20% de desnivel, y ni se inmuta mientras su rival, el belga Tom Boonen, el favorito y esperado ganador agasajado por el público belga que ocupa hasta cinco filas en bloque para animar a los suyos y a los demás, incansables, se retuerce y se queda. Y entonces pienso cuando siete días después, a 50 kilómetros de la meta en el velódromo de Roubaix, con varios tramos de pavés por pasar, la locomotora Cancellara dice de nuevo adiós muy buenas, y todos se quedan pasmados.

Cancellara, locomotora de un pelotón que él mismo se encarga de romper en mil pedazos.

El suizo gana y da una nueva lección de poderío, pero por detrás, con todo perdido, Flecha, que ama esa carrera, aprieta los dientes y lucha cada pedalada, para intentar ser segundo. Y no lo consigue, porque el noruego Thor Hushovd, que es un toraco de mucho cuidado, le gana al sprint en el mismo velódromo, cuando Flecha nota el cosquilleo en los cuádriceps que dice que hasta aquí hemos llegado. Pero el arquero cruza la meta y sonríe, y aplaude con sarcasmo al noruego chuparruedas. Está enamorado de esa carrera, porque ama un lugar mágico lleno de ciclismo por todas partes.

Mientras eso pasaba, Cancellara lloraba rodeado de los suyos, y cuando el suizo atendía a la televisión francesa, más sereno, en el plano entra Flecha y se funde en un abrazo con la locomotora que tan mal se lo ha hecho pasar durante las más de seis horas de carrera. y el resto del mundo que lo ve por la tele se emociona. Y entonces pienso en este deporte, que permite que gente que se ha matado a una media de más de 39 km/h durante más de un cuarto de día, aporte la suficiente dignidad como para seguir queriendo a tu rival.

El bosque de Arenberg, cerca de Valenciennes, un tramo de 2.400 metros de adoquín.

Theo de Rooy, exciclista holandés, tras llegar a la meta de Roubaix en la edición de 1985, dijo: “Es un montón de mierda, es un completo montón de mierda... trabajas como un animal, no tienes tiempo para mear y te lo haces encima... Corres sobre el barro, resbalándote... es un montón de mierda, debes limpiarte un poco o te vuelves loco...”. Y ante todo esto que escupe De Rooy, un periodista le pregunta si la volverá a correr, a lo que De Rooy responde: “¡Claro! ¡Es la carrera más bonita del mundo!”. Y yo añado: ciclismo.


Theo de Rooy


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