26 octubre 2011

Un ciclista muerto, un compañero muerto

Camino de Náquera, un pueblo valenciano, una carretera habitual de ciclistas se cobró una vida. Era uno de los hermanos de una compañera de la bici, Paloma, todos de una familia de tradición ciclista que vivían en Meliana, en la comarca de l'Horta. 11 hermanos, ahora 10, que amaban el ciclismo como los padres. Aquel hecho ocurrió cuando yo solo tenía 12 años y quería imitar a mis ídolos de la época, un tal Pedro Delgado y un tal Miguel Indurain que ganaban carreras con el permiso de otros grandes como Fignon, LeMond, Rominger, Jaskula, Chiappucci, Ugrumov, Berzin o Bugno. Eran tiempos de gloria para el ciclismo, cuando además la mirada de un niño como yo hacía más grande encara todas aquellas aventuras, todas aquellas maravillas deportivas que cada julio nos daba el Tour de Francia.

Pero de la alegría que nos traía el ciclismo profesional que seguíamos por la prensa y la televisión en directo, pasábamos a la tristeza absoluta, la pena y el llanto, cuando un compañero se marchaba bajo las ruedas de un camión, embestido por un coche, por un mal control de la bici o porque su corazón, viejo y cansado, se paraba a mitad de camino entre su casa y un almuerzo alegre con los amigos, 50 kilómetros más allá. Parecía una cosa normal, casi natural, pero a la cual nunca te podías acostumbrar.

La pasada semana, un compañero de la Agrupación Ciclista Andorrana (ACA) murió casi cinco días después de sufrir un accidente. No conocía a Carles, pero es igual, eso no importa, porque el dolor que se siente cuando eres ciclista y te llega una noticia como esta, ya puede ser conocido, desconocido, o de las antípodas: a mí, me afecta. Carles bajaba el domingo de antes dirección al lugar donde el ACA sale siempre para completar la etapa del día. Por la carretera del Obac, superó la siniestra rotonda del kilómetro cero –esta obra infame y peligrosa, sin visibilidad, sin seguridad… ¿cuántos accidentes ha habido allá desde que se ha construido?– y continuó bajando hasta el siguiente cruce, donde un vehículo que no lo vio venir, pasó y el choque fue inevitable. Carles sufrió un fuerte golpe, y fue evacuado a Barcelona. La tensión se palpaba, pero las informaciones que llegaban desde sus compañeros eran positivas. Está mal, pero se recuperará, decían. Esto parecía cerrar el tema: cuestión de tiempo, otro accidente con final feliz, pese al susto. Días después, Carles murió.

No es el primero ni será el último. Un vasco que vivía en Valencia que salía en bici con mi padre y del cual no recuerdo el nombre murió atropellado por un coche cuando cruzó en un paso donde las cañas de una acequia le tapaban la visibilidad; el hermano de Paloma dejó el mundo cuando un camión quiso adelantarlo rápido para girar a la derecha y salir de aquella carretera, dejándolo bajo las ruedas; un accidente de un conductor borracho que se llevó por delante a un pelotón entero de ciclistas de la Universitat Politècnica de València, de los cuales murieron dos –a raíz de esto se creó la actual Comisión de Seguridad Vial que presidió Pedro Delgado; y si vamos al profesionalismo, podemos recordar a Fabio Casartelli en el Tour del 95 –después de esto se estudió hacer obligatorio el uso del casco para los profesionales–, Manolo Sanroma en la Vuelta a Cataluña del 99 o Antonio Martín, una promesa española que se quedó en eso cuando un camión lo adelantó tan cerca que su espejo retrovisor impactó en el pescuezo del ciclista y allá lo dejó; sin olvidar a la última víctima, el belga Wouter Weylandt en el pasado Giro de Italia.

Sea por imprudencia propia, de los otros, porque es competición y se va al límite o porque a veces simplemente los accidentes ocurren –que le pregunten al Síndic General de Andorra, Vicenç Mateu, que topó contra un autobús aparcado–, lo cierto es que el ciclista se juega la vida cada vez que decide salir a la carretera. Somos, evidentemente, personas que nos equivocamos, y sí, a veces cometemos actos de imprudencia que en la mayoría de los casos acaban bien, pero que podría no ser así y sumarnos, cada cual de nosotros, a la tétrica lista de muertos. Pero una muerte de un ciclista es una muerte dura de asimilar. Porque puedes haber compartido con él kilómetros de sufrimiento, porque sabes lo que se sufre cuando los coches pasan a medio palmo de tu cuerpo, porque ha sido una persona cercana a ti, o simplemente, y no hace falta mucho más, porque eres ciclista y sabes que un día te puede pasar a ti. Que tienes familia, que tienes un mundo formado alrededor, que tienes un alma que no te deja, pese a todo, abandonar el deporte que más te gusta. Carles, estés donde estés, un abrazo muy fuerte. Compañero.

Rafa Mora
Periodista y ciclista

Texto publicado en El Periòdic d'Andorra, el 26 de octubre de 2011
http://www.elperiodicdandorra.ad/opinio/torn-de-paraula/14463-un-ciclista-mort-un-company-mort.html

3 comentarios:

David dijo...

DEP. Una lástima.

Jose Vte. dijo...

D.E.P.

No me canso de recomendar a los que seguís enganchados a este deporte: ID CON CUIDADO. Pero sé que muchas veces, casi todas, no depende de vosotros. Por eso cambié un día los pedales por las zapas, para ahorrar sufrimientos a los que más quiero. No me arrepiento por ello y me duele como a todos estas noticias, porque solo quien ha sido ciclista puede entenderlo.
Insisto: TENED MUCHO CUIDADO.

Que Ricardo Otxoa (gran olvido...) y Javier Otxoa son ejemplos de lo delgado que es el alambre por el que nos movemos sobre la bici...

Un saludo, crack

Anónimo dijo...

Aún recuerdo el atropello en la carreteta de Marines que relatas del pelotón de la UPV, despues de mucho tiempo he conseguido poder ir en bici por carretera porque la sensación de ver morir a un amigo de toda la vida delante tuyo fue inhumano, y más cuando luego sabes de boca de su madre cuanto valia a vida de su hijo para la compañia y el juez.pero así es la vida y se debe aceptar que haciendo siempre lo correcto muchas veces pasan cosas por alguien que no cumple.