15 octubre 2011

He aquí un cagarra

Si soy un cagarra de mucho cuidado, no entiendo cómo a veces me encuentro de cara a una película de miedo. En casa es una cosa, porque te levantas, enciendes todas las luces, te metes en la cama con un libro que te despeje y te olvidas. Pero en el cine es diferente, porque entre la gente se nota la tensión, está oscuro de la leche y encima la pantalla es enorme. Y de allí no te puedes mover. Además, en casa estaría abrazado a una almohada sin complejos, hundido en el sofá si no detrás de él, y sin embargo en el cine hago el ridículo tirándome la chaqueta por encima o tapándome con la mano la vista si no es que me abrazo a la Pepa gimoteando.

"Intruders" es una película de poca monta, con un formato que hemos visto miles de veces. Pero tiene todos esos ingredientes odiosos en una cinta de miedo: niños, sueños, apariciones, cuartos oscuros, madres que esconden secretos, gatos, persecuciones en penumbra, curas, planos cortos con fondos inquietantes, miradas perdidas, gotitas que caen del techo en la cara de quienes duermen, suelos llenos de sangre, barro o lo que fuere, sombras, calles oscuras, disfraces que uno no sabe por dónde van a salir, golpes de música, cámaras subjetivas y, sobre todo, oscuridad, mucha oscuridad. Será posible...

Con esos ingredientes, evidentemente he tenido pesadillas esta noche. He dormido bien, esa es la verdad, y nueve horas del tirón, pero en el sueño o sueños entrelazados e inconexos, han aparecido escenas extrañas como una excompañera de trabajo, hoy embarazada, atormentada por su hijo de la edad del de la película, poseído y con unas gafas de sol en el que se veía el granulado de una tele sin conexión, una serpiente de peluche que en realidad era la causante de todos los virus del mundo mundial y que perseguía a una familia en la que se encontraban mis tíos de Ontinyent, donde mi tío Pepe tenía aparcada en el bancal de abajo una furgoneta Volkswagen Multivan gris, y en el rellano de entrada de la casa se encontraba el Seat 850 granate de mi tía Chelo de aquellos finales de los 80 lleno hasta los topes de juguetes y trastos viejos de entre los que sobresalía la serpiente de trapo con la boca dentada abierta. En el camino hacia la salida de la casa, arriba muy arriba se veía la ermita de Santa Ana, pero esta en vez de ser la pequeñez que es en la realidad, era una especie de magnífica catedral en la cima de una montaña verticalísima, iluminada además por un juego de focos de colores anaranjados, rojos y azulones, con una especie de niebla en la penumbra que la envolvía. En la casa, sin embargo, una niña gordita y con el pelo rizado estaba sentada a la mesa ida completamente, con la cara llena de espuma de jabón de la cual era ajena y que se iba repartiendo por todo el rostro y el pelo, y cuando alguien le dijo que si sabía lo que estaba haciendo, entró en una espiral de furia incontenida que acabó con sus ojos desorbitados, su pelo en llamas y hacía arriba y un peligroso cuchillo en las manos que recordaba, más bien, a la madre de Carrie segundos antes de morir.

Con este panorama me he despertado. Sólo después de desayunar he empezado a pensar que estaba en la vida real. Y para colmo, la Pepa quiere que vayamos a ver "Mientras duermes". Esto es demasiado, porque además es Luis Tosar el malo, y a otro actor no me lo creo, pero este es tan bueno el condenado, que me lo va a hacer pasar mal de verdad. No me quiero imaginar una pesadilla con él haciendo de Matamala, de maltratador de mujeres y encima de portero con mala sangre. Joder, Luisito, qué mal rollo me das.

1 comentario:

mapachito violento dijo...

Ay, yo también gimoteo, salto y me tapo la cara dramáticamente con las pelis de terror y de broma-terror. Me atreví con "Una noche de miedo" por la grata compañía, pero incluso el cine se confabuló y éramos 4 en la sala setentera, con los sillones casi rotos. Hubiera preferido que hubiese venido Colin Farrel y nos hubiera dado un buen susto y ya. Ji.