24 junio 2011

Quebrantahuesos 2011: No hace falta más

Paco, Rafa, Javi y Patxi, cuando todo había acabado.

Patxi, Óscar y Simon, antes de que todo pasara.

Al coronar Somport, el primer puerto, la fina lluvia y las nubes cerradas me hicieron temer lo peor. Veníamos descansados, sin haber forzado ni haber gastado nada que no fuese lo necesario. Allí arriba meamos Patxi y yo y oí que alguien gritaba mi nombre y apellido, pero pensé que era Óscar, cuando resultó ser Javi. Tal vez por ello no esperamos (con perdón), nos pusimos los paravientos e iniciamos el descenso bajo y sobre el agua.

El ritmo hasta el momento no había sido alto, ni mucho menos. La ascensión se hizo tranquila, y solo perdí la compostura en algunos momentos en que veía que Óscar, que iba de rueda en rueda, se me iba. Tuve la sensación de que eso me estresaba, que estaba más pendiente de él que de mi ritmo, y entonces hice un par de cambios para, al menos, ir yo delante y no pensar en él. Con él detrás resoplando y bebiendo, me relajé.

La Pepa, durante la salida.

Coroné con Patxi a rueda manteniendo el fuelle, fuerte como es pero con sus dudas habituales, lógicas en su debut en la Quebrantahuesos. El descenso, con agua, fue lo peligroso que quisimos nosotros, es decir, muy tranquilo. Cogíamos grupos pequeños y al final aquello fue una fila india larguísima y pacífica. Seguía chispeando y el recuerdo del año anterior continuaba en el ambiente.

Al tomar el desvío hacia el Marie Blanque, cruzamos Escot y nos encontramos con la sorpresa de ver a Óscar parado para recoger su chubasquero, que se le había caído. ¿Iba delante? Ni Patxi ni yo nos habíamos dado cuenta de cuándo nos adelantó, pero ahí estaba. Lo saludamos y seguimos hacia la cima, intuyendo que cogería la rueda. Sin embargo, llegamos a la parte dura del puerto y pasaron tres cosas: la primera era que Óscar no estaba, la segunda que Patxi también había desaparecido de mi rueda, y la tercera, que yo iba lanzado. Subí comodísimo, me dije que con calma a mi ritmo debía superar esas pendientes infernales, y fui adelantando siempre, haciendo los malabarismos habituales en esa carretera estrecha.

A un kilómetro de la cima del Portalet.

Coroné con dificultades, y al iniciar el descenso y ver los claros del cielo y que la carretera estaba seca, me dije que a partir de ahí lo tenía que dar todo y buscar un buen tiempo. Tal vez fue tarde para esa decisión, pero antes el agua del suelo y el cielo gris no me animaron a ello. Así es que en el avituallamiento hice la parada más rápida de los cinco años de participación, con tan solo tres minutos en los que cacé una Coca-Cola, cuatro medios plátanos, galletas y rellené los bidones. Acto seguido volaba en el descenso adelantando a gente como nunca lo había hecho (¿las ruedas nuevas?).

Paco llega al final del calvario, donde ya sabía que iba a acabar.

Empecé a comer como si estuviera de banquete. Primero las galletas, luego medio plátano, acto seguido una barrita, y para acabar con buen gusto, el medio bocata de Nutella que llevaba de casa. En el llano antes de llegar al inicio del Portalet tuve la suerte de coger un grupo con gente que tiraba con fuerza, y me vi obligado a apretar los dientes para no ceder ni un metro y seguir con ellos. Me llevaron en volandas a mí y a todos los que fueron cazando.

Patxi cambia los bidones, con una sonrisa.

El Portalet se presentó ante mí como una incógnita -la de siempre-, y pensé en Raúl y sus cálculos ("si puedes ir a 16 por hora, tanto mejor que a 15"), y los puse en práctica. Cogía un ritmo y lo aumentaba levemente sin llegar a exigir demasiado. Iba adelantando tanta gente como me adalantaban a mí, y entre el silencio sepulcral que se vive allí, cada uno luchaba con sus propias armas. Los había con su tercer plato, los había con su riñoneo, los habia con sus cabezazos, los había con su molinillo, los había con sus soplidos, los había de todos los colores y lugares.

Javi se despide de Pepa, Begoña, Evelyn y las Laias.

En la parte final donde los kilómetros transcurren desesperadamente lentos, el talón de Aquiles izquierdo me dio un par de avisos, y si me ponía de pie me tiraba demasiado. Hasta el momento, todas las molestias que había tenido las semanas anteriores habían permanecido inadvertidas, gracias seguramente a la inestimable ayuda de Ángel Guerrero y sus manos, y esta era nueva, pero adapté el ritmo y la postura y me olvidé de ella.

La Pepa corre al lado de Rafa, con una contagiosa ilusión.

Durante la subida, me limité a matar el tiempo pedaleando (qué cachondo) y haciéndole alguna gracia a alguno que veía con una bici como la mía y le soltaba aquello de "menuda máquina más guapa que tienes", y aquel tenía un segundo para sonreír en aquella larga agonía. Cacé al aire un par de vasos de bebida isotónica que me dieron algunos aficionados que estaban en las cunetas, y hasta me comí un puñado de almendras que un hombre iba repartiendo a todo aquel que le alargaba la mano y le sonreía. A dos kilómetros del final, empecé a pensar seriamente que necesitaba ver a mi Pepa.

La gente en las cunetas no paraba de animar.

Al girar una curva, de repente el número de coches aparcados empezó a aumentar, a cada metro más gente en las cunetas, y el grito de "¡vinga, Rafa!". Allí estaba cámara en mano, corriendo a mi lado con una sonrisa de oreja a oreja, "vas molt bé, vas molt bé", y yo con la flojera sentimental habitual en estos casos cada vez que la he visto allí a mi lado compartiendo ese momento. Me dio un beso, le dije que iba bien, que me encontraba perfecto, tiré al suelo uno de mis bidones, me dio uno lleno, saludé como pude a Begoña, Evelyn y las Laias (madre e hija), y volví a pedalear después de recibir otro sonoro beso. "Ahora sí que irás como una moto", dijo una voz que salió del arcén. Y tanto, contesté, y me metí de pleno en el túnel de gente con banderas, pancartas, pitos, ánimos y saludos, aguantando la emoción y las lágrimas que siempre me vienen a los ojos en ese momento tan maravilloso, cuando estás reventado después de hora y media subiendo sin parar, y aquellos que están desde primera hora de la mañana allí en la cuneta cargados de bebidas, palmas, música y ánimos, insisten en empujarte con su voz y su ilusión, y entonces no quieres que se acabe el puerto, que siga ese túnel pletórico, mientras le coges a un niño el periódico que te ofrece, te levantas para ponértelo y agradeces con aplausos todo el impulso que acabas de recibir. Y de repente, el viento.

Javi Borso coge impulso para reiniciar la marcha, tras saludar a su mujer y su hija.

El viento que rompes a casi 80 kilómetros por hora en un descenso a tumba abierta hacia el siguiente punto de sufrimiento, la Hoz de Jaca, esa chincheta de dos kilómetros que te mata cuando ya estás pensando en llegar a Sabiñánigo. Y es cuando sacas la calculadora que, en mi caso, nunca funciona del todo bien (mis matemáticas...) y entonces haciendo cábalas caes en la cuenta de que estás en tiempo de menos de siete horas y media, y sonríes porque eso es lo que buscabas, y sabes que eso ya nadie te lo quita, y entonces te animas porque ves que, si te sale bien la jugada, hasta bajas de siete horas.

Siete horas. Palabras mayores. Cuando sales de la encerrona de la Hoz de Jaca y enfilas la recta hacia Sabiñánigo donde varios grupúsculos van formando un gran pelotón, ya no te quedan muchas fuerzas, y si encima el viento se planta delante como un muro, rodar se convierte en complicado y te haces menos solidario; nadie quiere pasar al relevo y cazo un pelotoncito que vuela, donde Jaume, un antiguo compañero de batalla en la pasada Siete Picos, pese a todo, tira como un mulo poniendo en fila de a uno a los demás agazapados. Al identificar su mallot y ver un compañero suyo en aquella hilera, le pregunto si aquel de la pierna larga y potencia descomunal es el tal Jaume. Me confirma que sí, y entonces bajo tres piñones, adelanto, me pongo en paralelo del menda y le grito, "¡maestro!", a lo que él contesta, "¡fenómeno!". Nos damos la mano y nos decimos, "¡a relevos hasta meta", y nos ponemos.

Patxi, en el centro, se aleja para buscar la cima del Portalet.

Pero la jugada es de los dos, porque allí no ayuda nadie. Todos miran para otro lado cuando el de delante se abre exhausto, y al final los relevos son largos y agonizantes, porque no nos quedan fuerzas. El pelotón va siendo cada vez más grande porque por detrás llegan buscando cobijo, y mientras tanto las demandas de ayuda son infructuosas. Pero Jaume va a lo suyo con sus palazos, toma, toma y toma, y todos doblamos el cuello. Entonces entramos en el cambio de sentido hacia meta, rola el viento y todo es cuesta abajo, y ahora sí las garrapatas te pasan cuando tus piernas están tiesas como los muertos, y aguantas el arreón mientras les mentas a todos a su madre, a voz en grito, a cara descubierta, y como todos saben que han sido sucios, nadie se ofende, porque asumen su falta. Con las pancartas al fondo, todos esprintan, como si fueran a ganarle al crono todo lo que se han dejado en las rampas de hace 200 kilómetros. Nadie recuerda que, hace unas horas, tenían el gusanillo en el estómago, que luego se dejaron las fuerzas en las rampas del Somport, en la locura del Marie Blanque, en el interminable Portalet y en la inefable Hoz de Jaca, para acabar con un tiempo, en mi caso, magistral, impensable, de 7h 08min 17s, media hora mejor que mi mejor registro, aquellos 7h 41min del 2007, en mi debut en esta marcha cicloturista, que hoy queda tan lejos, después de años de intentonas fallidas, por el calor, por el frío y la lluvia, o por las caídas. La espina clavada ya no existe.

Al cruzar la meta, me encontré con Diego, que esperaba a sus amigos, con el esfuerzo aún reflejado en su rostro, y en nuestras reflexiones, él con su tiempo de 6h 56min 59s, y yo con el mío, concluímos que no nos hace falta más, que, objetivamente, vamos como motos, y que así es un auténtico placer ser ciclista. Luego pensé en mis amigos debutantes que estaban por llegar: Patxi Cisneros (7h 24min 31s), Javi Bellvís (7h 44min 29s), Javi Borso (8h 17min 10s) y Paco Cobos (9h 25min 34s), y en este año magnífico que llevan; me acordé, cómo no, del ausente Samu, y me pregunté qué tiempo habría hecho Óscar: 7h 19min 13s, también tiempazo, aunque ninguno parecido al del gran Raúl: 6h 44min 26s. De todos ellos, hablaré en otra entrada.


¿Nos merecimos todos, animadoras y ciclistas, el descanso?

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Sou tots unes màquines. Però Rafa és el meu campió! jejejejej! Ei! ja és el meu quart any al Portalet animant. He passat anys de calor, altres de molt de fred, però l'emoció està sempre a flor de pell quan veig que entre tots els mallots i cascos apareix ell. Aleshores, deixe la càmera, que feia hores que tenia preparada per fer-li fotos, i només faig que cridar el seu nom i vull veure-li la cara i besar-lo...

Pepa

David dijo...

Enhorabona per la QH :-)

Estic segur que algun dia la faré. Encara que m'hauria de tornar a comprar una bici de carretera hehe.

Pel que veig aquest any heu pogut descansar una mica de la bojeria de l'any passat...

Salut!