10 septiembre 2010

Hundirse, luchar, levantarse y sonreír

El ciclismo me ha enseñado a sufrir. En un puerto, cuando te quedas sin fuerzas o incluso tu bicicleta falla, sabes que, pase lo que pase, hay que llegar a la cima. Allí siempre espera el descanso que es el descenso. Sufrir es condición sine qua non para llegar a buen puerto.

En ocasiones me ha pasado que estás a mitad de una subida sintiendo cómo bombea la patata, cómo brincan tus piernas entre el cuadro y cómo el asfalto pasa raudo por allá abajo. Vas directo a la cima sufriendo lo justo, con una sonrisa de oreja a oreja, casi casi mirando el paisaje. Pero en un momento dado, cuando menos te lo esperas, la patata empieza a bombear a medias, las pulsaciones bajan, el sudor se torna frío y ni la sangre ni el oxígeno llega a los músculos de las piernas. Es el ciclismo y la carretera, que mandan: el puerto se hace más duro.

Entonces es el momento de luchar. Después del hundimiento, hay que seguir mirando hacia arriba, porque ese puerto hay que subirlo sí o sí, y porque además lo primero que se debe mantener encima de una bicicleta -y siempre también lejos de ella- es la dignidad. Con la cabeza alta, la cima al final se irá acercando; tal vez haya que agachar la cabeza para dar vaivenes, seguramente haya que soltar alguna lágrima de dolor y tristeza por la impotencia, pero lo que debe estar claro siempre es que el espíritu debe seguir a tu lado impoluto y renovado. Sin eso, no se corona ni un repecho.

En esos momentos de crisis, muchas otras veces vas en compañía y quien va contigo, yendo tú tocado, va peor. Te mira con cara de cordero degollado porque la carretera le ha dado la estocada y ve que no llega, pero tú, pese a ir reventado, tienes que pensar que en realidad lo que parecía una guerra personal contra la montaña no es más que una lucha de equipo. Con rabia y ganas de sufrir por el bien común, te pones a su lado y primero le hablas. Lo mimas disimulando tu dolor de piernas y tu falta de fuerzas. Le haces ver que no queda nada, que el cambio de rasante final está al caer, y que si sigue a ese ritmo, corona y allá arriba nos abrazamos.

Puede darse el caso de que tu compañero, que sufre como un condenado, se derrumbe, y tal vez incluso ponga el pie en tierra. Calma. Mucha calma. Paras con él y descansas, le animas y bebes y le das de beber, y también algo de comida y conversación, y él mirando al suelo desfondado y desmoralizado intenta ver las cosas de otra manera para poder acabar. Entonces te mira y sonríe. Le cuesta, pero se anima, y esa sonrisa delata compañerismo y ganas de sobrevivir, con lo cual la carretera y la montaña están sentenciadas, porque al final llegarás. No tienen nada que hacer contra la fuerza de voluntad de los ciclistas.

Una vez arriba, piensas en los que no han podido subir, que los hay. A todos ellos les animas a no desfallecer nunca, a mirar el mundo con una sonrisa y evitar las sombras y las penas. Si no ha podido con la montaña hoy, tendrá una nueva oportunidad en esa o otra cima. El caso es que los puertos están todos para subirlos. Sufriendo en muchos, en otros no tanto. Pero lo que está claro es que se lucha con sudor, lágrimas... Y dignidad.

4 comentarios:

Nere dijo...

Y así lo haremos, Rafa. Ánimos a todos!

Luis dijo...

Ánimo!

David dijo...

Bonito texto Rafa.

Intento no tener mucho esas sensaciones de sufrimiento pero sí que las he tenido y lo único que te puede llegar a contentar es saber que algún día esa cima se acaba.

Es curioso pero he sufrido en un par de sitios bastante complicados pero nunca abandono, estoy seguro de que echaría la pota, gritaría y me cagaría en el mundo entero pero por mis cojoplas que subo.

Estamos de la chaveta.

Un abrazo.

PD: A ver ese post con fotos de la vuelta no? que pasaron por tu país de acogida!

Rosa Burgos Mateu dijo...

Perfecta metáfora de la realidad actual! Rafa, repito que no te conozco, pero sé de ti, y creo que eres un gran compañero!
Ánimos que ahora viene la cuesta arriba para los demás que quedan en la carrera!