24 junio 2008

El infierno de la Quebrantahuesos 2008

Video: El inicio, con los más de 7.000 ciclistas que cubrieron los 205 kms y sus cuatro puertos: Somport, Marie Blanque, Portalet y Hoz de Jaca.

Foto: La Pepa en el Portalet, dando bebida y cariño a Rafa, "para sobrevivir".


Sudor, dolor y lágrimas. Son las tres palabras fundamentales y literales para entender la Quebrantahuesos 2008. Aunque las tres se entienden con otra, ella sola: calor.

Sudor porque el calor fue demencial (hasta 39 grados, más de 30 grados en todo momento…). Dolor porque el calor deshidrató tanto que los músculos sufrieron más que nunca y hubo calambres, rampas, agua y agua y agua y agua, era el único recurso. Y lágrimas porque ese mismo calor no dejaba respirar, porque el calor lo condicionó todo, porque el calor nos daba en la cara, en las piernas, en nuestros órganos, en las bicis, en los cascos. Calor. Mucho calor. Un infierno de impotencia, un infierno que nos dejó chamuscada la motivación e incluso las ganas de volver.

Foto: Andy en el Portalet, sonriendo como un señor pese al calor y el esfuerzo.


Nunca lo he pasado tan mal en bici. Llevo 18 años dando pedales y nunca, repito, nunca, he sufrido tanto. Casi ocho horas de auténtico dolor, de querer acabar, de no ver el final ni intuirlo. De pensar en muchas cosas. Pensar que no repito, pensar que me retiro, pensar que pongo el pie en el suelo y que vengan a por mí, una llamada de teléfono, un mensaje –“estoy en tal sitio, ven a por mí, por favor”. Pero no. Aguantamos, sollozando durante cinco kilómetros horribles del Portalet en el que no dolía el ritmo lento, ni las piernas tanto como para decir basta. Directamente, dolía todo, cuerpo y alma.

Foto: Algunos ciclistas, andando en las durísimas rampas del Marie Blanque.

La salida fue rápida, excesivamente rápida para mí. En ciclismo hay una norma que dice que si te sacan de tu ritmo, palmas. Y yo iba fuera de punto, forzando un ritmo que no era el mío (36 kilómetros en la primera hora). Y ahí me equivoqué. Coroné el primer puerto (Somport) con ganas, eso sí, sintiendo a duras penas algunas buenas sensaciones –algunas-, pero en el descenso se esfumaron de nuevo. Carlos y Diego me adelantaron en la bajada, se me escaparon –bien saben que bajo fatal y con miedo- y me tuve que pegar un calentón para conectar con su grupo algo más tarde. El arreón se sumó al ritmo frenético del inicio, y todo junto iba acumulando el desastre. En el inicio del Marie Blanque, pese a que dejé a Carlos y Diego por detrás, noté que me dolía todo. La espalda se me cargó, los brazos se esforzaban en esos últimos cuatro kilómetros infernales, y las rodillas iban al límite intentando mantener un ritmo suficientemente óptimo como para no caerme manteniendo el equilibrio. Cosas de las rampas duras de verdad. Llegué al punto de control del Marie Blanque con casi diez minutos mejor tiempo que el año pasado. Pero yo sabía que no era una buena noticia.
Foto: Víctor anima a Carlos, que llegó al Portalet "muerto", dijo, pero que supo acabar.

No lo era porque el año pasado llegué a ese punto como si nada, con sufrimiento justo y desgaste mínimo, con ganas y sin presión. Y este año no. Este año llegué con sufrimiento extremo después de subir con un calor asfixiante, con el sol de cara, sin apenas aire por la acumulación de gente, árboles y montaña cerrada del puerto, y con pocos sorbos de agua porque imagínate lo difícil que es intentar mantener el equilibrio haciendo fuerza hasta con los pelos, y encima coger el bidón y acertar en la boca (y apretar para que salga agua, y esquivar al ciclista que se te arrima por la derecha, al que te pide paso por la izquierda o al que alcanzas por delante). Además, llegué con un gran desgaste, y ese desgaste eran unos calambres que me costó minimizar durante el resto de la carrera. Y ese desgaste me llevó a aumentar la presión.

Foto: Diego, que supo correr y medir sus fuerzas y fue el primero con merecimiento.



La presión es la que cada uno quiere ponerse encima, pero reconozco que la mía era alta. Me veía, antes del día H, con fuerzas y muy motivado para bajar el tiempo del año pasado (7:41), e incluso soñaba con bajar el tiempo de José Marugán, el segoviano, que hizo siete veintipico. Y en el Marie Blanque me di cuenta que no sólo no iba a llegar al tiempo del segoviano, sino que no iba a bajar el mío, y tal vez rozaría las ocho horas. Y todo estaba en manos del agua que fuera capaz de beber. Bendito tesoro.

Los calambres o rampas se producen cuando los músculos están cansados, muy cansados, y no tienen oxígeno ni líquido del que alimentarse. Y me puse a beber. Me bebí en total más de ocho botellines (algo más de cuatro litros de agua), un zumo-leche de esos de Pascual –el doping mágico, lo llama Ricki-, tres vasos de coca-cola, dos de aquarius y un sinfín de vasos de agua y bebidas isotónicas que fui recogiendo de los aficionados que se agolpaban en los arcenes del Portalet, el tercer puerto del día, penúltimo, y de 28 kilómetros, aficionados y familiares que sabían que los que íbamos en bici nos estábamos jugando el tipo.

Era precisamente el Portalet, el siguiente puerto al Marie Blanque, el que me hacía temblar. Si tenía calambres ya, pensar en sus 28 kilómetros de ascensión con esos dolores suponía en mi cabeza una presión insoportable. En el avituallamiento bebí (más), me comí una manzana, almendras, otra barrita energética (cinco a lo largo del día) y cacé dos medios bocadillos que me zampé en el descenso. En el falso llano hasta el inicio del Portalet me dediqué a estirar los músculos como podía evitando que se me subiera el contrario, y a beber y a beber. Me adelantaron dos grupos a los que por mucho que intenté no pude seguir.


Foto: Rafa intenta arrancar después de parar a reponer fuerzas y ánimos, en el Portalet.


Inicié el ascenso acojonado como nunca, y solo. Muy solo. Nadie por delante y nadie por detrás. El sol, pensé, ha derretido el mundo y sólo queda este cacho de tierra y yo. Entonces empezó la escabechina. Me adelantaron entre veinte y treinta tíos durante los primeros cinco kilómetros. Tuve que armarme de paciencia y esperar que mi cuerpo reaccionara. No quería ir fuerte, no quería forzar la máquina. Sólo quería poder continuar. Sólo quería sobrevivir. Como fuera.

Después de esos kilómetros me noté poco a poco mejor. Empecé a tener un ritmo aceptable y controlado. Bordeando las bajadas de agua del barranco quise notar el frío que no sentía, y miraba al cielo viendo nubes que no había. Pero me animé. El líquido que iba bebiendo hacía efecto, y mi cuerpo, sin alardes, respondía. La magia de este deporte a escena. Seguí para arriba y cacé a Carlos –él y Diego, pese a coronar detrás de mí el Marie Blanque no pararon tanto como yo en el avituallamiento y siguieron para adelante mientras yo agonizaba sentado en el suelo, mascando una manzana y pensando lo que me esperaba, ya lo he dicho: sobrevivir. Me dijo Carlos entonces que iba “muerto”, con resoplido incluido, ojos semicerrados y labio inferior caído, y me dio miedo. Por mi cabeza rondaba la idea pero no quería pensarlo. Lo cogí en la presa, en la parte más dura del puerto, y pronto se quedó atrás. Pensaba yo en él, en su cara y en lo que quedaba, y por un momento se me olvidó que a mí o me subía yo o no me subía nadie. Seguí bebiendo y a ritmo pausado que llamaré sensato.

A diez kilómetros de la cima no podía más. No quería sufrir más. Si llego a ver a Pepa, mi hermana María y Víctor, que nos esperaban con líquidos y comida, me bajo, pongo el pie a tierra y me olvido, por favor, del mayor sufrimiento que he pasado nunca –ya lo he dicho, pero no me importa-, aunque no estaban por ningún lado. Los últimos cinco kilómetros ya sollozaba, quería llorar y no me salían las lágrimas, quería parar y mi cuerpo no respondió, quería estar en una bañera llena de agua templada, relajado, pero en verdad no quería estar allí pensando que me había retirado. No.

Foto: El Marie Blanque recibió a los ciclistas de uñas e hizo sufrir.


Entré en los últimos kilómetros soñando en ver a Pepa. Quería llegar a ella y decirle que no podía más. Quería ánimos, y los recibí. Esos últimos kilómetros llenos de gente a ambos lados de la carretera, con el “aúpa mutilak” retumbando en mis oídos, con el “venga chico, ánimo que no te queda nada” oyéndolo aquí y allá, con el “aúpa esa naranja mecánica, venga”, con todo eso y los aplausos y los pelos de punta, seguí por inercia. Y por fin la vi. Estaba nerviosa y con una coca-cola y una botella de agua en cada mano, pero sé que estaba emocionada, como lo estaba mi hermana haciendo fotos mientras yo le enviaba un beso con las fuerzas que me quedaban. Víctor nos echó un cable para llenar mis bidones, peligrosamente secos en ese instante, le dije a Pepa que estaba derrotado, que no podía más, que era horrible, y a Víctor le dije con preocupación que Carlos me había dicho, hacía muchos kilómetros, allá abajo, lejos muy lejos, que iba “muerto”. Le di un beso a mi Pepa, le lancé otro a mi hermana, y arranqué con Víctor empujándome para coger de nuevo el ritmo. “Diego va delante y te saca unos cuatro minutos” oí decir a Pepa. Y no hay explicación posible, pero al verme coronando entre el túnel de gente aplaudiendo y a voz en grito, con el ánimo de los míos ya dentro de mí, y con el descenso a mis pies, me crecí.

Hice el descenso más trepidante que me he atrevido nunca –por cierto, junto a un andorrano del Magic Bikes-, llegué a la Hoz de Jaca (el último puerto, apenas cuatro o cinco kilómetros de subida) y di el resto pensando en Diego. Lo había perdido por sentarme a comer en el Marie Blanque, lo había perdido y ahora no lo podría coger. Desistí cuando en las primeras rampas de la Hoz mi cuerpo volvió a avisarme de que llevaba desde hacía más de tres horas unos terribles calambres e iba en el filo de la navaja. Foto: Rafa y su hermana María, antes de la salida, cuando aún todo pintaba bien.

Desde allí a la meta cada repecho fue un puerto, y mantener el ritmo de un grupo que me alcanzó por detrás –al que llevaba delante no pude mantenerlo- era ya de por sí una odisea. Llegué a la meta en un gran pelotón y, si el año pasado me embargó la alegría y aplaudí al público que nos aplaudía, este año entré con la cabeza gacha entre los hombros, pensando en tirarme al suelo y buscar una sombra, y buscar agua, y buscar compañía que me hablara y que me dijera que estaba bien, que ya había pasado todo. Un hombro donde apoyarme como el de Pepa o mi hermana, a las cuales en cuanto vi les lloré inevitablemente, explotando toda la rabia y el dolor que durante 7 horas y 49 minutos me habían acompañado y que me hicieron pasar el peor día de mi vida sobre una bicicleta.

Hoy, dos días después del infierno, Pepa duerme en el sofá en casa, sé que feliz, mientras yo escribo esto y pienso. Y pienso, ay de mí, que estoy cambiando de opinión, que donde dije digo, digo Diego. Y sí, volveré.


Rafael Mora Sesma, Encamp (Andorra), 23 de junio de 2008

14 comentarios:

Anónimo dijo...

Impressionant l'ambient, contagiós el dolor, i admirable l'esforç. Per a mi són tots uns herois.
La pepa

Anónimo dijo...

Primero he llorado.Luego miedo,respeto y admiración.Gracias.Podrás, sufriendo.¿será verdad?Adelante siempre. Petry

Anónimo dijo...

Nada de abandonar, superarse a sí mismo es vencer los contratiempos. Si este año no se ha mejorado hay que ver cómo estaba el cuerpo. El que no conoce la bici no puede entender las ganas de abandonar, ni las ganas de seguir, ni la espera de esa Pepa que sin ella no estarías disfrutando ni la mitad de lo que lo haces. Porque hay que ver cómo te anima, te sigue, la esperas y te comprende. Besos a los dos.
Ya había escrito un comentario pero no sé a dónde ha ido a parar. Caprichos de la tecnología.
decía que héros hay pocos. Hoy por hoy Casillas. Tu padre mientras ha disfrutado también de medir sus fuerzas con la grava, la gravilla, la azada y el rastrillo. Plantaciones, jardinería y no ha hecho falta que alguien se acuerde de mis esfuerzos, pero lo cierto es que no nos va la comodidad sin el esfuerzo, la lucha sin el sufrimiento y la recompensa sin la responsabilidad.

Anónimo dijo...

Hola Rafa, soy un compañero de Oscar el rojo como le llamas y tu cronica al leer me a recordado a mi vivencia en el mismo sitio y hora que tu, ademas deberiamos a ver entrado casi al mismo tiempo pues yo hice 7.44h pero sali con dorsal verde.
Un saludo de otro Oscar.

Anónimo dijo...

pues me gustaría saber quién eres...

Anónimo dijo...

Oscar Nebot Garcia puede ser tu nombre (7.44.55)???

Anónimo dijo...

Sirva esto como un pequeño homenaje también para "Els Falcons" porque no sufrieron en la Treparriscos pero dieron un ejemplo envidiable de tenacidad, de ilusión y de alegría globera. Mi corazón estaba tan dividido...Rafa-Carlos-Rafa-Carlos...
Bueno, y aprovecho para homenajearme a mí misma como la aficionada más entusiasta -con el permiso de mi cuñada y de Víctor- por haberme levantado ¡¡a las 05:00h!! sin renegar. Amor fraternal y total. Besos a nuestros 12 héroes ciclistas. María.

Anónimo dijo...

els falcons saldrán en breve

Anónimo dijo...

Eres un crack... Y todos los que acabásteis en esas condiciones...
Felicidades.
Ahora a por la Marmotte.

Luis dijo...

Rafa!!! Grande!!!! espero el año que viene poder hacerla con vosotros... si la tesis me lo permite!!!
Qué envidia!!!
Un abrazo,
Luis

Anónimo dijo...

SABED QUE ELS FALCONS SE ESTAN PREPARANDO PSICOLOGICAMENTE, PARA LA QUEBRANTAHUESOS ´09, CON EL CUÑADO DE RAFA A LA CABEZA.
SABED QUE YO NO VOY A POR LOS 7:44:00, SINO A POR 10:00:00, LO CUAL QUIERE DECIR, TERMINARLA.

TENGO UN CUÑADO, UN POCO CABRONCETE, PUES SE QUISO DESHACER DE SU CUÑADO EN ANDORRA UN 1 DE JUNIO DE 2008, PERO NO, NO PUDO.
PERO SOLO PUEDO COMENTAR QUE LO QUE HACE MI CUÑADO SOLO ES SUPERABLR POR EL CICLISMO PROFESIONAL.
RAFA ERES LA OSTIA.

P.D.NOS VEMOS EN EL AÑO 2009 SI LA PREPARACION PSICO-FISICO-COJONUDA ME LO PERMITE.

Anónimo dijo...

Rafa a mi no me esperes rodando una quebrantahuesos el año que viene, pero un dia si que subire al Torrater y ver esa rampa con esa frase que comentastes ya en este blog: "La vida no termina, se transforma".
Este verano vuelvo a las andadas como hace 20 años y volvere a navegar en el mar, ya veremos como aguanto la humedad.

Anónimo dijo...

Pues sí, unos héroes. Y mucha envidia. Y el año que viene, otra vez. Si no... dónde está la superación?
Carmen

Anónimo dijo...

Rafa, sigues igual de loco que cuando te fuistes de aquí. O por lo menos eso es lo que deduzco al leer algunas de tus hazañas, como la de la quebrantahuesos de este año. Espero que estés bien y que los andorranos/as te traten bien. Un saludo

Mariano