16 agosto 2012

Maneras de vivir

De vez en cuando, la gente de mi alrededor me acusa de huir de las responsabilidades de la vida. Mi respuesta, sincera, es que sí, que huyo de ellas. Cada uno tiene su manera de ver la vida, y la mía es la de ser feliz mientras pueda, haciendo lo que quiero y huyendo, por supuesto, de cualquier cosa que sea un dolor de cabeza. Siempre, claro, en la medida de las posibilidades.

Puedo explicar cuál es mi sentido de la vida, pero no puedo aspirar a que la gente lo entienda. Hay gente que decide dedicar su vida a la religión, los hay que viven por y para tener y criar niños, los hay que no ven más allá de su trabajo, los que viven en un pueblo muy pequeño sin ninguna salida al exterior, y los que viven en uno un poco más grande, como los hay que no son personas si los sacan de su inmensa ciudad, o los que aceptan la sociedad cerrada que se crean, y los hay que piensan que lo mejor es separarse del mundo y refugiarse en la soledad.

Creo que soy un privilegiado, pero también es eso lo que siempre he buscado con mucho esfuerzo. He querido tener un trabajo y estrujar el tiempo libre con el disfrute de todo lo demás que me pueda gustar. No he elegido tener ciertas responsabilidades, porque no las quiero. Es así de simple. Al que no le gusta mi manera de vivir o de pensar, no tiene ni por qué esforzarse, puede seguir pensando que soy un vivalavida o que paso de todo, pero insisto en la idea de que vida no hay más que una, y si alguien se la quiere llenar de marrones, está en su derecho, pero no es mi caso.

Un día me metí en un piso que, afortunadamente y de momento, no me cuesta pagar, pero del cual me desharía sin pensármelo dos veces solo por el hecho de no tener la responsabilidad de tenerlo a mi cargo. Es un ejemplo de las responsabilidades que he decidido que no quiero tener.

De entre esta manera de ver las cosas, sale quien tilda el tema de falta de madurez y dejadez, y como en mis manos no está hacerles cambiar de opinión, pues ahí queda. Donde unos ven dejadez, yo veo una vía que no quiero coger, y lo que unos ven falta de madurez, veo simplemente una mentalidad de disfrute continuo, de cada día, y si puede ser, de cada hora. Que, al morir, pueda decir que fui feliz.

Mis responsabilidades de hoy en día son tener un trabajo y sobre todo mantenerlo, y a partir de ahí, crear alrededor una estructura de vida en la que, efectivamente, la felicidad sea el centro del universo: con las menores responsabilidades posibles. ¿Cuál es el problema?

Me gusta el mar, la montaña, el deporte, mi mujer y mi ambiente. Esa es mi vida y mi sueño. No hay mucho más. Qué triste y qué pobre, se podría decir, pero tanto como quien decide dedicar su vida a dios, a criar cinco hijos, mantener dos coches a su cargo, mil gastos pendientes, seguros de todo tipo que pagar y un piso inalcanzable. El concepto de irresponsabilidad es muy relativo.

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