24 agosto 2012

Cagalera nocturna

Por muchos es conocido mi absoluto terror a la oscuridad. Intento combatirlo con medicina dura, esto es, corriendo por la noche, pero la de ayer fue demasiada. No es la primera vez que lo hago, pero sí es cierto que siempre, hasta ahora, había sido por terreno, digamos, más que conocido. Para que se me entienda, que antes lo hacía en Andorra en una zona que es como si lo hiciera de noche por el río de Valencia, cosa que no es terrorífica ni mucho menos, pero esta vez ha sido por el medio de un bosque, con la sola presencia, o eso creo, de mi respiración, mis pisadas y mi foco en la frente para intuir, que nunca saber, dónde piso en plena senda.


La primera parte, mientras aún se ponía el sol, ha estado marcada incluso por alguna presencia humana que, la verdad, tomaba las de Villadiego dirección a los coches y abandonando la montaña en su soledad nocturna. Así pues, poco a poco por aquel camino me he ido quedando solo, hasta que ya ha sido demasiado tarde envuelto en una oscuridad que, bien mirado, me helaba la sangre. Como tenía que hacer minutos de rodaje, he seguido la ruta en recto, dirección a Coll Jovell, y entonces primero me he metido en un túnel de roca, estrecho y bajo, de donde me ha salido un murciélago atraído, supongo, por la luz del frontal, que se ha llevado un grito mío de loca desesperada que aún retumba en aquellas paredes. Mis pulsaciones, en ese instante, han pasado de 135 a 150, y las he mantenido con el susto en el cuerpo hasta el final del camino, donde un merendero, la sombra de una tienda de campaña que hace tiempo vi y hoy no estaba pero yo me imaginaba, y una meada de puro nervio han hecho concebir un camino de vuelta urgente.

Entonces he empezado a ver las típicas sombras que no son nada más que figuras ancianas en mi mente. Entre árboles veía cosas, y si me paraba oía sonidos extraños. Es todo en su conjunto la magia de los bosques, pero a mi cabeza llegan otras señales, como animales feroces, asesinos sedientos de sangre y gente dispuesta a darme un susto de tres pares de narices.


Intentaba concentrarme en mi trote, levanta las rodillas, evita tropezar, así, recto, cabeza erguida, paso firme y fino, por favor, pero mi cabeza de chorlito volvía a la jugada, viendo guadañas y jabalís donde seguramente había una paz descomunal. Al final, al llegar al coche, intentando recuperar el ritmo y bajar pulsaciones para acabar la sesión, he visto algunos destellos entre unos árboles. Con el coche al lado, me he acercado a él por si tenía que subirme raudo y poner quinta cuesta abajo saltándome la burocracia de la primera, la segunda, la tercera y la quarta marcha.

Y de repente, voces. Ya tenía yo un canguelo de aquí te espero cuando un buenas noches sencillo, de hecho cansado, me ha devuelto al mundo de la verdad. Perdona, ¿pero sabes por dónde se va al Llac d'Engolasters? Tres focos me alumbraban y el mío en batalla contra ellos, enfrentados, parecía de broma. Pues todo recto, compañeros. ¿De dónde venís? De todo el día, balbuceaba la chica, los tres mochila inmensa a la espalda. ¿Y una fuente hay? Aquí al lado. Y entonces a los tres mendas les he indicado el camino, les he dicho que bueno, si quieren acampar, cerca del lago tendrán algo plano donde instalar la tienda, y nos hemos despedido.


Entonces me he quedado pensando qué haría yo en la situación de ellos, acampado en la soledad de entre los árboles, con el runrún del agua a tu alrededor confundido, quien sabe, con el runrún de una motosierra cortacráneos en manos de un desaprensivo. Imposible. No podría. Me pasaría la noche mirando el techo de la tienda, deseando estar fuera pero sin embargo dentro, porque más allá de esas telas solo vería ojos que no ven entre los troncos, rojas las pupilas, y sin embargo dentro de ellas me los imaginaría escrutadores del enemigo, sedientos de mal.

Y lo veo claro: no tengo escapatoria. Mucho tendría que avanzar mi neurosis para conseguir pasar una noche entre aquel silencio. Llamadme miedica, que tampoco me sienta tan mal.



1 comentario:

Rafa (padre) dijo...

El de la cagalera soy yo que no haría ese recorrido, ¡ni pensarlo!

desde la tierra que te vio nacer, un beso