03 julio 2012

La gran depresión


Una de las cosas que más me gusta en esta vida es quedarme sentado en el borde de un camino, tal vez adentrarme un poco y encontrar una buena piedra para apoyar el culo, y entonces quedarme allí callado escuchando aquellos sonidos que aporta un bosque, un lugar por donde nadie o casi nadie pasa en días, y que alberga una magia que cada uno vive o desprecia a su manera.


No es pretender ser un vividor ni nada por el estilo, simplemente mantener un contacto con la tierra que te aporte algo, y si bien hay gente a la que le puede parecer una pérdida de tiempo y una estupidez pasarse horas sin hacer nada rodeado de árboles, sol y aire puro, para mí es una de las maravillas de este perro mundo, a la cual no renunciaré por mucho que el verde se torne negro y huela a chamusquina.


Recuerdo ir camino de Dos Aguas con Andy, enseñándome aquellos riscos y aquellos montes, y que en un descenso se nos cruzaran dos corzos (madre y cría) con el consabido susto en el cuerpo de las criaturas al detectarnos. Como las bicis no hacen más ruido que el de los ciclistas al hablar, los bichos campan a sus anchas cuando no escuchan el rugir de los motores, y entonces no son raras las veces en que los ves muy cerca. Como cuando pasean alegremente algunas perdices, o intuyes entre los arbustos un bicho que huye espantado, o los conejos que todo lo llenan, incluso las culebrillas que se mueven con aquel zigzag especial buscando el otro lado del monte, si no todas aquellas aves que pían o sobrevuelan nuestras cabezas, tal vez buscando el rancho, tal vez simplemente mostrándonos que allí hay mucha vida y hay que agradecerlo...


Poco o nada de eso nos quedará con el paso del tiempo, porque la mano del hombre es repugnantemente infiel a la naturaleza, y entonces nos llega una primera noticia de un incendio, luego esta pasa de breve nota a tener una mayor cobertura y cuando todo se desmadra a copar periódicos e informativos. Las alarmas se encienden siempre demasiado tarde.

Los habrá que vivirán todo esto con indiferencia, pero a mí me afecta de tal manera que llevo dos días como si se me hubiera muerto alguien muy cercano y querido. Luchar contra el fuego debe de ser algo durísimo, como batallar contra algo que ya de antemano te ha ganado la partida. Estás derrotado ante él, pero siempre te quedará el consuelo de que si bien el monte arderá, la tierra que queda debajo se rehará con el tiempo. Aunque, bien lo sabes, serán décadas de paciente trabajo, y ni Andilla ni Jérica ni Yátova ni Altura ni Alcublas ni Montroi ni Carlet ni Dos Aguas ni Catadau ni ningún término municipal merece vivir esta sangría.

2 comentarios:

José Vte. dijo...

Conozco esa sensación, yo también siento que he perdido algo que era nuestro, de todos los que sabemos apreciar las pequeñas cosas...

Mary dijo...

Duele, duele mucho.