14 diciembre 2011

Detalles

Aguas de Valencia es la Iberdrola de turno, pero en aguas y en Valencia. Evidente. Tiene dos oficinas de atención al cliente en la ciudad, una en el puerto, cerca del circuito de Fórmula 1, allá donde hace unos años solo había barriobajerismo y se calzaba uno el costo que quisiera en aquella garita extraña al fondo a la derecha de cierto bar, y otra en la avenida Antic Regne, en el centro de la ciudad. Chic. Las dos oficinas, dos planetas irreconocibles.

Me presento en la del puerto porque de paso he ido al relojero Esparza que hay al lado. En la puerta de la oficina hay cola. Dos rumanos, dos africanos, una gitana con un niño en brazos, falda ancha y negra y coleta hasta la cintura. Pregunto cómo está el tema y me dicen que dentro me dan turno. Entro y pregunto allí, y me dicen que no es turno, es preguntar quién es el último. Una señora con zapatillas de andar por casa levanta la mano desganada, me examina de arriba a abajo y dice: "yo soy la última". Lleva una fea pinza rosa en el pelo de tamaño XXL y se aguanta el bolso sobre el prominente estómago, calzado este debajo del pecho. En el centro de la estancia, dos mesas de atención al cliente, tres a lo sumo, niños en el suelo, gente apoyada en la pared para que luego te atiendan contándole tus problemas al menda de turno delante de todo el mundo, a la vista y casi al tacto, allí hacinados.

Pienso un momento. Algo me dice que en la del centro esto va a ser más efectivo, me digo. Atraído por la curiosidad y, no lo niego, por hacer la gestión lo más rápida posible, salgo de allí, cojo la bici, me pego el paseo agradable hacia el Antic Regne y encuentro la oficina. Puerta de cristal ahumado, señorona ella, trabajador en la mesa de la entrada que, sin buenos días ni sonrisa pero con educación, aprieta una tecla que acciona un número que es tu turno. Pasas dentro y unas veinte sillas encaradas a un cartel automático que indica "número 101, mesa 2", y yo tengo el 110. Hay gente, dos monjas, un tío que ojea el Jueves, una pareja joven, dos sudamericanos aburguesados, tres o cuatro jubilados y un hombre que huele a cerveza, pero como hay más de diez mesas de atención al cliente aquello fluye que hay que estar al quite. Enseguida, "número 110, mesa 6". Me atiende una sonrisa en una chica preciosa, pelo recogido y una imperceptible capa de maquillaje. Sus manos teclean con cariño. Salgo de allí en dos minutos con la sensación de que me dejo algo. ¿Su número de teléfono?

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