DECÁLOGO Y FRATERNIDAD
Hace 4 semanas
Reflexiones, viajes, visitas a todo tipo de lugares y, en sí, batallitas varias de un amante del deporte y de todo el mundo que desea disfrutar de lo que nos da la Tierra.
A las 09.58 salta el Gordo: 58.268. Orejas tiesas. Al minuto, la radio cierra el cerco sobre el premio: Grañén, pueblo de Huesca, ladra el altavoz. María busca en internet, teclea y exclama: "¡Lo tengo!". El cámara embraga, pone primera y espera la orden. "Dirección Huesca", dice la productora. Manu hace chirriar las ruedas, y la furgoneta, detrás, les sigue sin ceder un metro. "A-23 y en Almudévar dirección Tardienta, Almuniente y Grañén. En una hora estamos allí", informa María.
En Grañén, el pueblo está revolucionado. Las calles están repletas de gente que deambula con cara de extrema ilusión. A quien no le ha tocado el gordo tiene un familiar cercano que lleva una participación. La periodista mira con atención y capta el ambiente, mientras el equipo técnico lo prepara todo. Manu tiene la cámara lista, esperando la señal de producción, mientras María le dice a Eva que el pelo, oye, te tapa la cara. Desde los estudios centrales reciben el grito de prevenidos, y allá que se lanzan en tensión a sus puestos. Micro en mano, Eva cambia el rostro impasible por una sonrisa de oreja a oreja, y María caza a Antonio, el de la charcutería, que tiene un décimo en la mano y no para de llorar. Son 400.000 euros que pasea como si nada por la calle.
Empapada y pegajosa por el champán que le ha llovido, Eva ya no sonríe. María intenta poner calma y todos vuelven a la furgoneta y al coche. Unas señoras se acercan a la periodista para disculparse y limpiarla, y el estropicio se arregla más mal que bien, pero Eva estará lista para las siguientes conexiones, casi idénticas en locura.


diariodeunalemol.com
Pienso un momento. Algo me dice que en la del centro esto va a ser más efectivo, me digo. Atraído por la curiosidad y, no lo niego, por hacer la gestión lo más rápida posible, salgo de allí, cojo la bici, me pego el paseo agradable hacia el Antic Regne y encuentro la oficina. Puerta de cristal ahumado, señorona ella, trabajador en la mesa de la entrada que, sin buenos días ni sonrisa pero con educación, aprieta una tecla que acciona un número que es tu turno. Pasas dentro y unas veinte sillas encaradas a un cartel automático que indica "número 101, mesa 2", y yo tengo el 110. Hay gente, dos monjas, un tío que ojea el Jueves, una pareja joven, dos sudamericanos aburguesados, tres o cuatro jubilados y un hombre que huele a cerveza, pero como hay más de diez mesas de atención al cliente aquello fluye que hay que estar al quite. Enseguida, "número 110, mesa 6". Me atiende una sonrisa en una chica preciosa, pelo recogido y una imperceptible capa de maquillaje. Sus manos teclean con cariño. Salgo de allí en dos minutos con la sensación de que me dejo algo. ¿Su número de teléfono?