04 noviembre 2011

Crónica del Medio Maratón de Valencia

-Es el momento del cambio. ¡Ahora!
-Imposible.
-¿Cómo que imposible? Venga, ¿dónde están las series, los cambios de ritmo, las tiradas largas, todo el entrenamiento? ¡Ahora!
-¡Que no se puede!
-Sí se puede. ¡Se tiene que poder! ¡Adelante!
-No hay fuerza...
-A ver, a ver, pensemos, qué podemos hacer. El gel, beberé algo del gel, pero poco, ¿eh?, que si el estómago dice que no, entonces ni vosotros ni nosotros ni nadie mueve el cuerpo. ¿Entendido?
-Vale, prueba.
En ese momento, mi cerebro manda la señal al brazo izquierdo, que activa la mano y esta mueve los dedos, los introduce dentro de las mallas y saca una bolsita de gel, un chute de azúcar con algo de cafeína, lo justo para resucitar, para sobrevivir. Para cambiar el ritmo, qué narices. Rompo la bolsa con los dientes mientras saludo a Alfredo, al que intuyo en su bici a la salida de la calle San Vicente, abro una pequeña grieta por la que sale el líquido pastoso y bebo. Lo aguanto en la boca un poco, y trago con cuidado, poco a poco, mientras sigo corriendo. Esto también se entrena, y no ha sido al caso. Cojo del avituallamiento siguiente una botella de agua, bebo dos sorbos y espero la reacción. Que no se haga una bola, que no se haga una bola. El reloj marca un buen ritmo: a 4.25min/km. Bien, sigue, baja algo si es necesario, digiere, tranquilo, sigue corriendo, sigue, sigue. Y escucha a tu cuerpo.

Alcanzo la plaza del Ayuntamiento y voy mirando el suelo. Hay gente animando, pero la vista se me va a las líneas amarillas que marcan el terreno de juego de la tradicional partida de llargues del Día de la Pilota Valenciana, que sería allá por septiembre. Entonces lo noto. La bola se ha hecho. Mierda. El estómago da señales, lo escucho y lo siento. Hay que buscar soluciones; indago en mi interior y pienso, qué hacer, qué hacer. Beber más agua puede ser aún peor, pero el poco gel que he tomado ha caído como una piedra en el estómago, y hay que hacerlo pasar más abajo, más rápido, más rápido. Entonces pienso en eructar, sacar una bolsa de aire que impide que todo circule bien por allá dentro, mientras sigo corriendo, pensando, calculando, saludando a la gente que aplaude, siguiendo la línea verde del suelo, como un autómata. A 4.30.

Giro a la izquierda para enfilar dirección a la calle de las Barcas. Y sale el aire. El estruendo es leve, pero en aquel silencio de respiraciones, zancadas y aplausos amortiguados, se escucha alto y claro como un masclet dentro de un portal cerrado. Retumban mis oídos y ni siquiera agacho la cabeza, no me avergüenzo porque sé que estoy salvado, y entonces les digo a mis piernas, otra vez, que hagan el cambio.

-¡Ya!
-Ahora sí, pero poco a poco.
Ese poco a poco no me convence, pero más vale eso que nada. Paso de ritmo de 4.30 a 4.20, que no es nada del otro mundo, pero es aceptable. Sé que lo ideal hubiera sido bajar 20 segundos por kilómetro, incluso 30, pero en mi primer Medio Maratón ya voy servido. No he sufrido casi nada en la hora larga que llevo corriendo, es cierto, pero las piernas sí notan el paso de los kilómetros. La cabeza que manda se siente fuerte, pero el consenso con las extremidades agotadas es total, porque el trabajo parece bien hecho, y ya hay fatiga. Entro en la recta final de la carrera, tres kilómetros y meta, dos kilómetros... Patxi, que ya ha acabado volando a 3.48 minutos por kilómetro -1h 17min de crono- se me acerca en dirección contraria y me anima: me dice que tengo a Samu delante. Lo veo desde hace rato, con su peculiar zancada, pero no consigo recortarle. Ha salido antes que yo, así es que sé que le he sacado tiempo, pero alcanzarlo, pasarlo, eso sería hermoso, tanto como lo había sido, un kilómetro antes, adelantar a Javi. Se me resiste, pero Patxi insiste en que puedo. Mi cabeza le transmite la orden de dar más gas a las piernas, pero estas van al límite, saben que no tienen mucho más, que están tirando hasta del orgullo que, como último recurso, en estos casos les envía el cerebro.

Todo el cuerpo al límite, colaboración total entre cabeza, pulmones, músculos, tendones. Y el espíritu. La alma encendida por acabar, las ganas de llegar y completar la pequeña hazaña, el reto flojo para el experto, grande para el novato. Mi gran objetivo a un paso. Supero a Samu, lo tengo, lo cojo, lo dejo a mi espalda, pero quedan pocos metros y voy a tope, como una máquina de dibujos animados a punto de explotar, piezas a punto de saltar por los aires, y entonces el granadino valiente cambia el ritmo, brutal, espectacular, dignísimo, con orgullo, con calidad. Patxi me mira pidiendo reacción, pero no la tengo, esa carta no la llevo, aunque mantengo al límite mi esfuerzo. Samu se va.Cruzo la meta con la boca más abierta jamás vista, el corazón se me sale, la cabeza me estalla, las piernas me tiemblan y la mano derecha aún tiene agallas para parar el reloj de la izquierda. 1h 35min 15s. Una mueca extraña surge en mi rostro, saludo a Samu y nos abrazamos. ¿Lo he conseguido?

No, pero sí. El objetivo era bajar de 1h 35min en el debut, y no lo hice por 15 segundos. Aunque... un amigo me dijo al acabar: "¿Crees que estarías más satisfecho si en vez de 1.35.15 hubieras hecho 1.34.59?". Y tiene razón. Estoy contento por el esfuerzo, por la exigencia y por el premio, pero sobre todo porque entre mi cerebro y mis piernas las cosas siguen funcionando a la perfección cuando se exige lo máximo. Es decir: sigo teniendo ganas de mejorar. Eso es lo mejor.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Bien Rafa me ha gustado ya sabes que lo que entrenas lo demuestras, come un poco ahora en Navidades que te estas quedando en el chasis. Jajaja un abrazo y enhorabuena.
Zori