01 agosto 2011

Ruta del Penyagolosa: Día 1



No hay nada como dejarse llevar. Sabes que, cuando lo haces, vendrán algunas dificultades, pero como llegarían estas de todas maneras, pues nada, eso, que miras solo hacia delante. Es lo que hicimos Pau y yo: nos dejamos llevar por Alberto para hacer tres días de bici de montaña volteando el Pico del Penyagolosa como si fuéramos la mina de un compás. Aquella magnífica piedra inmensa no nos perdió de vista ni un minuto en 72 horas de montaña, cicloturismo, cultura y gastronomía. Esta es la crónica del primer día, con salida en Ludiente y llegada a Vistabella del Maestrat.

Aparecimos en Ludiente una mañana medio gris, calurosa pero encapotada, y a las primeras de cambio nos llevamos el primer toque de atención. Fuimos a aparcar donde había sitio, delante de las puertas de varias casas sin vados, y una vecina, espabilada, rápida y audaz, nos dejó caer que, majos, ahí vive gente que aparca. No había señales de sitio reservado, pero no valía la pena discutir por un cambio de maniobra y que cada perro se lama su pijo (con perdón). Con las tradiciones ancestrales, simplemente no se juega.

Nada más salir nos tocaron 10km de subida a Castillo de Villamalefa. Un puerto de carretera entre montañas, sin grandes rampas, bello y apacible. Al acabar la ascensión-charla-presentación (Pau y yo no nos conocíamos, y sin embargo ya somos amigos), nos tomamos café y té, algunas galletas y cargamos todo el agua posible, para iniciar la subida pura, y dura, por una pista que llevaba al cementerio y más allá, y de la cual una señora, sin conocernos, dijo: "Por ahí no suben ni los caballos, así es que con las bicis no podéis ir". Allí nadie respondió a la afrenta, porque si una cosa está clara para un cicloturista es que una rampa puede obligarnos a poner el pie en el suelo, pero lo que nunca pasará es que no intentemos subirla, sentados o cabeceando, pero siempre dándole al pedal y al riñón como último recurso.

Masía de Royo.

Así es que, de camino a la primera Masía, la de Royo, solitaria y en paz, abandonada salvo alguna casa tal vez utilizada por cazadores de temporada o para la paella del domingo, empezamos a sudar la gota gorda ante el rampón que (en teoría) no subían ni los caballos. Allí nadie quería claudicar, y los tres subimos a lomos de nuestras monturas, sufriendo, observando con sorpresa, desde la altura que íbamos ganando como si fuéramos directos al cielo, algunas lápidas del cementerio con cruces y decoraciones pintadas en el interior de los muros, algo que, sin duda, nos sorprendió por su aparente sentido pagano.

De la Masía de Royo y sus piedras viejas, unas sobre otras en mampostería en seco, fuimos a la de Negre, cuidada esta, con sus campos labrados y en plenitud, su vida que se observaba desde lo alto de la pista que nos invitaba a seguir subiendo, adelante, pasen ustedes, acercándonos a la base del Penyagolosa, aún lejana. El camino fue fácil, siempre hacia arriba pero tranquilo, y al final coronamos el Coll de la Banyadera, ya después de comer, en la misma falda de la recta final a la cima mítica.

Masía de Negre.

Fuimos en busca de una nevera escondida, una de esas construcciones donde se almacenaba la nieve y el hielo que luego se transportaba en carro a las zonas bajas, a la misma Castellón, tan lejana y tan cercana, donde el mar está a un paso, y aquello fue una pequeña emboscada, una vuelta de tuerca a nuestras maltrechas fuerzas en un descenso frenético que luego hubo que rehacer cuesta arriba, encontrar el desvío y entonces toparnos con la nevera, cerrada a cal y canto por el dueño del terreno, temeroso tal vez de que aquello acabara siendo una papelera gigante como son algunas de estas edificaciones en forma de gran pozo abierto al cielo, que sirven al turista poco implicado en su mantenimiento, como estercolero de sus vergüenzas.

Alberto y el Penyagolosa al fondo, vigilante.

De allí alcanzamos la ermita de Sant Joan del Penyagolosa, cita de los peregrinos de Les Useres pero también de varias romerías. Entre sus arcos se alza una gran devoción y en el interior de la ermita incluso hay un dispensario, tal cual, a la izquierda del altar, donde los enfermos y familiares dan gracias al santo por la paz que les lleva pese a la desgracia. Uno se lo cree o no, pero el lugar pone los pelos de punta con muñecas de mirada perdida, pies de trapo colgando, manos de maniquís amputadas, amuletos, cirios, rosarios y cualquier recuerdo del familiar maltrecho... fotos de tristeza de aquellos que un día no encontraron otro lugar donde darle luz a sus vidas.

Sin embargo, en ese momento no pudimos entrar. Aquello estaba cerrado. Sobre nuestras cabezas las nubes quedaban entre ellas para darse el banquete de cada tarde de verano, repiqueteo, estallidos y tromba de agua. Sin piedad ni santos ni oraciones de por medio. Hicimos las fotos de rigor a la velocidad con que las hace un japonés en cualquier lugar del mundo, y salimos pitando ante las primeras gotas. Un sube y baja asfaltado nos llevaba a Vistabella del Maestrat, donde cenamos copiosamente (incluso más que eso) en la casa rural "A un pas del cel" -acogedores, educados, implicados, amables a más no poder. Pau aún recuerda la frenética huida bajo la lluvia, a más de 50 por hora a relevos con aquellas ruedas de tractor poniéndonos las cosas difíciles sobre el brillo del alquitrán. Dándolo todo.

Con una cena así, más lo que no se ve, se recuperan fuerzas ipso facto.

La noche fresca y silenciosa cayó después de la ducha sobre el pueblo más alto de Castellón, situado a más de 1.200 metros de altitud, y se nos vino encima un sueño fácil, relajado y lleno de paz, el que nos llegó repentinamente después de seis horas de pedaleo con nosotros tres como únicas personas en kilómetros a la redonda. Para esperar al terrorífico e inolvidable día siguiente: el día de La Estrella.

El perfil de la primera etapa, desde muy abajo (Ludiente) hasta muy arriba (Vistabella).

8 comentarios:

Luis dijo...

Esa cena tenía muy buena pinta!!!

David dijo...

Se agradecen los relatos donde no aparece ni una cita a ningún componente de ninguna bici. Solo sensaciones. (No lo digo por tu blog, lo digo en general!).

Salut!

Rafa dijo...

?

No entiendo

?

desarrolloliberador@gmail.com dijo...

Veo que te mantienes en forma y que no te arredran las subidas puntiagudas.

Cuando he escrito sobre La Bicicleta y el tío Manuel, desde Berlín, me he acordado mucho de tí.

Un abrazo

David dijo...

Vengo a referirme que en la mayoría de blogs de ciclismo que veo y visito, se tiene muy en cuenta la bicicleta, los componentes, el peso, el precio... pero que muy pocos relatan experiencias y sensaciones. ¿"me se entiende"?

Rafa dijo...

"te se" entiende, claro. Si hablara de componentes y bicis... ¡yo de eso no tengo ni idea! ¡Si hace poco no sabía no la diferencia entre un 105 y un Ultegra!

Siempre he sido de sensaciones, jajajaja

Vanessa Ruano Valle dijo...

Hola, yo tambien disfruto de los que nos da la madre Tierra.
Pues entrando en busca de datos sobre el peñagolosa, me he topado con tu blog, que no se que tiene pero atrae, tal vez sea la forma de relatar que hace la lectura amena y divertida... Además ofrece ideas de rutas y los lugares que se pueden visitar ya sea en bici o a pata ^^
¡ Y claro que si, las sensaciones son las que llegan lejos!
Gracias y un saludo.

Rafa dijo...

¡Gracias Vanessa!