Ante tal barbarie humana, quise mirar para mis adentros y percatarme que me estaba cebando con el material, así es que decidí que tenía que buscar una válvula de escape, algo que mantuviera mi mente fresca. Es decir, literatura pura y dura. Pensé en Delibes, y allá que fui a la biblioteca paterna a ver a qué olía. Descubrí Diario de un jubilado, y en dos días ha pasado a mejor vida. Monumental.

Solo diré que, en previsión del vocabulario castellano puro que me iba a encontrar, al libro lo acompañaba con libreta y boli, y hoy tengo más de siete páginas repletas de frases hechas, vocablos, modismos y demás del gran autor vallisoletano.
Me tomo la licencia de transcribir, pese a lo cansino de hacerlo, el ligoteo del Lorenzo con una fulana. Si cualquier escritor de tres al cuarto intenta contar lo mismo, no le sale tan bien. Ahí va:
"En una de estas, me fijé en una rubia, metida en carnes, que no me quitaba ojo. La asalté al baile siguiente y le hice saber lo que es un tango. Chico, hablas con los pies, me dijo, y yo la ceñía y bajaba un poco la mano por la espalda i ella ni mus. O sea, tragaba. Es lo que pasa hoy con las chavalas. Antaño, yo me recuerdo, la que más y la que menos te salía con aquello de las manos quietas y se acabó la función. O sea, no se dejaban. Pero hoy es otra cosa. La rubia me contó que se llamaba Faustina [...]. Tenía la mirada clara y las carnes macizas, sobre todo la espetera, y se restregaba a modo. Después de cuatro bailes, con dos copas encima, se lo dije, o sea le dije si, fuera aparte el lechugino y la Faustina Arranz, había algún otro monumento en Castrillo que mereciera la pena, y ella, que la ermita [...]. Nunca se me dio tan fácil una mujer y, ya en plan conquista, le pregunté si el lunar de la mejilla izquierda se comía solo o con mayonesa y ella, con todo el morro, que a gusto del consumidor."
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