28 octubre 2010

Córtate el pelo en Andorra


Mi peluquería es siempre la primera que pillo. Desde que estoy en Andorra he ido a varias, aunque me fidelicé a una porque me hacía un interesante masaje en la cabeza al lavarme el pelo, lo cual me mantenía al borde del enamoramiento ante aquella dulzura manual.

Sin embargo, hoy, si no quería llegar tarde a la redacción, tenía que cambiar. De camino al trabajo vi una con dos peluqueras, pero ocupadas, y un poco más allá me encontré con otra, con solo una peluquera y un cliente en plena faena. Pregunté si me podrían coger: "Sí, claro, en seguida". Ante tal celeridad, me quedé. Mientras me quitaba la cazadora, salió del almacén una señorona de metro ochenta con cara de pocos amigos y tijeras en mano. Aquella mujerona no se había hecho las cejas en su vida, llevaba un flequillo de décadas anteriores y tenía el cutis un poco más suave que el de Lee Van Cleef en "El Bueno, el feo y el malo", aunque, todo hay que decirlo, sin barba a la vista. Se apoyó en la pila y me miró como diciendo, "¿te vas a sentar o qué?", y allá que fui como un corderito acojonado. Me mojó la cabeza -me atreví a decirle que tenía el pelo recién lavado, y que no hacía falta otra vez- y me secó apenas.



Tan leve fue el pase de toalla que empecé a notar el agua cómo resbalaba hacia mis orejas, luego por el cuello, hasta que una gotita entró en el canal de la columna vertebral y se fue directo al cóccix. Me vino un escalofrío, mientras disimuladamente intentaba secarme con la toalla que llevaba en los hombros. Me indicó dónde sentarme con un gesto seco, me preguntó cómo hacer el corte y le dije, con miedo, "corto, por favor". "¿Con máquina?", añadió. Sí, claro, pero no con cortacésped, pensé. Aquella empezó su trabajo con destreza, su mano se calzó en mi cabeza y empezó a hacer movimientos bruscos que mi cuello a duras penas soportaba. Mientras, el agua que aún quedaba en mi cabeza seguía su camino natural hacia abajo y la toalla ya no chupaba más. Aquello era una cascada. Los ojos se me empezaron a nublar por la mezcolanza de agua y pelos que caía, mi cabeza daba vueltas en manos de aquel especímen sin piedad, y entonces al dejar la máquina de rasurar apareció con unas enormes tijeras de podar para la parte de arriba. Allá empezó la escabechina. El agua fluía y ella cortando setos. Mi cabeza sufría las embestidas y yo sonreía con dificultad, intentando mantener el tipo, pero más tarde mis lagrimones se mezclaron con las gotazas y chorretones de la ducha previa.



Se me mojaron los pies. Pensé en convertirme en sapo para adaptarme al medio y, de paso, quedarme sin pelo y vivir tranquilo en aquel estanque, pero mis trajes de Mortadelo no venían conmigo, así es que intenté revolverme. Sin embargo, aquel mastodonte con ceja me tenía bien sujeto, y entre el charco, los pelos y la sangre que me empezaba a salir de la zona parietal, aquello era una carnicería sin permiso del Ministerio de Salud.

"Listo", dijo al fin. Lanzó las tijeras al suelo con gran estruendo, sacó un espejo modernista de metro y medio por sesenta que sujetaba con salero para mostrarme mi cogote, y yo, sin gafas ni ganas de ponérmelas, le dije por la vía rápida que ideal de la muerte. "¿Cuánto és?", añadí después de dar un brinco. "9,75", saqué un billete de diez euros, lo solté sobre la mesa y me fui a por mi chaqueta con síntomas de Parkinson en las manos. Al enfilar la puerta de salida con dos dedos aguantando la herida en la cabeza que sangraba, la jefa me soltó el cambio: 20 céntimos (¿?). Como no ando muy fino en matemáticas y tenía el cuerpo arrugado ante tanta humedad, salí a la calle sin pensar, hice las cuentas que no me cuadraban y me fui al trabajo. En el espejo del ascensor vi la escabechina y mi rostro moteado de pelos. Lo mejor eran las patillas: una fina y larga, la otra gorda y corta. Pero estaba vivo, tumbado en una camilla, enganchado a una máquina, con la cabeza vendada y un secador a mi lado dándolo todo.

"No aprenderás", me dijo la Pepa al verme.

4 comentarios:

David dijo...

Rafa, permita que haga un tremendo... "juaaaaasssssss".

Coño tío, pero esa tía ande tenía el cerebro ese día?

JO-DER!

Mary dijo...

JAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAJAJAJAJAJAJAAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA

Juanje dijo...

Eres muy payaso. Lo de la sangre será más o menos ficticio, pero a la Bego también se le han saltado los lagrimones, pero de un descojone tal como no le veía hace mucho tiempo. Sobre todo cuando ha reparado en tus patillas. Un beso compartido locooooo.

Anónimo dijo...

¿Pero te dejó mejor o peor que aquella vez que apareciste como Adolfo el "tren" Valencia?

Jajajajajajajaja.

Manolito