
Carlos, Luis, Paco y yo nos acoplamos al grupo, y dirección a Cullera la propuesta es ir a relevos cortos. Cortos, pero intensos: a 36 por hora, a 38, a 40 en ocasiones, con una media al llegar al final de 31,5. Se nota falta de práctica en eso de los relevos en muchos de los jóvenes triatletas, pero precisamente por ello se hizo aquel ejercicio, para ir aprendiendo. Al final, somos cinco o seis de un grupo mucho más amplio los que vamos pasando. Jordi, Miguel, Raúl, Carlos, Luis y yo, con alguna ayuda de Fede, Tello, Paco, Alfredo, Julio o Quique.
A la vuelta, la guinda. Miguel explica el plan de hostilidades: A cada uno se le asigna una pareja, que viene a ser un rival, y un punto de meta (el mirador de la Albufera), y allí se ha de llegar por delante del que te han asignado. De compañerismo, nada. Me toca el hueso duro: Raúl. Todos empezamos a mirar a nuestro respectivo 'compi' de reojo... ¡Chin, chan! Se afilan cuchillos.
En los primeros compases, Miguel da ejemplo e inicia la guerra intentando huir de Jordi, su rival. Raúl y yo saltamos a todo como si no quedaran kilómetros por delante hasta que el sevillano lanza un hachazo inmenso, demoledor, grandioso, inalcanzable. Quedan unos 20km y se va solo, Miguel me mira, le miro, pero ninguno nos atrevemos a ir a buscarlo, y le digo que tranquilo, que al final caerá. Panorámix es mi responsabilidad, mi rival, pero tengo que medir bien los tiempos. En realidad, no me quedaba aliento. Sin embargo, poco a poco le empezamos a recortar distancia y lo cogemos, y entonces propongo irnos los tres por delante del gran grupo, que está a unos 20 metros por detrás. Los relevos empiezan bien, pero en seguida queda claro que las fuerzas van justas porque Miguel, eso sí, muy educadamente, se salta su turno: "Raúl, pasa tú", se oye. Con esas, nos alcanza el pelotón.
El ritmo se aumenta a 36, a 38, y aunque decido jugármela en cabeza remando como un poseso, no consigo hacer ningún daño. "A 37 por hora ya no se queda nadie yendo a grupo", dijo después Raúl. Cierto.

En la recta del Perelló, Miguel y Jordi, que andan a la gresca entre ellos, taponan la salida de Raúl cuando hago el enésimo cambio de ritmo, mientras oigo cómo mis piernas me insultan. La batalla de Miguel y Jordi juega a mi favor, porque mi rival se queda cortado, y a mi rueda se pega Quique, que me grita desde atrás que no me da relevos porque no puede. Me sorprendo por poder moverme a 38 por hora en aquella recta infernal que siempre parece que pica hacia arriba, pero me giro y veo que me comen terreno. Sin ayuda, no voy a ningún sitio, pero asumo que detrás estarán sufriendo, y eso siempre me permite engañar a mi cerebro y seguir luchando.
Al girarme de nuevo, veo a Luis en cabeza de pelotón, que va a por mí. Sigo dándolo todo, cada pedalada es como un palazo que me cuesta, pero sé que les está costando cogerme. Justo al llegar a la rotonda, nos cazan a mí y a Quique, y justo en ese instante, Raúl, que sabe que atacar a tu rival cuando va escapado y le cazas es el mejor momento, suelta lastre.

Es otro ataque infernal del genio de las Navas. Me deja reventado, pero al salir de la rotonda lucho por coger ritmo. Jordi me pasa por fuera y me intento enganchar a su rueda, mientras Carlos se va a por Raúl con facilidad. Si hacen dúo, se me irán, pienso, pero la ayuda de Jordi es clave para cogerles. Al agruparnos, Fede me pregunta cuánto nos queda. Por señas le pido unos segundos para recuperarme, le digo cuando puedo que unos 5 kilómetros y de nuevo volvemos a los ataques sin cuartel. Entonces sale por la izquierda el típico convidado de piedra, un desconocido que nadie sabe de dónde ha salido. Se va solo aquel sin nombre y entre los intentos de ir a por él -¿alguien se preguntó por qué?-, nos quedamos delante Raúl, Quique y yo. Quique vuelve a disculparse por no dar relevos, aunque se ofrece un par de veces, y Raúl y yo, a menos de 3 kilómetros del punto de meta, nos obligamos a darlo todo para que el pelotón no nos coja.
La lucha es desigual, tres contra diez, pero el terreno que queda nos permite seguir luchando. Luis, Carlos, Miguel, Jordi, todos tiran por detrás, y cada vez que nos giramos les vemos un pelín más cerca. "Venga, que llegamos", "rápido, que nos tienen a tiro", "vamos, un poco más", nos vamos diciendo sin resuello... Llegamos al puente que anuncia el mirador de la Albufera justo cuando cogemos al ciclista sin nombre que se nos había ido; punto y final de las cuchilladas, y suspiramos. Pese a conseguir llegar por delante del grupo, no logramos separarnos Raúl de Rafa ni Rafa de Raúl. Aun así, este es el concepto de hostilidades.
Nota: Esta crónica está narrada desde mi punto de vista. No estuve en los demás ataques y por tanto desconozco qué fue pasando con exactitud. Se aceptan narraciones paralelas.