28 junio 2012

La Guardia Civil entre Andorra y España

Siempre que alcanzo la garita de la Guardia Civil que controla el paso fronterizo entre Andorra y España me descojono. No es que me ría de los verdes que andan por ahí, sino que cada vez percibo señales de estereotipos dignos de analizar.

Lo más normal es encontrarte con un Guardia Civil indiferente, que te suelta un lánguido buenos días y añade, mientras tú abres el maletero del coche, el consabido ¿tabaco, alcohol? que está cansado de repetir durante quien sabe cuántas horas seguidas. Este suele ser el veterano, el que lleva tiempo en el tema y está hasta los mismísimos.

Luego está la mujer Guardia Civil que, se me perdone, es la que tiene una mala leche de cuidado. Pone cara de dura durísima, y se muestra impertérrita y arisca, pero formalmente impecable. Hace su trabajo y punto, sin agasajos ni mala educación, sino con eficiencia y eficacia.

Pero al que no soporto es al jovencito. Ese es un imbécil descomunal, un atontao que se cree Jean Claude Van Damme y que de lo único que tiene pinta es de querer soltarte una galleta en menos que canta un gallo. Es un personaje con el que se puede uno cebar a partirse de risa, porque no es nadie aunque él se crea el rey del mambo por estar controlando quién pasa más cajetillas o botellas que nadie, si no un buen fajo de billetes.

El tío ni saluda, simplemente asume que tú, que estás a su disposición para hacer lo que él mande, debes abrir el maletero y cantarle a los cuatro vientos que no eres un bandido, casi arrodillarte ante él y clamarle piedad por esos hierros de bicicleta que llevas en el maletero. Es que no te mira ni a los ojos, el muy Pajares y Esteso, va con pinta de ciclao de gimnasio caminando como si llevara un caballo entre las piernas, pone los brazos en jarras rollo inspector superpeliculero y te suelta de perfil una mirada intensa y escrutadora que pretende dejarte helado, cuando por dentro lo que piensas es que estás ante un estúpido lameculos que quién sabe si aprobó las pruebas de acceso al cuerpo por enchufe de señorito.

¿Es nueva la bicicleta? Te pregunta, como si aquello fuera un delito de cagarte por la pata abajo y cuartelillo, y entonces le enseñas, porque ya te lo sabes, las picaduras de la montura, prueba irrefutable de que tiene más mili que él. Entonces agacha la cabeza, asiente, ni te mira ni se despide, y asumes que, en el fondo, el muy crecido irá aprendiendo que Steven Seagal no existe más que en su cerebro de mosquito.

27 junio 2012

Superación

Érase una vez un hombre herido que quiso salir al paso como pudo. Se dijo que no primero, intuyó un tal vez después, y a la mínima oportunidad que tuvo, accedió a decir que puede para convertirlo más tarde en un sí.

Olvidado el salto por encima de un coche, los puntos, las roturas y el dolor general, se puso a trabajar. Aquel amante del deporte instaló su meta en un 23 de junio, y pensó que si llegaba a tiempo, bien, y que si no, también.
Todos los amigos estaban aquel día en los alrededores de Sabiñánigo sintiendo los nervios del día previo. Nadie durmió como suele si es que lo hizo, y quien más quien menos miraba al techo de la habitación, en aquella penumbra, visualizando una curva, una rampa, un descenso, la meta, el ambiente.
Cuando a las 7.30 arrancó todo, los pensamientos del día anterior se esfumaron, y cada uno pensaba en el instante. En esa rueda, en esa otra, ojo con el bache, ojo que voy por la derecha, venga que podemos, venga un poco más.
La primera hora fue de locos, con una media de 38 en la que hay que incluir, para la desgracia de la cita, como siempre, un par de montoneras, caídas múltiples que hicieron que muchos levantaran el pie y se fueran por el desagüe, entre cagados de miedo y responsables.


A partir de entonces, empezó el reto real. No podía el ‘amigo del Lute’ seguir la rueda de Patxi, encendido como iba, lleno de ganas y sobre todo de fuerza. No podía más que aceptar que se le iba y que ese ritmo lo mataba. Cedió terreno el menda, dejando que el pelotón lo llevara hasta la cima del Somport, no sin parones extraños del pelotón, no sin sufrimiento por no ir cómodo.
Notaba aquel herido de antaño que era la Quebrantahuesos del sufrimiento, que en su haber se leían jornadas de buen tiempo, pero otras de mucho calor, otras de mucho frío, y otras con caídas en las que se vio implicado. Era esta edición la de la pájara, la del tío del Mazo que no perdona.
Asumida esa cuenta pendiente, se dijo que de perdidos al río, y que si hay que morir, se muere matando. Aquello de podrás conmigo, pero sufrirás para poder. En esas estaba el que suscribe, aceptando la sinrazón de esperar a lo largo del día la temida guadaña, cuando enfiló el descenso eterno, con una nube allá en los pies de la montaña, mientras en la cima el sol lucía y el fresco de la mañana amenazaba con aumentar debajo de aquella gran capa de algodón.

Los tiritones llegaron pronto a la llamada de la velocidad, y en aquel vertiginoso camino francés dirección a la segunda tachuela del día, la cabeza de aquel amante de la bicicleta del que hablamos pensaba en que el primer imprevisto del día ya estaba allí. Sin embargo, fue cosa de minutos que el cuerpo reaccionara como reacciona siempre que se le da candela, y por el afán de llegar a aquellas ruedas, de coger aquel grupo y no soltarlo, el calor volvió a los músculos, el gesto dejó de ser tenso, y el momento permitió hacer lo que hay que hacer en ese instante: comer, beber y luchar por mantenerse vivo, todo fuese para que el del Mazo, que pulula siempre por ahí, apareciera lo más tarde posible.
El ascenso del Marie Blanque llegó con la habitual sorpresa del embudo que se crea en aquel desvío estrecho, señalándole al ciclista que donde entra es como una boca del lobo, un lugar del que sales vivo si luchas, pero herido si te despistas. Así es que el gel que tomó el batallero sirvió para minimizar daños en la subida, pero también para hipotecar el resto del día tal fue el corte de digestión.
Ya se dice siempre que se debe entrenar tanto en kilómetros como en metodología, y no es adecuado inventar nada el día D. Así, aquel líquido pringoso hizo su papel y su daño, y entre las arcadas antes, durante y después del avituallamiento, y la llegada del Portalet después del llano pestoso, empezó la fiesta clave de los veintipico kilómetros de eterna subida con un estupendo revuelto de estómago.

Cuando la gente te adelanta, nada se puede hacer si vas como vas...

Para llegar allí, sabedor de sus limitaciones, el menda lerenda se cargó de malas artes e hizo lo que nunca se debe hacer, y es provocar al personal con un relevo intenso, ponerlos en fila india y luego ir a cola a descansar mientras el resto se organizaba. Ya había arrancado la locomotora que hacía unos minutos remoloneaba entre la llanura. Sucias artimañas de quien no tiene fuerzas para más.
En el ascenso puro, el sálvese quien pueda, el conocido como ritmo inicial irreal, que no marca tu estado de forma, sino un engaño sobre lo bien que vas que en realidad es al contrario. Controló el ciclista su ímpetu, porque tan cierto es que dos y dos son cuatro como que hay que saber medirse cuando uno está bien como cuando uno está mal. Así, con la paciencia en una pierna, y en la otra la calma, se fueron acumulando kilómetros que, si en principio pasaban rápido, cada vez por el contrario se tornaban más lentos.
Las piernas no eran las deseadas. Era de esperar, pensaba aquel que voló por encima de un coche, que con un mes de parón obligatorio, escayola en mano, la forma se debía perder en el fondo, y era aquel instante con 130 kilómetros en las piernas en el que el deseo de ir más rápido chocaba frontalmente, y violentamente, con la cruda realidad de unos músculos al límite, forzados durante toda la jornada poniendo en práctica el acumulado del año pero especialmente el trabajo específico y pseudosuicida del mes anterior, cuando la recuperación fue efectiva y la búsqueda de la puesta a punto del estado de forma se convirtió en básica para estar en la pomada.

Así, vino la resignación, el ir a 13 por hora por donde el año anterior en el que no sufrió nada circulaba a 16, el ir a 11 donde podría haber pasado a 14, y así hasta la cima. Adelantar adelantó a pocos, y fue rebasado sin contemplaciones por centenares de dorsales de los que habían salido por detrás. Pero no le importó, porque sabía que era la ley de la carretera. Tampoco hubiera servido de nada que le importara, porque era incapaz de aumentar el ritmo.
La presa la superó asumiendo que los que veía allá abajo en la curva, en nada lo alcanzarían, y el golpe fue duro cuando se iba confirmando el pronóstico y aquel de Massamagrell al que había visto detrás ya estaba con él y se iba raudo para adelante. Hubo que asumir la derrota, hubo que pensar en el agua que quedaba y en la comida, aunque fuera luchando contra algunas arcadas involuntarias. Así es que bebió todo lo que pudo y comió con tiento, y sin pensar mucho más, empezó a ver los coches que anuncian la llegada de la cima, entre aquel verde y el tintineo de las vacas que pastaban a sus anchas, ajenas al bullicio de la carretera.
Esperaba el esforzado ver caras conocidas, y mientras aceleraba el ritmo espoleado por los ánimos de los desconocidos, venga ahí, venga que ya lo tienes, miraba a derecha e izquierda buscando a su hermana. No la encontró en forma, pero sí en el pensamiento, y se la imaginó junto al perro Arco animándolo. Atravesó con pena la cima y la frontera, y cuando inició el descenso vertiginoso, vio a lo lejos a esa hermana y ese perro que subían, demasiado tarde. “¡María!”, gritó, y al ver que ella le respondió con un saludo y mucho ánimo, él bajó el resto del puerto con el corazón lleno de fuerza y las piernas intactas.
El público en el Portalet, absolutamente maravilloso atravesar por allí.

Con 5 horas 40 minutos en la cima, los cálculos fueron volando por la cabeza de alguien de letras que siempre falla con los números. Al final, el cruce de cables de la calculadora siempre en mal estado hizo que desistiera de cábalas, y afrontó lo que quedaba pensando en superar la Hoz de Jaca y llegar a meta sano y salvo, sin caídas ni sustos. Superar el último puerto fue más infierno que nunca, porque las piernas estaban listas y poca cosa quedaba ya en la reserva, y así se vio obligado a pedir que le empujaran unas dos o tres veces (ni recuerda), llevando una cara de la que se avergonzaba, pero que refleja a la perfección el dolor intenso. Coronar fue un alivio no inferior al de superar un examen que piensas que nunca aprobarás, y entonces al coger la carretera principal y ver los carteles de tráfico indicando 17 kilómetros hasta Sabiñánigo, vio que la calculadora, ahora sí, funcionaba.
En la Hoz de Jaca, agonizando.
El resultado de la cábala certificó que bajar de siete horas sobre la bici sería complicado. Completamente solo ante aquellas rectas repecheadas y con viento en contra, la empresa era imposible, así es que esperó a que lo cazaran por detrás, y cuando vio que no había intención alguna de remar con fuerza, volvió a poner en práctica la jugada sucia y barriobajera del último recurso que ya pusiera en práctica antes del Portalet: pasó delante, aceleró con un relevo de manual, y cuando vio que la gente ya en fila india picaba y pasaba a la ayuda en perfecto orden, sacó el puro, puso los pies en la mesa y dijo, chavales, llevadme a casa.
Los minutos caían como piedras y los kilómetros pasaban lentos. Sabiñánigo 13, Sabiñánigo 10, Sabiñánigo 3. Aquello era un suplicio porque la frontera de las siete horas era muy corta, y la velocidad, aunque óptima, no permitía pensar en que fuera fácil. Alcanzamos la circunvalación, la contrameta, y evitando una última caída de algunos ansiosos que nadie sabe qué buscaban (qué desgracia, dejarte la piel en el asfalto a 300 metros del final), vio en su reloj las 6 horas y 59 minutos. No tuvo otra que esprintar como nunca lo había hecho, acostumbrado a pasar aquella meta con calma y sonriendo, satisfecho. El acelerón sirvió, y paró su crono en 6 horas 59 minutos y 47 segundos. A la espera del tiempo oficial, estaba dentro.´

Al final, 6h 59min 27s que le metían en un grupo selecto del que nunca pensó que podría formar parte. Y ya se lo había dicho a sí mismo durante el último mes: dadas las circunstancias, bajar de 7h 30min hubiese sido un buen resultado, hacerlo de 7 horas, algo excepcional. Así es que el herido en cuerpo y orgullo de hacía casi dos meses, cuando viajaba en ambulancia vestido de ciclista a un diagnóstico incierto, ahora se sentía feliz. Tremendamente agotado apoyado en una pared, escuchando a los que estaban e iban llegando, pensó que eso había sido para él una prueba de superación, y que solo el deporte al que tanto ama le podía poner esa prueba, y además superarla. Y sintió un orgullo inmenso cuando Patxi le dijo qué huevos tienes, y lo abrazó. Pensó que hay cosas que se hacen con amor.



26 junio 2012

Día de calma

En la Seu d'Urgell, al lado del río, sentado en un banco escuchando nada y todo, con una fiambrera con comida, fruta, bebida y la bici dentro del coche esperándome para dar una vuelta por este sitio maravilloso, siempre viendo el río, siempre escuchando esa nada y ese todo.

21 junio 2012

Tengo ganas de Quebrantahuesos


Tengo ganas de subirme al Ibiza y acercarme a Huesca.

Tengo ganas de ver los primeros compañeros con los coches cargados con sus bicis.

Tengo ganas de que me adelanten y me saluden.

Tengo ganas de adelantar a alguno y saludarlo.

Tengo ganas de ver que todos los que van en mi dirección son iguales.

Tengo ganas de ver las burras que llevan colgando.

Tengo ganas de llegar a Sabiñánigo y recoger el dorsal.

Tengo ganas de ver caras afiladas, pero también rollizas, nerviosas, estresadas, emocionadas…

Tengo ganas de sentir miedo.

Tengo ganas.



Tengo ganas de saludar a Fernando.

Tengo ganas de ver rostros conocidos.

Tengo ganas de dejar de sentirme un bicho raro.

Tengo ganas de ver que somos muchos los que amamos el ciclismo.

Tengo ganas de que nos juntemos todos los amigos.

Tengo ganas de ver los nervios en la cara de Dani y Samu.

Tengo ganas de ver la calma en la de Borso.

Tengo ganas de ver a Paquito con el ay.

Tengo ganas de notar a Patxi motivado.

Tengo ganas de hacer la broma sobre el ventilador de Javi.

Tengo ganas de escuchar a Gonzalo.

Tengo ganas de dar todo lo que Raúl me ha enseñado.

Tengo ganas de no defraudarlos.

Tengo ganas de abrazarlos a todos antes de la salida.

Tengo ganas de tener el apretón de turno de puro nervio.

Tengo ganas de encontrar mi sitio entre el gentío.

Tengo ganas.



Tengo ganas de tener el helicóptero sobre nuestras cabezas.

Tengo ganas de pensar en lo que me ha costado llegar hasta ahí.

Tengo ganas de olvidar la caída.

Tengo ganas de oír las excusas que todo el mundo tiene.

Tengo ganas de tener la boca seca.

Tengo ganas de ponerme a 170 pulsaciones nada más salir.

Tengo ganas de esquivar caídas.

Tengo ganas de escuchar los aplausos de la gente.

Tengo ganas de notar el frío de la mañana.

Tengo ganas de ir a 45 por hora.

Tengo ganas de ver la pasarela de Jaca llena de apoyos.

Tengo ganas de empezar a subir Somport.

Tengo ganas de vivir el momento en que todo el mundo calla porque la rampa se empina.

Tengo ganas de oír el ruido de los cambios.

Tengo ganas de ver las primeras caras de sufrimiento y notar los resoplidos.

Tengo ganas de pasar la niebla eterna en la cima.

Tengo ganas de echar la meada de turno.

Tengo ganas de bajar por Urdos a 70 por hora.

Tengo ganas de coger un buen grupo.

Tengo ganas de pensar en administrar las fuerzas.

Tengo ganas de ser un poco suicida.

Tengo ganas de ver a los bomberos franceses en la cuneta.

Tengo ganas de meterme en la ratonera del Marie Blanque.

Tengo ganas.



Tengo ganas de no pensar en la cima.

Tengo ganas de remar hasta arriba y esperar.

Tengo ganas de intentar seguir la rueda de Patxi.

Tengo ganas de sufrir al porfiar.

Tengo ganas de fijarme que no pasamos de 13 por hora.

Tengo ganas de maldecir por no llevar más piñones.

Tengo ganas de mirar a cada mojón del arcén que no hay para ir descontando kilómetros.

Tengo ganas de sufrir.



Tengo ganas de anhelar el final.

Tengo ganas de escuchar la gaita de la cima.

Tengo ganas de recibir los ánimos de esa gente.

Tengo ganas de oír el aúpa mutilak y el aúpa neska.

Tengo ganas de coronar y sentirme libre.

Tengo ganas de empezar el descenso y notar algunos calambres.

Tengo ganas de comer y beber para recuperar.

Tengo ganas de sacar el manual de supervivencia.

Tengo ganas de pasar la rejilla en el asfalto que hay antes del avituallamiento.

Tengo ganas de lanzar la bici sobre el barro y lanzarme yo sobre la comida.

Tengo ganas de sonreír a los de la foto.

Tengo ganas de bajar de aquel infierno.

Tengo ganas de sufrir.



Tengo ganas de comer y beber, comer y beber, antes del Portalet.

Tengo ganas de que alguien haga el análisis del día en aquel llano pestoso.

Tengo ganas de dar una barrita a quien la necesite.

Tengo ganas de apretar los dientes para no perder la rueda de delante.

Tengo ganas de ver a los gendarmes en el cruce del Aubisque.

Tengo ganas de enfilar hacia el infernal Portalet.

Tengo ganas de pasar el primer túnel de humedad.

Tengo ganas de buscar el ritmo perdido.

Tengo ganas de pensar en sobrevivir.

Tengo ganas de dejar pasar gente que va mejor.

Tengo ganas de animar a quien adelanto yo.

Tengo ganas de hacer cábalas sobre a qué maldita hora coronaré.

Tengo ganas de querer aumentar el ritmo.

Tengo ganas de resignarme a ir como voy.

Tengo ganas de cabrearme por no ir más rápido.

Tengo ganas de asumir la derrota.

Tengo ganas de notar la tensión en mis brazos.

Tengo ganas de ver el sudor que todo lo llena.

Tengo ganas de observar el cansino ritmo de mis piernas.

Tengo ganas de pensar por qué lo hago.

Tengo ganas de recuperarme y sentir que no voy tan mal.

Tengo ganas de engañarme pensando que alcanzaré a Patxi.

Tengo ganas de pensar en la Pepa mientras subo.

Tengo ganas de enviarle un mensaje al móvil.

Tengo ganas de decirle que voy bien.

Tengo ganas de distraerme con las bajadas de agua de la montaña.

Tengo ganas de ver a los primeros incautos estirando en las cunetas.

Tengo ganas de pasar la presa.

Tengo ganas de pensar en la cima.

Tengo ganas de cometer el error de pensar cuánto me queda.

Tengo ganas de ver al hombre que reparte frutos secos.

Tengo ganas de oler la barbacoa que cada año plantan unos vascos.

Tengo ganas de que un borracho aburrido de esperar a sus amigos salude haciendo el ridículo.

Tengo ganas de pasar los semitúneles y decirme “esto ya está”.

Tengo ganas de pensar que esto no se acaba nunca.

Tengo ganas de hacer fuerza hasta con los pelos.

Tengo ganas de ver los primeros coches aparcados en batería.

Tengo ganas de perfilar la cima en el horizonte.

Tengo ganas de buscar con la mirada a los que nos esperan.

Tengo ganas de parar con una sonrisa guiado por sus ánimos.

Tengo ganas de robarles un bidón y saludar al Guille.

Tengo ganas de ver a mi hermana emocionada.

Tengo ganas de pasar por el túnel de gente que anima como si aquello fuera el Tour.

Tengo ganas de sentir que floto en aquel momento.

Tengo ganas de llorar de emoción en ese instante.

Tengo ganas de que no se acabe nunca.

Tengo ganas de recordarlo siempre.

Tengo ganas de ir con tiento en el descenso.

Tengo ganas de volar.

Tengo ganas.



Tengo ganas de empezar la Hoz de Jaca pensando que no es nada y sufriendo como nunca.

Tengo ganas de notar el traqueteo de aquel cemento rasgado.

Tengo ganas de intuir el embalse a mi derecha.

Tengo ganas de oler la sangría y la cerveza en el aliento de alguien que anima.

Tengo ganas de pensar que voy como voy y que así ya hago bastante.

Tengo ganas de ver a los voluntarios en las curvas peligrosas pidiendo calma.

Tengo ganas de ver que ya nadie arriesga como al principio.

Tengo ganas de coger el desvío final.

Tengo ganas de superar aquel descenso que no lo es.

Tengo ganas de luchar contra el viento.

Tengo ganas de ver cómo la gente remolonea.

Tengo ganas de deducir que no dan relevos porque no les quedan fuerzas.

Tengo ganas de dar más teniendo solo voluntad.

Tengo ganas de que me duelan las piernas y el cuello.

Tengo ganas de ir descontando kilómetros.

Tengo ganas de fijarme en los carteles de tráfico.

Tengo ganas de ver el de Sabiñánigo.

Tengo ganas de pensar que ya está hecho.

Tengo ganas de atravesar la meta.

Tengo ganas de abrazarme a Patxi que me espera.

Tengo ganas de explicar la batalla.

Tengo ganas de escuchar la de mis amigos.

Tengo ganas de ducharme.

Tengo ganas de vivirlo una vez más.

Tengo ganas de llamar a la Pepa.

Tengo ganas de explicarle que estoy loco pero feliz.

Tengo ganas de escribir la crónica.

Tengo ganas de tener una bici siempre cerca de mí.

Tengo ganas.

16 junio 2012

Camina o revienta


Objetivamente, aquí hay dos tipos que dan pena. El uno porque sí, y el otro porque también. Este montaje que llegó a cierta red social gracias al encomiable esfuerzo de un amigo que se dice amigo pero enemigo debe de ser, refleja el patetismo de un ser mentalmente destrozado.

Dicen algunos que hay que aguantar buena carga de presión y tener un buen sentido del humor para llegar a casa después de horas de hospital, magullado y dolorido, y pedirle a tu mujer que te haga una foto de tal guisa. Pero no lo creo. En realidad, lo que hay que hacer es recordar lo que pasó y tenerlo presente, saber que se está donde se está por cuestiones del destino, y que si andamos y usamos los brazos y las manos y además masticamos, es todo en sí un regalo.

Hoy ni el Lute se acordará de aquellos tiempos ni yo lo hago. Aquel hombre, después de delinquir, volvía a hacerlo, y en mi caso, después de sufrir un accidente en bici, me volví a montar en ella como si tal cosa. En ningún caso -me di cuenta con el paso de los kilómetros-, pensé en tener miedo, ni recordé aquel coche cruzado y el triple salto mortal del 29 de abril. Iba ya contra el viento, dándome el sol en la espalda y llenándome de energía que mis piernas trasladaban a los pedales, raudo por unas carreteras que, lo creo en serio, me echaban de menos como yo a ellas. Porque las amo.