31 diciembre 2009

Feliz año y felices vacaciones

Os deseo a todos feliz año nuevo, y como me voy de vacaciones hasta el día 10 de enero, pues felices vacaciones. Estaré primero en Nápoles, Pompeya y el Vesubio, y luego en Valencia a partir del día de reyes. Prometo fotos chulas de las ruinas romanas.

29 diciembre 2009

¡Inocentes!

Sabía perfectamente que mi tío Manolo no se creería nada, más que nada porque sabía que él estaría vestido con su peluca de payaso y su nariz, pensando alguna trastada, si es que no estaba ya planificada. Es por él y sus hijos que yo tengo por sana costumbre hacer alguna bromilla el 28 de diciembre.

Desde el día en que mi prima y mi primo de Segovia, Lucía y Marco, se presentaron en casa de los abuelos con magulladuras y algo de sangre, y todo resultó una broma pero un buen susto para los abuelos, casi nunca he dejado de lado la tradición.

De las bromas que mejor recuerdo tengo, una será sin duda la de ayer del adiós a Andorra, pero hay otras como el día que dejé preocupado a mi tío de Ontinyent cuando le dije que llamaba de la Policía Militar y que su hijo iba a ser detenido por no presentar la prórroga al servicio militar que hoy ya no existe. Otros años envié cartas falsificando sellos oficiales y encabezamientos del Ministerio de Justicia, pero no triunfaron en exceso porque ya me tenían calado.

La de ayer fue grande, porque internet me permitió que se extendiera la noticia mucho y que picaran muchos más de los que me esperaba. Una vez sabida la broma, algunos ya me han amenazado a devolverme la moneda. Queda un año, les he dicho yo, pero ellos han ido más allá: "No creas, puede ser antes". Así es que la gracia me va a costar estar al quite 365 días al año. Sin embargo, lo bien que me lo pasé ayer valió la pena.

28 diciembre 2009

Tras dos años, adiós a Andorra

Suena como lo que es. Una despedida. Andorra nos ha acogido durante estos dos últimos años y aquí hemos estado muy a gusto, pero el viento vuelve a soplar hacia el sur y abandonamos las montañas.

Bien es sabido por todos que el clima del Principat me afecta demasiado, y que cuando voy hacia el Mediterráneo el corazón se me ensancha. Qué le voy a hacer. Pues ya está claro: nos volvemos.

La Pepa trabajará en una empresa de publicidad en la que está metida su hermana Carmen, que se está creando en Xàtiva, muy cerca de su querido Benigànim y de su familia. Dice que está harta, aunque yo no me lo creo, de estar al pie del cañón con la actualidad. Deben de ser los años. A mí me han ofrecido un contrato en Decathlón en la sección de triatlón, que de momento está en proyecto pero que quieren impulsar. La mala noticia es que iré al centro de Torrent, que está un poco más lejos, pero la buena es que me ponen de gerente de la sección, porque dicen, literalmente, que vendo muchas burras. Y nada, que tendré que tirar de ingenio para hacer que la clientela pique, aunque en Valencia el tema del triatlón está en auge, y espero que todo vaya bien y los compis de la Universitat de València me echen un cable.

El problema es cómo decir que nos vamos en El Periòdic d'Andorra. Va a ser difícil, pero espero que publicarlo aquí sirva para que algunos se hagan a la idea. Los jefes sé que no lo leerán, así es que ya les informaremos esta misma tarde.

En realidad, estoy contento. ¡Volvemos!

25 diciembre 2009

¿Despedimos el año?

Como no puedo escribir mucho, solo con una mano, pues aquí va un video para despedir el año 2009.

Feliz año a todos.

22 diciembre 2009

Nieva, ergo ruedas de contacto

Levantarse por la mañana y ver que nieva es algo realmente precioso. Desayunar observando cómo la montaña se llena de blanco, cómo las aceras se cubren de ese manto, cómo sin embargo las máquinas quitanieves luchan por mantener el negro del asfalto, es cuanto menos curioso. Apurar el café y salir de casa camino del trabajo es el siguiente paso, y es aquí cuando ella entra en escena. Los tres dedos de nieve de la calle por la que aún no ha pasado la quitanieves no son un problema. Ella rueda y rueda, firme y esbelta, sin miedo ni deslices, sin problemas. El neumático de contacto es uno de esos inventos que te permite seguir en activo cuando la nieve intenta bloquearlo todo. Y eso en Andorra sucede en bastantes más días de los que uno se puede imaginar.



No hay coche local en este pequeño país que no los calce entre los meses de noviembre y abril, a veces mayo, meses invernales de la norteña media naranja planetaria. Son una garantía y una seguridad, sobre todo en esos días en que la nieve y el hielo se juntan para formar una combinación en situaciones normales muy peligrosa. La rueda de contacto es normal, mismo grosor, mismo diámetro, pero de dibujo diferente. Estriada y rayada, encuadrada en múltiples profundidades que permitirán al agua, a la nieve, surcar su superficie con mayor facilidad, expulsándola de su camino y permitiendo que el vehículo se asiente al asfalto, se aferre a él, y así que el conductor y sus ocupantes sientan que, oh milagro, van seguros.



Cada coche es un mundo, porque los hay con tracción en las dos ruedas, pero también en las cuatro. Son ventajas y desventajas. El de las dos ruedas motrices sólo está obligado a cambiar esas, mientras que las otras son opcionales. El coche se mueve por la fuerza que imprimen esas ruedas en el suelo, y las no motrices no son más que miméticas, puras imitadoras de movimiento. Sin embargo el vehículo que tracciona gracias a las cuatro ruedas debe cambiarlas todas. Sorpresa: más gasto; añadido por el hecho de que este tipo de coches suelen ser todoterrenos y automóviles de gama alta, con lo que los neumáticos, además, se encarecen extremadamente. Verbigracia: el dueño del Golf GTI Motion y tal y cual, último modelo, seis marchas, tracción total, tiene un problema. A saber: la rueda le puede salir alrededor de los cien euros. Sumando mano de obra, en total 500 eurazos redondeando. Por el contrario, el tipo del Seat Ibiza básico, normalito, clase media, cambia un par de ruedas por poco más de 100 euros, que es dinero, pero no medio sueldo. Son cuestiones sociales, diría, cuestiones cercanas al qué dirán y ligadas muy de cerca con la cultura del bienestar rayana en la tontería del más y más y más. De ese sentimiento de poder que le da a uno tener un bolso más caro, un pendiente más brillante, unos zapatos tope gama y una chaqueta a la moda. La estética. La presión social. Esa que en Andorra es máxima por ser tan pequeño, por ser vecinal, casi un pueblo-país en el que todo el mundo sabe de todo el mundo, y el que tiene un Ibiza es el del Ibiza, punto, y el del Golf es el molón de turno.



En Andorra el coche tipo es de gama alta –faltaría más-, por no añadir que es un país en el que se asegura que existe un gran número de población que cuenta con más de uno. ¿Riqueza? Más bien calidad de vida, pero no nos engañemos, no tanto una calidad económica, sino la vital intrínseca al país: paz. Aquí el dinero te aporta bienestar, el trabajador medio curra para vivir, y vive en su mundo pequeño –como todo en el Principat- y no necesita mucho más. Por eso, el dinero vuela a su antojo y sin miedo en los caprichos: la bici, la moto, el coche, el apartamento a pie de las pistas de esquí. Y poco a poco se entiende todo en uno. Detalles. La población andorrana, la residente y la oriunda, demuestra su poder en el garaje, donde está el Pontiac o el Porsche Cayenne, y el remolque de la moto de nieve, al lado del Seat Panda, con los neumáticos que se guardan según la temporada –invierno y verano-. Todo sea por evitar el descontrol en la conducción. Y ya sabes, si no cambias las ruedas, siempre te queda la opción del autobús, aunque eso suponga un calvario -1,40 euros, más de veinte minutos de espera a la intemperie, con la que cae- al que sólo unos pocos sin vehículo propio se ven abocados. A más coches, más ruedas, y así, a más tocan los dueños de los talleres, que vienen a ser los mismos que tienen en su poder otras empresas, dominios esquiables, bancos, perfumerías, farmacias, ópticas, tiendas de discos o de deporte, electrónica… pero esta es otra historia.

21 diciembre 2009

Frío y calor



Me traigo de Valencia frío y calor. El frío que ha hecho, realmente espectacular, y el calor de mi familia y de mis amigos. El video de arriba, de hoy mismo, día en que ha estado nevando en Andorra hasta las nueve de la noche, sin parar, y hay metros de nieve por todos lados. Quitanieves por las carreteras, y por las aceras con los quads. Todo para que no nos matemos en coche o andando. Cadenas obligatorias en todo el país. Hoy hemos llegado tarde a trabajar todos.

La imagen de abajo es de la comida del domingo en Pinedo. Al lado del mar, paella de marisco y de pollo, conversación, recuerdos, todos actualizados los unos de los otros. Felicitaciones del nuevo año, de la Navidad, besos y abrazos. Nos queremos, qué bien, ¿no? Me encanta. Faltaron pocos (Dani, Ainara, Jorge, Juanlu, Dulci, Luis, Quique, Alta). Las Navidades solitarias que nos esperan entre montañas se llevarán mejor con el recuerdo de todo.

20 diciembre 2009

Pep per molts anys














Entrar en casa de mis padres, saludar y recibir un "¿pero tú no estás viendo el partido?" es descorazonador por cuanto me hace pensar en mi a veces inexplicable pasotismo futbolero. El partido no es uno cualquiera que nunca vería, sino la final del Mundial de clubes en la que el Barça sueña con ganar, por fin, ese premio, y de paso ser el mejor equipo del 2009 y el de la historia con seis títulos de seis posibles -Liga, Copa y Recopa españolas, Copa y Recopa europeas, y el Mundial de clubes-. Si me hubiera levantado de la cama y hubiera recordado que se jugaba ese partido, para mí el mundo se habría detenido al instante y hubiera girado en torno a esa final.

Pero como al levantarme sólo pensé en comer, pues ya se me fue el santo al cielo. Así es que mi día transcurrió normal y soso, sin mucho sentido, y entonces sólo durante los 15 minutos de la segunda parte de la prórroga viví un cúmulo de emociones que durante el día no me esperaba por olvidadizo, pasota o ser extraño. ¿Llegué tarde o en el momento justo?

Entonces varias imágenes se quedaron para siempre en la memoria del deporte. Primero un remate de gol inverosímil, de los que nunca se ven, de un jugador pequeño pero rápido que se adelantó a uno alto y fuerte como Verón, la Brujita que la fortuna quiso que estuviera allí viendo bien de cerca la genialidad de la Pulguita con su golpe de pecho -golpe con el corazón que dicen algunos- y que por aquello de la grandeza visual de este deporte quiso que el presente, Messi, reflejara en esa imagen junto a Verón, el pasado, un fútbol argentino que siempre dio, da y dará muchos magos del balón, con la venia de Maradona.



Pero luego salió él. El gran mago. Pep. ¿Qué ha hecho este hombre? "¿Hasta dónde he llegado?", se debió preguntar el siempre atractivo Pep justo un instante antes de romper a llorar ante los ojos del mundo que son las cámaras. En el centro del campo, sólo como siempre pero en esa soledad que le hace formar parte -clave- del grupo que es este Barça. Aislado, fue recibiendo abrazos de técnicos, fisios y jugadores, e incluso de futbolistas que sufren con él porque no gozan de tantos minutos como quisieran, jugadores que pese a esos puntos de rabieta que siempre pueden tener, valoran y adoran a un entrenador que tiene el difícil papel de controlar los egos de sus niños. Porque un equipo de fútbol profesional es eso, un equipo de niños bien, jóvenes con dinero y lujo alrededor, que sólo piensan en una cosa redonda que llevan en sus pies, y ven con egoísmo extremo ese su mundo, para lo cual es fundamental un entrenador-psicólogo que haga fluir los talentos entre tanta basura. Y para eso está Guardiola. Él llora y hace ver a todo el mundo varias cosas: el fútbol profesional es de una presión ambiental desproporcionada, pero el fútbol y algunos equipos son un sentimiento, y Pep, que es tan de andar por casa, quiere a su Barça. Y es por eso que es, en vida, una leyenda. Per molts anys.

18 diciembre 2009

Adiós al programa Trinquet

El programa Trinquet desaparece. Después de una década en funcionamiento, siempre en crecimiento y luchando para mantener bien viva la tradición del deporte más valenciano, la pilota valenciana pierde uno de sus baluartes, su mayor defensor y difusor, y el nexo de unión entre todos los amantes de la pilota.

Son diez años que hoy no sirven de nada porque la crisis que se lo ventila todo no respeta ni a los veteranos. No recuerdo un programa de Televisión Valenciana (TVV), ya sea de Canal 9 o de Punt 2 donde se emitía, que haya durado tanto, y tampoco recuerdo una época laboral tan complicada como la actual. Hace poco hablaba aquí de los despidos en Superdeporte, mi primera casa profesional, y hoy lo tengo que hacer de mi segunda, Trinquet.

Trinquet es para la pilota valenciana lo que la espuma a la cerveza, lo que un balón al fútbol, lo que el sol a un día bonito. Sin Trinquet se va a dejar de lado un mundo pequeño -tal vez por eso desaparece- pero tremendamente lleno de vida y apasionante, donde un deporte de siglos sigue movilizando a mucha gente y entusiasmando a jóvenes y mayores.

En mis años de redactor de este programa me crucé con centenares de personas que vivían la pilota hasta tal punto de romper a llorar. Entrevisté a pilotaris, trinqueters, aficionados, árbitros, presidentes y toda la tropa, no se ha quedado ni uno en el tintero sin pasar por las manos de todos los redactores y cámaras que han llenado el programa de sabor a lo largo de tanto tiempo. Los que hemos formado parte de Trinquet queremos al programa y a la pilota como si fuera nuestra porque es familiar, cercana y amable con todos, y además espectacular. Trabajar en ese espacio era, sin lugar a dudas, un auténtico lujo.

Con Trinquet he conocido pueblos, calles, lugares encantados que veía pero no sentía, he entrevistado a muchos personajes y recuerdo a casi todos, como Armando de Cheste, el primero al que tuve que entrevistar sin saber muy bien cómo, o a aquel anciano de 110 años de Vistabella del Maestrat que entre gemido y gemido contaba delante de la cámara cómo y cuándo se jugaba a pilota en la plaza de su pueblo con una emoción descomunal. Hoy este hombre posiblemente ya haya fallecido, como lo hará Trinquet en cuanto acabe el año.

Por el programa ha pasado tanta gente y durante tantos años que me dejaré a algunos, sobre todo a los que componían el equipo desde que yo me fui y que no conozco y a otros que posiblemente no me marcara tanto su paso entre nosotros. Si eso ocurre, pido disculpas de antemano, pero son:

Dirección:
Alberto Soldado
Juan Carlos Rodríguez

Producción:
Loles Carbonell
Arantxa Tuzón
Míriam Civera
...

Redacción:
Ferran Toledo
Begoña Castillo
Rosa Esparza
Paco Caballer
Rafa Mora
Maria José Berbegall
...

Montadores, realizadores y cámaras:
Juan Pablo
Mario
Joaquim
Armando
Óscar
Àlex
Guillermo
Carlos
Gabi Vila
Felipe Peñalver
Miguel Blázquez
José
Ximo
Hernán
...

Todos de la mano de Vicente Tuzón hemos trabajado durante años, durante meses o esporádicamente como freelance, pero todos hemos estado ligados a este programa, el cual no era un derroche de arte, pero el cual no tenía esta pretensión, sino entrar de lleno en el terreno de la información, el reporterismo de entretenimiento y la difusión de una pequeña parte de la cultura valenciana de hoy, que es la misma que hace cientos de años.

Con la decepción por su desaparición, contaría miles de anécdotas de cada día de rodaje y trabajo, pero eso lo iré haciendo en futuras entradas, conforme se me abra el recuerdo que ahora se me abalanza sin orden.

17 diciembre 2009

Parecidos razonables


El clima, el mundo, el vacío...








Poco hay que añadir, excepto, sin intención de crear polémica por quién dijo la frase:
"Si el clima fuera un banco, ya lo habrían salvado"
Hugo Chávez, presidente de Venezuela.




16 diciembre 2009

Ya no tengo 20 años

Se me ha estropeado la semana de vacaciones. Estoy en Valencia y tenía pensado hacer muchas cosas para recuperar lo que me falta: motivación. Pero nada podrá ser.

Tenía pensado salir en bici hacia el Oronet para recuperar sensaciones y demostrarle a Raúl -http://raulbiciaction.blogspot.com- que estoy en horas bajas, y a mí que no me siento capaz de bajar de 7h 30min en la Quebrantahuesos, prueba por cierto en la que me han confirmado la inscripción y en la que tendré que acudir aunque sólo sea para quitarme los miedos que cada vez afloran más. También pensé en hacer una salida de bici de montaña con La Penya de Ontinyent para recuperarlos a ellos como esos amigos que son. Pensé en salir a correr con Luis para notar que la rodilla mejora después de dos semanas de sesiones de recuperación. Medité en la posibilidad de apuntarme a una carrerita de bici preciosa y espectacular que se hace este próximo domingo en Parcent con cronoescalada al Coll de Rates incluida -la misma ruta que hice hace poco para ir de Valencia a Altea- y que hubiese sido la guinda a meterme de nuevo en el mundo batallero. Pero todo esto hoy no vale para nada.

Lunes y martes estuve esquiando con Paquito en Andorra. El lunes todo fue bien pese al intensísimo frío, y el martes pese a que el día transcurrió mejor aún, en la última bajada vino el desastre. Había un saltito en una pista negra a alta velocidad y me dije "prueba", y el resultado es que no tengo 20 años y el cuerpo no responde a estímulos adversos con buena adaptación y predisponibilidad, como antaño ocurría, y lo que tenía que haber sido un salto mal hecho y una caída bien solventada fue un salto mal hecho y una caída muy dolorosa. El golpe fue directo al hombro derecho, el cual hoy está un poco mejor que ayer y espero que peor que mañana, pero hinchado, agarrotado, sensible y muy dolorido, y aun tengo que dar gracias que no se salió el hueso del sitio, cosa que creo noté con un chascido infernal cuando, después de recuperar los esquís perdidos por la pista y un poco el sentido, hice movimientos de probatura para ver el alcance del golpe en el hombro.

Así es que la semana motivacional se ha ido a tomar viento, porque ya no tengo 20 años. Por favor, que acabe ya este 2009 absolutamente infernal.

11 diciembre 2009

La misma cima, siempre diferente


Cada cima de un puerto tiene su aquel. No hay ninguna igual como no hay ninguna que sea de la misma forma ni transmita lo mismo que la última vez que la coronaste. Un árbol seco que antes no lo estaba, una vaca descansando unos metros más allá, una cabra tintineando el cencerro, otro ciclista o varios acabados de llegar, una caravana aparcada, o simplemente las nubes o el cielo raso dan a cada cima y a cada ascensión un aire diferente.

El Tourmalet es tan mágico que cada vez que lo subes es como estar en un sitio nuevo. La primera vez que lo coroné, si no recuerdo mal en el 2004, hizo un día de sol y poco frío. Era septiembre, vi llamas a dos kilómetros de la cima y pensé que me estaba volviendo loco. Llegué reventado pero por mi cara en la imagen se diría que no sufrí. Aquello era sólo la satisfacción de haber coronado el santuario del ciclismo mundial, porque el dolor iba por dentro. La cima estaba semidesierta, con algún turista que hacía fotos al paisaje y a la estatua del ciclista. Un señor con sus 60 años a cuestas coronaba también por el otro lado, con un tercer plato, pero debía de ser lugareño, porque llegó, se dio la vuelta, metió plato grande y se fue para abajo. Como cuando los valencianos llegamos al Oronet como si tal cosa.



El mes de julio siguiente, ya en 2005, fui con Luis. Llegué de nuevo muerto, cuando a un kilómetro de coronar me dio el pajarón y tuve que parar, y me retorcí para llegar. Aquel día la imagen era gris, fría, lluviosa, y aquello estaba lleno de ciclistas como nosotros. Yo me senté en el suelo al lado de la bici, absolutamente vacío, y quise sentir de cerca a los aficionados que allí estaban también admirando la cima y el poco paisaje que se reconocía entre las espesas nubes de allá abajo.





















En el 2007 volví en primavera, con Óscar, José, Anne, Anais y Pepa, que nos acompañó con el coche. La cima en aquella ocasión estaba cinco kilómetros antes, en La Mongie, porque las pistas de esquí invadían aún la carretera. Decir que hacía frío, así simplemente, es decir poco. Era la zona del párquing justo después de los apartamentos de la estación, justo donde empieza el tramo final desierto de vegetación, en aquel día nieve y territorio de esquiadores. Recuerdo mirar a la ladera del otro lado, donde el sol iba y venía tanto como las nubes lo tapaban, y recuerdo la sensación confortable con la presencia del calor solar, y el frío excesivo cuando éste se marchaba.



En el 2008 repetí con Óscar, pero por la otra ladera. El ambiente, si bien en la subida fue de sol y calor, en la cima fue de intenso frío. Fue coronar y darnos la vuelta, porque unas nubes grises que venían del otro lado subían a toda prisa, y el miedo a mojarnos y pelarnos de frío, en pleno julio, nos invadió. Estaba también lleno de ciclistas porque eran fechas de Tour.



Otro ejemplo es el Col d'Aspin. La primera vez que lo subí fue en 2005 con Luis. Fue el mismo día del Tourmalet, y sufrimos pero llegamos y pusimos la mejor cara que pudimos. Ambiente gélido y gris, con alguna cabra y alguna vaca y una caravana que debió de pasar allí la noche.



La segunda vez que lo coroné fue uno o dos días después, también con Luis, pero él esta vez llevando el coche. Aquella jornada, curioso, fue de sol y calorcito, con una cima luminosa en la que se respiraba un aire puro que llenaba los pulmones. Más de diez vacas pastaban a sus anchas por allí.



La siguiente ocasión en que subí el Col d'Aspin fue con Óscar, José, Anais, Anne y Pepa con el coche, y estaba tan roto por el pique que tuvimos subiendo que no recuerdo mucho de aquel momento en el que sólo deseaba enfilar hacia abajo, meterme en el coche, ducharme y descansar.



















Uf, estoy tan cansado...

07 diciembre 2009

Essaouira, músicas del mundo, mezcla de todo



Si llegas a una ciudad desconocida en un país desconocido y te encuentras un festival de música, es una grata sorpresa. Si todo el montaje es por el Festival Gnaoua Músicas del Mundo -www.festival-gnaoua.net-, la sorpresa es mayúscula, porque durante años puedes buscar por infinitas tiendas músicas diferentes, tribales o no, teniendo o no la misma idea que yo, es decir nula, y entonces ante tus ojos y, lo que es mejor, alrededor de tus oídos, se abre un mundo nuevo que gozas como lo que eres, un auténtico analfabeto musical pero dispuesto a bailar y sentir. Saborear.


Puesto de venta de carne.

Essaouira, blanca y sucia, coqueta sobre todo, nos dio una alegría. Supimos de la existencia de este festival cuando en el taxi colectivo, furgoneta sin permisos al uso, todo sea dicho, un francés, un alemán, un japonés y un inglés (y no es un chiste) nos contaron que iban a esa ciudad costera expresamente al certamen. “Vengo cada año”, dijo el francés. Ninguno de los cuatro tuvo nombre para nosotros, pero cada uno de ellos era el estereotipo de su país, como seguramente nosotros lo éramos del nuestro.


Por la calle principal de Essaouira.

El francés. Entre 35 y 40 años. Bajito, moreno, cara de inteligente y culto, un intelectual que conocía todos y cada uno de los grupos, cantantes y bandas del festival. Hablaba francés, alemán e inglés.

El alemán. Entre 35 y 40 años. Alto, rubio, ojos azules. Rompía el cánon alemán con un gracejo de andaluz con todo el mundo y por sus sandalias ¡sin! calcetines. Una sonrisa curtida y trabajada. Hablaba alemán e inglés.

El japonés. Entre 20 y 25 años. El moderno japonés, gafas de sol de cristales naranja, pelo moreno liso, largo y moño cuidado de samurai, ropa ancha como ‘dejada’ pero cara, bolso cruzado, sandalias, auriculares y autista con los demás. Hablaba (poco) japonés e inglés.

El inglés. Entre 25 y 30 años. Blanco nuclear, castaño tirando a rubio, pantalón vaquero, camiseta y bolsa de viaje. Sin gracia ni donde encontrarla. Sólo yo le superaba en soso a la vista de los demás. Hablaba inglés y asumía que todos lo hablaban, como manda la tradición anglosajona.

Pepa y Rafa. Entre 30 y 35 años. Estatura mediana, morenos de piel, cejas pobladas y oscuras, ojos profundos y duros, pelo negro, habla estruendosa. Serios y comentaristas de todo. Inspectores de los demás. Idiomas: castellano, catalán y chapurreaban el inglés y el alemán (este menos incluso).

El conductor marroquí. Morenazo, bigote fiel, pelo negro y rizado, cara curtida, manos hinchadas. Labia indescriptible en ningún idioma y en todos. Un maestro del lenguaje internacional y un conductor pésimo, por no decir suicida. El cláxon como aliado.


Los hombres a un lado.


Las mujeres al otro.







El iluminado que suscribe, en la muralla de la ciudad, con el mar y el sol a la espalda.

04 diciembre 2009

Hacer cuerpo con el sofá

He tenido unos días libres, y me siento tan identificado con esta viñeta de Forges que no puedo evitar colgarla aquí. Más o menos, me he pasado unos días tal que así. De hecho, creo que fue el miércoles que ni siquiera salí de casa. Así no voy ni 'palante' ni 'patrás'.

03 diciembre 2009

Visita a Valencia de la familia andorrana

Con esto de que nuestra familia anda por el sur, en nuestro refugio del norte la familia son los compañeros. Algunos de ellos visitaron Valencia durante unos días justo una semana en que la Pepa y yo estábamos por la capital valenciana. Así es que les hicimos de guía en algunos momentos, y pasamos unos buenos ratos.

Laia, Enric y Sílvia creo que disfrutaron de lo lindo el día en que se nos ocurrió que la mejor manera de enseñarles toda la ciudad era alquilando unas bicicletas. Como fotos hay muchas muchísimas, pues en un video con una música se puede ver una recopilación. Lástima que el programa de edición no me lea los videos que filmó Sílvia, porque le hubieran dado un color especial al producto final.

02 diciembre 2009

La curva diabólica de Reverte

Me gusta el estilo bestia de Arturo Pérez-Reverte. Qué le voy a hacer. Esta semana ha publicado un texto que me ha hecho gracia, no por su mala leche, que aquí no la hay tanta, sino por su descripción del hecho, en el cual más de uno nos hemos visto alguna que otra vez. Práctico, sutil. Este tío es un genio. Y punto. Tengo siempre en mente una frase suya: “La literatura se hace leyendo y escribiendo. Eso del sufrimiento creativo me suena a chino; me divierte escribir, si no no lo haría”. Intento cumplirlo a rajatabla.

Aquí va:

"La curva diabólica"



"Hace unos meses me calzaron una multa. Tomé a 123 kilómetros por hora, en la autovía de Madrid a Sevilla, una curva suave con velocidad limitada a 100. La pagué sin rechistar, aunque esa curva era imposible tomarla a la velocidad indicada. Iba yo a mi marcha normal, en una recta, atento a que la aguja del velocímetro no superase los 120 kilómetros por hora; y de pronto, mientras adelantaba a otro coche, me encontré con el inesperado cartel de todo a cien. Mientras intentaba reaccionar ante la señal imprevista, miraba por el retrovisor, concluía el adelantamiento y regresaba al carril derecho, un radar oculto me hizo la foto. Pagué, como digo, sin darle más vueltas; aunque preguntándome a qué hijo de la gran puta de la Dirección General de Tráfico se le había ocurrido poner una limitación de 100 kilómetros por hora y un radar oculto en un lugar donde maldita la falta que hace, y donde hasta los más correctos conductores tienen difícil reducir de pronto veinte kilómetros la velocidad sin dar un frenazo. Recuerdo que antes había –todavía queda alguna, aunque pocas– señales cuadradas, azules, recomendando reducir la velocidad en algunos tramos. Pero no es lo mismo, claro. Con recomendaciones no se expolia al ciudadano. No se recauda viruta.



En mi siguiente viaje a Andalucía, hace una semana, decidí respetar escrupulosamente cada señal que se pusiera a tiro: autopistas a 120, curvas de autovía a 80 y demás parafernalia limitadora. Y ya se lo pueden imaginar: mientras por mi lado pasaban zumbando coches abonados al carril izquierdo, con una seguridad pasmosa, basada, supongo, en los Gepetos, o como se llamen, que te chivan «radar en curva tal, limitación en tramo cual, puticlub en vía de servicio», yo iba como un gilipollas, despacito, doliéndome los ojos de mirar el velocímetro. Más atento a la aguja que a la carretera. Si llega a verme la Guardia Civil, me paran a fin de besarme en la boca. Con lengua.



Entonces llegué a la curva diabólica. No era la misma de la multa, aunque se parecía. Esta vez, el funcionario encargado de trabajar el asunto había echado el resto, esmerándose hasta extremos maquiavélicos. Ni mi amigo el Gringo, que montaba emboscadas en Nicaragua con astutas combinaciones de minas Claymore, ametralladoras y fuego cruzado, tenía la mitad del talento que este profesor Moriarty del tráfico por carretera. Primero, al final de una larga recta de la autovía, una señal de limitación a 100 y un aviso de radar obligaban a reducir la velocidad en una curva suave, a cuya salida, en otra larguísima recta, no había ninguna señal de retorno a los 120. Eso obligaba a rodar durante un buen tramo con la incertidumbre de si podías acelerar un poco, o no. Al fin, a los dos tercios de la recta, aparecía el 120. Y justo cuando pisabas acelerador para ponerte a esa velocidad, ante una curva en forma de suave doble ese, una limitación a 100 te hacía frenar de nuevo. Así lo hice. Y lie una pajarraca de cojón de pato.


A ver si me explico. La señal la vi mientras adelantaba a un enorme camión trailer, que rodaba a unos cuarenta metros de otro que lo precedía. Consciente de que si continuaba rebasaría la velocidad permitida, me pasé al carril derecho, entre los dos camiones. Pero éstos no circulaban a 100 kilómetros por hora, sino a más. En un instante tuve un pavoroso y descomunal radiador pegado a la chepa. Incómodo con mi maniobra de conductor ejemplar, el camionero me dio las luces, tocó el claxon y, supongo, mentó a mi madre. Angustiado, asomé un poco a ver si podía, con un acelerón intrépido, adelantar al camión que tenía delante y salir de aquella trampa saducea. Entonces, entre curva y curva, mientras pasaban coches zumbando por mi izquierda sin hacer caso de mi intermitente, vi una señal de limitación a 90. A todo esto, el gigantesco radiador de atrás me desbordaba el retrovisor: lo tenía a un palmo. De perdidos al río, dije. Aceleré adelantando al camión de delante, la aguja subió a 130, y en ese momento vi otra señal de limitación de velocidad, ésta de 80 kilómetros por hora. Frené, ya en el carril izquierdo, poniéndome a 90; y el camión de atrás, que había iniciado la maniobra de adelantarme, soltó otro bocinazo. A esas alturas de la vida ya me daba todo igual, así que pisé hasta 140, me puse delante del primer trailer y frené para reducir hasta 100. El claxon de ese camión hizo vibrar mis cristales. Me hallaba, comprobé cuando al fin levanté los ojos del velocímetro y dejé de mirar el retrovisor, en una sucesión de curvas suaves, pero no tenía ni puta idea de cuál era la velocidad correcta allí: si 80 o 120. Me puse a 90, por si las moscas. Entonces los dos camiones me adelantaron, uno tras otro, y tras ellos la fila de coches que la maniobra había amontonado detrás. Algunos conductores se volvían a mirarme. Ciscándose, imagino, en todos mis muertos.

Ignoro si los picoletos estarían cerca, haciendo fotos o grabándome. De ser así, sugiero colgarlo en Youtube, e ir a medias. Nos íbamos a forrar".

Pues ya está. Por cierto, que lo de mirar por el retrovisor me ha recordado a esto: